Capítulo 12

Hola, hola!!!! Cómo están??? Hoy subo temprano woohoo! jajajajaja Mil gracias por sus comentarios, son unas genias!!!! y me alegro que las que estaban a punto de querer matar a Peter ahora ya no tanto! :P Y Sofi, espero que este capítulo sea el comienzo de esa linda reconciliación ;) Besos y nos leemos mañana!!!!!

Twitter: @Caparatodos

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Bueno, no había esperado esa explicación. Y hacía que sus argumentos parecieran egoístas, aunque era probable que ésa hubiera sido su intención. Él sabía cómo lograr una oferta tentadora, después de todo. Dios, así era como se ganaba la vida. Pero no era ella quien había estado metiéndose en su última negociación.

Capítulo 12:

—Suena bien, creativo, pero dije que no.

—Ya entendí. Inutilizaste mi auto para que no pudiera seguirte, por si no te acuerdas.

—No intento excluirte de saber lo que sucede conmigo, Peter, pero no quiero que hagas esto por mí. No sé por qué no puedes entenderlo.

—Intenta explicármelo en vez de seguir diciéndome que me aleje.

Ella suspiró.

—Está bien. He… Todo lo que intento me sale bien, ¿sabes?

Para su sorpresa, Peter soltó una risita.

—Ya me di cuenta.

—Pero nunca intenté hacer esto. Y si tú haces el trabajo, entonces ya no es mío, y no significará nada. No será un yo lo logré. —Hundió el dedo pulgar en su muslo—. ¿Tiene sentido?

Manejaron en silencio durante un momento.

—Sí. Más de lo que quisiera aceptar.

—Ya era hora, caramba.

—¿Podría al menos recomendarte clientes?

—Siempre que tengas en claro que no voy a lanzarme a cada presa. Yo también conozco gente top, pero sobre todo porque les he robado.

—Está bien, y Dios mío, puedes mirar el fax de una vez.

Lali casi lo había olvidado. Rebuscó en su cartera, sacó la hoja de papel y la leyó.

—Bartolomé Bedoya-Agüero. Es un fabricante, ¿no?

—De plásticos. Su hijo Daniel y yo jugamos juntos rugby. El padre es un poco… sarcástico, pero… —Se detuvo, lanzándole una mirada—. No les has robado nada, ¿no?

—No. —Lali esbozó una sonrisa forzada—. Ésa es una pregunta que voy a escuchar muy seguido, ¿no es cierto?

—Probablemente. ¿Me lo dirías si realmente hubieras allanado su casa?

«Probablemente no.»

—Tal vez.

—Es lo mismo, quiere programar una cita contigo.

Ella se animó.

—¿Ves? Ni siquiera llevo veinticuatro horas en la ciudad y ya tengo clientes.

—Puedes utilizar mi oficina de casa, si quieres.

Tanto si estaba siendo generoso como si no, a Lali no le gustaba.

—No vuelvas a hacerme enojar. Conseguiré unas sillas plegables y me reuniré con él mañana en mi oficina. Debería ser suficiente, si Nicolás finge ser el recepcionista.

—Dudo que Vázquez y unas sillas plegables impresionen a Bartolomé Bedoya-Agüero.

Le sacó la lengua.

—A juzgar por el fax, sabe que estoy instalándome —respondió, mirando de nuevo la hoja—. Y pondré un anuncio para buscar una asistente en el periódico de mañana o de pasado mañana.

Y seguía sin ceder un milímetro. Juan Pedro no estaba acostumbrado a pedir perdón, y sabía que seguramente podría haberlo hecho mejor, pero, caramba, Lali podía darle algo de mérito. Respirando hondo, se concentró en el camino durante unos minutos.

—¿Buenos Aires va a ser tu residencia? —preguntó, al fin, tomando el atajo que los llevaba a la casa.

Aunque mantuvo la vista fija en la carretera, podía sentir la mirada de Lali.

—Me gusta esto —dijo pausadamente—. ¿Y a ti?

—No habría comprado Sonne Brilliant si no me gustara.

—Pero estás sujeto al tema legal y sólo puedes pasar diez semanas al año acá.

—Puedo quedarme más tiempo. Lo que pasa es que tengo que pagar más.

—¿Cuánto más?

Pulsó el botón de su llavero y las pesadas rejas de metal de Sonne Brilliant se abrieron rápidamente. Estas daban paso al largo y serpenteante camino que ascendía más allá árboles y enormes jardines repletos de plantas.

—Sí quieres mí compañía, no importa cuánto porqué tú lo vales.

Lali se aclaró la garganta.

—Deseo tu compañía.

Peter quería gritar y cantar y estar con ella hasta que suplicara piedad, pero en vez de eso estacionó frente a la casa y apagó el auto. «Sé paciente» era su lema en lo que a ella refería, pero a menudo se interponía el «disfruta mientras puedas».

—Eso me parece perfecto, teniendo en cuenta que tu compañía me hace feliz.

Reinaldo salió de la casa, pero Peter llegó antes al lado de Lali que el mayordomo y la abrió. Esta vez ella aceptó cuando él le ofreció la mano. Por lo visto Lali había decidido que al menos había quedado clara su postura. Y gracias a Dios, porque si no conseguía ponerle las manos encima en la próxima hora, iba a tener serios daños corporales.

—Hola, Reinaldo —saludó al mayordomo, sonriendo.

—Señorita Lali.—El mayordomo correspondió a su saludo con un leve acento cubano—. Debo decirle que Hans ha hecho una reserva de helado de menta y Coca Cola Light.

—¿Está casado Hans? —preguntó, sacándose la mochila del hombro y subiendo pausadamente los escalones hasta las puertas principales.

—Solo con sus entradas —medió Juan Pedro, sin darle tiempo de reconsiderar su modo de expresarse. «Casado» era una de esas palabras que evitaba, junto con «amor» y la combinación de «futuro» y «juntos». Lo entendía, y cedía debido a ello. Conociendo la forma en que se había criado, el hecho de que fuera capaz de admitir que lo quería cerca resultaba del todo sorprendente.

Ella comenzó a reír, entrando primero al recibidor. La alcanzó, la tomó de la mano, recorrió con ella el largo pasillo y subieron la escalera a lo que anteriormente había sido su habitación y que ahora era de los dos.

Peter cerró la puerta tan pronto estuvieron dentro y se dio la vuelta para atraerla contra su cuerpo.

—Hola —murmuró, inclinándose para besar su boca.

Lali deslizó su mano libre alrededor a su hombro.

—Sólo pasó un día.

Continuará…