Capítulo 26

Buenas!!! Ahora sí, las leo mañana!!! Espero terminen bien el día y empiecen mejor el jueves! ;D Gracias por leer y estar ahí! Besos y FELIZ CUMPLE INMILLA Y ARII, capítulos para ustedes, ojalá los hayan disfrutado!!!! ;)

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—¡Vete al diablo! Ya te dije que tengo un vestido que usar... —empezó a decir en el momento que Peter sacaba una bolsa de papel.

—Churros —dijo, pero antes de que pudiera seguir los interrumpió una voz aguda que le resultó muy familiar.

Capítulo 26:

—¿Me das uno?

Peter suspiró y se dio la vuelta. En un extremo estaba su flaco, sucio y morocho sobrino.

—¿No deberías de estar en casa?

—Se volvieron a olvidar de mí —explicó Tomás poniendo voz lastimera. El que fuera pequeño y usara lentes también contribuía a su intento por dar pena —. Hola —saludó cautelosamente a Lali.

—Lali —dijo Peter mirando a Tomás—. Éste es mi sobrino Tomás Lanzani. Ya se iba. Tomás, ella es Lali Espósito.

—Hola, Tomás —lo saludó alegremente—. Puedes comer todos los churros que quieras.

La cara del niño se iluminó.

—No, no puede. Después le cae mal —aseguró Peter sacando el celular.

—Tal vez no —dijo Tomás acercándose más a la bolsa.

—¿Ya no te acuerdas de lo que pasó con la torta? —preguntó Peter mientras marcaba el número de su cuñada.

—¿No puede comer ni uno? —preguntó Lali sonriendo con cara suave y amable, y Peter y Tomás parpadearon a la vez por lo hermosa que era.

Entonces, mientras Peter prestaba atención al teléfono, Tomás miró la falda de Lali y la tocó con el dedo.

—¡Tomás! —lo regañó su tío y Lali cogió una sandalia.

—Toma —le dijo a Tomás y éste empezó a toquetear la flor.

—¡Eso sí que son unos zapatos! —exclamó, como si estuviera viendo algo raro.

—Sí —dijo Lali mirándolo con la cabeza ladeada,

—No es de verdad —comentó Tomás volviendo a golpear la flor.

—No, es solo de adorno.

Tomás asintió y lo aceptó como si fuera un nuevo concepto, que sin duda, para él lo era, pensó Peter. En su mundo no debía haber muchas flores o uñas pintadas de rojo.

Lali buscó en la bolsa y le dio un churro.

—Gracias —dijo Tomás, que seguía fingiendo ser el médium de los huérfanos maltratados.

—No te creas todo ese teatro —le dijo Peter.

—No lo hago. No pareces estar mal, Tomás.

—He tenido que jugar rugby —alegó Tomás con amargura—. ¿Eso son panchos?

—No. No puedes comer productos industriales. Anda a sentarte allá y cómete el churro.

—También puede comérselo aquí —dijo Lali poniéndole un brazo en el hombro de forma protectora.

Tomás, que no era tonto, se apretó contra la cadera de Lali.

«Qué tierno», pensó Peter y después se dio cuenta de que casi había sentido celos de su sobrino de ocho años.

—Tomás —empezó a decirle con tono de advertencia, pero entonces sonó su celular—. ¿Bárbara? Te olvidaste de recoger a tu hijo.

—Le tocaba a Jaime —contestó ésta con tono perfectamente modulado.

—Bueno, no está aquí.

—Pobre Tomás. Ahí voy. Gracias Peter —aseguró Bárbara con un suspiro.

—Lo que haga falta —Peter colgó y miró a su sobrino —.Tu madre está en camino. Míralo por el lado bueno, tienes un churro y a tu madre, en vez de nada y a tu padre.

—Dos churros—pidió Tomás.

—Te van a caer mal. No puedes comer dos. Ahora vete. Esto es una cita. Dentro de siete años entenderás lo que significa.

—Esto no es una cita —lo contradijo Lali—. Puede quedarse.

—No pasa nada —aceptó Tomás mirando a Lali con tristeza.

