Capítulo 77

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Pensar en su nueva vida la llevaba a pensar en Juan Pedro Lanzani. No trataba de engañarse a sí misma. Nunca se libraría completamente de sus sentimientos por él, pero cada día era un poco más fácil. Podía mirar las pinturas de Peter en el estudio sin sentir cómo el corazón se le desgarraba en el pecho. Seguía sintiendo un vacío, pero el dolor había disminuido. Podía pasarse horas sin pensar en él. Creía que cuando acabara el año estaría casi preparada para buscar a otra alma gemela.

Capítulo 77:

Los silenciosos limpiaparabrisas apartaron las gotas de lluvia del parabrisas cuando la última limusina doblaba por la carretera mojada que conducía a la mansión Arredondo. Las llantas derrapaban cada metro que el vehículo avanzaba por la pista, y el nudo del estómago de Lali se retorcía cada vez más. Sabía por experiencia que respirar profundamente no iba a ayudar. Hasta entonces, nunca le había preocupado estar en el mismo lugar que Juan Pedro Lanzani. Había pasado un mes, dos semanas y tres días desde que le había dicho que lo amaba y él se había ido. Era el momento de enfrentarse a él otra vez.

Estaba preparada.

Lali cruzó las manos sobre sus piernas y centró la atención en la mansión totalmente iluminada. La limusina se detuvo bajo una gran carpa que habían instalado delante de la puerta principal y el portero se dispuso a ayudar a Lali.

Llegaba tarde.

Probablemente era la última en llegar. Lo había planeado así. Lo había planeado todo, desde el recogido del pelo hasta el vestido negro ajustado. De frente el vestido parecía conservador, pero por detrás dejaba la espalda al descubierto hasta la cintura. Algo muy sexy.

Muy a propósito.

El interior de la mansión Arredondo parecía un hotel. Las puertas que daban a las distintas habitaciones habían sido abiertas para crear un gran espacio amplio donde se distribuía la gente. La madera del suelo, las puertas en arco, los ribetes y las columnas eran espectaculares y abrumadores al mismo tiempo, pero no eran nada comparados con la vista que tenía. No había duda, Marcelo Arredondo tenía la mejor vista de la ciudad.

Una pequeña orquesta llenaba la gran sala con jazz suave, y un grupo de gente bailaba al ritmo de la música relajante. Desde donde estaba, Lali podía ver la barra y el bufet contra la pared del fondo. No vio a Peter. Respiró hondo y exhaló muy lentamente para relajarse.

Sabía que él estaba allí, en algún lugar. Con el resto de los detectives, sargentos y tenientes, todos ellos trajeados. Esposas y novias colgaban de sus brazos, charlando y riendo como si esa noche se celebrara una fiesta cualquiera. Como si ella no tuviera el estómago en un puño y no estuviera tan nerviosa que tenía que obligarse a permanecer quieta.

Entonces sintió su mirada una fracción de segundo antes de que sus ojos se encontraran con los suyos, con el hombre que había conseguido que lo amara y luego le había roto el corazón. Permanecía junto a un pequeño grupo de personas y sus ojos oscuros se clavaron en ella con tal intensidad que impactaron en su corazón roto. Se había preparado para esa reacción traicionera y para el rubor que atravesó su piel. Había sabido qué ocurriría, y se obligó a permanecer allí y absorber cada detalle de su rostro. Las luces de las lámparas que colgaban por encima de su cabeza iluminaban su pelo. Su mirada se movió por la nariz y esa boca que había soñado que la besaba por todas partes. Sintió cada latido de su corazón y contuvo el aliento. No hubo sorpresas. Había esperado que aquello sucediera.

La gente se alejó y la mirada de Lali recorrió su terno gris oscuro y su camisa blanca. Sus amplios hombros y la corbata gris claro. Ahora ya lo había visto. Y no se había muerto. Estaría bien. Podía cerrar ese capítulo de su vida. Podía mirar al futuro. Pero a diferencia de la última vez que había visto a Ignacio no se sintió libre de Peter.

