Capítulo 30

FELIZ CUMPLE al protagonista de todas estas historias que amamos leer, Felices 22 Peter!!! :D Y a esa rubia llena de paz (la cual logra transmitir siempre), Feliz cumple Ro!!!!!

Hola chicas!!!!! Qué movidita la noche y el día cumpleañero no?! :D Bueno, les dejo nove! Que la disfruten y tengan un lindo viernes fuerte :/ jajajjajaja nos leemos mañana y empiecen a todo lo que da el finde! Besos

Y chicas! Hoy en lalitter08.blogspot.com empezó una nueva nove ;) Pásense!!!!!

Twitter: @Caparatodos

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—Maravilloso, Lali. Aférrate a tus principios y todo te irá bien. O estarás muerta.

Capítulo 30:

—No —dijo Juan Pedro por el teléfono de su escritorio, expresando que tal y como Lali le había dicho en repetidas ocasiones, quizá estaba demasiado acostumbrado a conseguir lo que quería—. Eso no es necesario. Bastará con que le avise al detective Castillo que lo llamé. Sí, sabe cómo ponerse en contacto conmigo. Gracias.

Podría llamar al jefe de policía para presionarlo y sacarle más información sobre la muerte de Bedoya-Agüero, pero en cuanto se involucrara de manera activa en el asunto, la atención también se centraría en Lali. Y si había algo que no quería, era que sus acciones fueran una amenaza para ella. Por sencillo que pudiera resultar, no podía intervenir en esto. Por lo visto necesitaba una herramienta más sutil.

Su intercom sonó.

—¿Señor Lanzani?

Apretó el botón del aparato.

—¿Qué pasó, Reinaldo?

—Tiene una visita. La señora Valente.

«¡La pucha!»

—¿Dónde está?

—La llevé a la terraza.

—Enseguida bajo.

Renegando de nuevo, dejó el intercom. Cuando pidió el divorcio, lidiar con Pamela, con sus cosas y su grupo de amigos había sido exasperante. Ahora le era una molestia, pero también algo más que eso. Ella era su gran fracaso, y para ser del todo sincero, hubiera sido mucho más feliz si ella se largaba. Era evidente que su ex tenía otra idea.

La encontró en la terraza interior de la planta baja, mirando el cuadro de Manet que había sobre la chimenea.

—Pamela.

—Recuerdo cuando compraste éste. Fue en una subasta—dijo, volteándose hacia él—. Pasamos la noche en el palacio de Buckingham, invitados por la Reina.

Juan Pedro asintió, apretando la mandíbula.

—Me acuerdo. ¿Qué quieres? Te dije que iba a hablar con Gastón.

—Te he pedido disculpas, Juan Pedro. Un millón de veces. —Se acercó lentamente, descarada y perfecta con su blusa azul de Ralph Lauren y su pantalón de vestir color tostado—. Y he cambiado.

—Sólo de lugar. Tengo trabajo pendiente, así que, dime qué es lo que quieres o voy a tener que pedirte que te vayas.

—¿Qué pasaría si yo le robara a la gente? —dijo repentinamente, acercándose un pasito más.

El se quedó paralizado por un instante, luego siguió su camino hasta la ventana.

—¿Qué?

—¿Y si me meto en las casas de la gente y en sus habitaciones y robo sus objetos de valor? Podríamos estar en una fiesta, y mientras tú distraes al agasajado yo podría escabullirme en otro cuarto y tomar un diamante, o lo que sea, y nadie sabría quién lo hizo. Nadie salvo tú y yo.

Juan Pedro la miró fijamente. Así que Lali había estado en lo cierto; Pamela quería que volviera con ella. Por el amor de Dios, en tremendo lio se había convertido todo.

—¿Piensas que convertirte en una especie de ladrona de guante blanco volvería a unirnos? —preguntó incrédulo, muy consciente de que tenía que tratar el tema con tacto. Por lo visto Pamela sabía o había deducido mucho más sobre Lali de lo que había imaginado.

—Parece ser que en nuestro mundo está de moda robar y matar como medio para ganarse la vida. ¿Y quién encaja mejor en nuestro mundo que nosotros? ¿Te excitaría eso, Juan Pedro, saber que estamos en una casa ajena para robarles, mientras que ellos nos sirven champagne y caviar?