—Dale, Tomy —dijo Peter a sabiendas de que su sobrino estaba aprovechándose todo lo que podía de la situación—. Ya tienes el churro. Ándate por allá y cómetelo.

—Bueno —aceptó, y comenzó a caminar desconsolado hacia un banco con el churro sujeto en una mano.

—Es encantador —comentó Lali—. ¿Quién es Bárbara?

—Mi cuñada —le informó Peter sin perder de vista a Tomás, que seguía pareciéndole flaco, sucio y enojado—. No le veo la parte encantadora, pero no es un buen chico.

—Ok…

—Ahora te toca a ti —dijo Peter pasándole un churro.

—No, ni hablar.

—Dale, peca un poco —dijo Peter acercándoselo a la nariz.

—Te odio —aseguró sin quitar los ojos de la masa—. Eres un canalla y un infame seductor.

—¿Por un churro? Vamos, por uno no te vas a morir —dijo Peter levantando una ceja.

—No voy a comérmelo —aseguró Lali alejando la mirada—. Hay unas 150 calorías en uno de esos y tengo que perder diez kilos en tres semanas. Aléjalo de mí.

—No es uno cualquiera —le explicó partiéndolo en dos—. Es uno de La Giralda bañado con chocolate. Es el caviar, el Dom Perignon, el Mercedes—Benz de los churros.

Lali se relamió.

—No sabía que te apasionaran los dulces —comentó intentando apartarse. El viento volvió a acercar su falda a Peter y éste movió la rodilla para pararla.

—Pruébalo —le pidió cortando un trozo pequeño y acercándose a ella para ponérselo cerca de la nariz—. Dale.

—No —dijo Lali cerrando con fuerza los labios y los ojos, con lo que arruinó su imagen.

—Eso es muy infantil —dijo apretándole la nariz. Cuando abrió la boca para protestar le metió un pedacito.

—¡Dios mío! —exclamó relajando la cara en el momento en que la masa se deshizo en su boca y dibujó una sonrisa con los labios.

Peter estaba más relajado también y pensó: «Darle de comer a esta mujer es como emborracharla».

Lali tragó, abrió los ojos y Peter le ofreció otro trocito para volver a ver la expresión que había puesto.

—Toma, Espósito.

—No —rechazó echándose hacia atrás—. No y no.

—Por mucho que lo repitas, tus ojos me dicen que sí quieres.

—Lo que quiero y lo que puedo comer son cosas diferentes —razonó Lali echándose más atrás y estirándose la falda sin quitar la vista de la tentación—. Aleja eso de mí.

—Muy bien —aceptó Peter. Mordió el churro mientras ella lo observaba y la sensación que le produjo el azúcar lo distrajo un momento. Lali se mordió el labio hasta hacerse una marca y a Peter se le aceleró el corazón.

—Desgraciado —lo insultó y Peter dio otro mordisco—. Se acabó. Me voy —dijo, y se inclinó hacia delante para tirar del trozo de falda que había debajo de Peter—. ¿Me puedes hacer el favor de levantarte...? —empezó a decir, y Peter volvió a meterle otro trozo de churro en la boca. Peter observó cómo la cerraba al notar el dulce. Lali puso una cara hermosamente arrebatada y sus suaves labios dibujaron un mohín, ligeramente manchados de chocolate. Cuando se limpió los últimos trocitos del labio, Peter oyó una voz en sus oídos que se convirtió en un susurro que decía: «Es ella», y respiró con fuerza. Se acercó a Lali antes de que ésta abriera los ojos, la besó y saboreó el chocolate y el calor de su boca. Lali se quedó inmóvil un segundo y después le devolvió el beso, suave e insistentemente, librándose de todo pensamiento coherente. Peter se dejó invadir por su sabor, fragancia y calor, y se inundó de ella. Cuando finalmente se separó, estuvo a punto de desplomarse sobre sus piernas.

Lali estaba sentada frente a él, su sweater subía y bajaba al mismo ritmo que su rápida respiración y sus ojos destellaban. Tenía los lujuriosos labios separados, abiertos para él. Finalmente habló:

—Más —pidió. Peter la miró y se inclinó sobre ella.

Continuará…