En lugar de liberarse, el enojo fluyó desde su interior. La última vez que lo había visto había deseado que él correspondiera a su amor. Había estado segura de que él sentiría algo por ella. Pero no había sido así y el dolor y la furia se habían apoderado de su corazón y su alma. Demasiado para el amor verdadero.

Se recreó en su cara unos minutos más, luego se volteó y se encaminó hacia la barra. Nunca volvería a amar a un hombre más de lo que él la amara. Ni aspiraría a otro amor verdadero.

Ella le había dado la espalda. Había dado media vuelta y se había alejado, y él se sintió como si alguien lo hubiera pateado en el pecho. Su mirada siguió la huella del pelo castaño mientras Lali se abría camino entre la gente, y con cada paso que ella daba la opresión que Peter sentía en el pecho aumentaba un poco más. Pese a todo, nunca se había sentido más vivo. Pequeños estremecimientos de placer atravesaron su cuerpo y erizaron el vello de sus brazos. La gente que abarrotaba la mansión Arredondo se movía y cambiaba de posición, sus voces eran un mero zumbido en sus oídos. Todo lo demás carecía de importancia. Todo excepto ella.

No había sucedido como el golpe bajo que siempre había esperado. No lo había partido un rayo para que supiera que quería pasar toda la vida con ella. Nada tan doloroso. Amarla era más como una brisa fresca, como el cálido sol sobre su rostro. Era la única verdad. Era Lali en sí misma. Y lo único que había tenido que hacer para descubrirlo fue arruinarlo todo apartándola de su vida.

—El sinvergüenza se escondía bajo la cama con su novia —se rió uno de los policías que había respondido a la llamada de Arredondo la noche que su pintura fue robada. Los demás y sus esposas rieron también, pero Peter no. Sus pensamientos estaban al otro lado de la habitación.

Lali estaba mejor de lo que recordaba. Lo que parecía imposible, porque él la recordaba como una especie de diosa del sol. Se había preguntado si asistiría esa noche y hasta el momento en que había entrado no se había percatado de que había estado conteniendo el aliento, esperándola.

Se disculpó y se abrió paso entre la gente, saludando con la cabeza a los hombres con quienes trabajaba y a sus esposas, pero siguiendo con los ojos a la morocha del vestido con la espalda descubierta. Seguirle la pista no era difícil. Todo lo que tenía que hacer era guiarse por las cabezas que se giraban. Recordó la noche que le había dicho que llevara algo sexy a la fiesta de Ignacio. Se lo había dicho medio en broma para molestarla un poco y ella en cambio se había puesto aquel horrible vestido. Pero esta noche, definitivamente, llevaba algo sexy. Tan sexy que se sentía impulsado a ponerle su saco sobre los hombros y ocultarla a los ojos de los demás.

Tuvo que detenerse varias veces al cruzarse con amigos y colegas que lo paraban para hablar. Cuando alcanzó a Lali al final de la barra, el otro detective soltero, Darío, se le había adelantado y había entablado conversación con ella. Normalmente, Peter no tenía nada en contra del nuevo, pero la atención que Darío prestaba al vestido de Lali lo molestaba de una manera inexplicable.

—Hola, Peter —dijo Darío, mientras le ofrecía a Lali un vaso de vino tinto. Ella sonrió agradecida y por primera vez en la vida de Peter los celos arremetieron contra él dejándolo noqueado.

—Darío. —Peter observó cómo la espalda de Lali se ponía tensa antes de que lo mirara por encima del hombro—. Hola, Lali.

—Hola, Peter.

Había pasado toda una vida desde que él había oído su voz y mirado sus ojos. No el video, sino a ella. Oírla y verla en persona aumentó la opresión del pecho de Peter todavía más, dejándolo sin aliento. Al tenerla tan cerca, se dio cuenta de cuánto la había extrañado. Pero al encontrar su mirada fría e indiferente se percató de otra cosa: tal vez era demasiado tarde.

Continuará…