—No podrías parecerte a Lali aunque quisieras —dijo tajantemente—. Si piensas que es eso lo que estás intentado, te sugiero que lo dejes. Si tuvieras idea de lo que me excita y atrae de ella, no te molestarías en hacer este… patético intento de «a ver quién es el mejor»… o lo que creas que estás haciendo.

—Pero es una ladrona. ¿Qué otra cosa si no podría interesarte de ella?

—Todo.

Peter pudo ver la repentina ofensa en su sorprendida y fría expresión. Obviamente ella había considerado con cuidado su plan de ataque, y había decidido que intentar aparentar que podía ser mejor que Lali que la propia Lali era la mejor forma de reavivar su interés. Ya tenía más que suficiente con una ladrona a la que reformar. Aparte de eso, no lograba imaginarse a Pamela haciendo lo que hacía Lali. Su ex esposa no era lo bastante independiente, ni tenía suficiente coraje, para arriesgar su vida y su libertad a cambio de la emoción y de un sueldo.

Un músculo bajo su ojo izquierdo palpitó y seguidamente comenzó a reír.

—Por supuesto que la encuentras interesante. Es diferente. Y bastante encantadora, de una manera algo extraño. Lo de robar cosas no era más que una broma. Te dije que Martín era una mala influencia para mí. Por favor, haz que Gastón me llame lo antes posible. Necesito cortar mi relación con Martín, cuanto antes mejor. Pero no sólo necesito ayuda legal, Juan Pedro.

—¿Dinero? Pensé que estabas ahorrando.

—Así es.

—Entonces, tal vez deberías intentar comprar ropa más común en vez de algo de marca.

—Tengo que encajar —soltó, visiblemente molesta—. Tú te has fijado en si es Ralph Lauren, Padra, Dior u otro. Me hospedo en hotel común. Como hace todo el mundo. Trato de economizar, pero no creo que deba renunciar a todos y a todo lo que estoy acostumbrada.

La miró con escepticismo.

—Pensé que la idea era que encontraras un nuevo grupo de amigos que no estuvieran familiarizados con tu vida y tus costosos gustos.

Sus hombros se encorvaron.

—Mi vida está arruinada. No me quedan más que unos pocos amigos que entienden lo que me ha sucedido, y algunos menos que quieran relacionarse conmigo.

—Parece que necesitas contratar a un asesor de imagen. Ésa no es mi especialidad. —Caminó hacia un costado y tomó el teléfono del extremo de la mesa, y pulsó el intercom—. ¿Reinaldo? Podrías acompañar a la señora Valente a la puerta.

—Pero…

—Discúlpame, tengo una conferencia telefónica.

Sin esperar una respuesta, Juan Pedro salió por la puerta y subió de nuevo la escalera. Al igual que el día anterior, lo primero en que pensó fue que deseaba ver a Lali. Desechó la idea de forma rotunda y regresó a su escritorio. ¡Maldita Pamela! Lo último que necesitaba era abrumar a Lali con tal de asegurarse de que ella le pertenecía, de que no era Pamela, y de que él no era el mismo hombre que había amado a esa mujer cinco años atrás.

Pamela había estado en lo cierto en una cosa; que fuera una ladrona era parte de lo que le excitaba de Lali, aunque jamás lo admitiera. Ella tenía la habilidad de entrar y salir de las vidas de la gente, de liberarlos de sus posesiones sin que éstos fueran siquiera conscientes de ello hasta después de que se fuera. El hecho de que él sí fuera consciente de eso, de que aun con todas sus habilidades le hubiera sido imposible salir de su vida —de que no hubiera querido salir de su vida—, hacía su presencia mucho más excitante. El problema era que no se podía permitir que hiciera eso de nuevo. Desconocía el efecto que aquello tendría en su relación, pero no era algo que pudieran evitar. No si querían seguir juntos. Él deseaba que así fuera, y creía que posiblemente ella también lo deseara.

Tan pronto llegó a su escritorio, marcó el número directo de Gastón Dalmau. Ayudar a Pamela se había convertido en una prioridad, aunque no fuera más que para que lo dejara en paz. Tenía que concentrarse en otra persona… y cometer un error en relación a Lali podría significar mucho más que perderla. En lo referente a ella, los errores podían ser fatales.

Continuará…