Capítulo 21

Hola, hola chicocas!!! Cómo les va?! Espero que bien y muchas gracias por el aguante de siempre! ;) Son lo más!!!!! Un beso y nos leemos mañana! Qué tengan un buen día!

Twitter: @Caparatodos

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Tres meses atrás también él había dado un salto, y no estaba seguro de que sus pies hubieran tocado suelo aún. Juan Pedro se subió a su Mercedes SLR plateado. Cuando finalmente aterrizara, sabía dónde quería estar. E iba a verla en ese preciso momento.

Capítulo 21:

—¿Y qué te parece esto? —gritó Nicolás con voz amortiguada.

—Nicolás, no pasa nada. Deja de cambiar. —Lali dejó escapar el aliento, despeinándose el flequillo—. Me da lo mismo qué estación esté sonando. Lo que quiero saber es de dónde proviene este fax y por qué está etiquetado como «propiedad de Dumbar Asociados».

Su ex perista salió del depósito de limpieza.

—Una estación de radio es parte del ambiente, nena. ¿Cómo vas a conseguir clientes ricos y conservadores cuando tienes cumbia en el sistema de sonido?

Con el gesto torcido, Lali se concentró en revisar los planos de la casa de Bartolomé Bedoya-Agüero. Sin duda alguna valía la pena conservar aún algunos de sus antiguos contactos. Si hubiera atravesado la ciudad para conseguir los planos, se hubiera demorado seis semanas.

—Eres un tarado, Nicolás. ¿De dónde sacaste… ?

—Dale, reconócelo. Necesitas buena música clásica. Relajante, elegante y…

—Y anticuada. No voy irme de la oficina al final del día con el pelo gris y tomando vitaminas para los huesos. Además, es una estación comercial —respondió, decidiendo que casi prefería que tratara de convencerla para que hiciera el trabajito en Venecia—. ¿Y si alguna otra firma de seguridad comienza a publicitarse por nuestros parlantes?

—Sólo observa. Tú…

—El fax, Nicolás —lo interrumpió de nuevo, frotándose la sien.

Él se dejó caer pesadamente en la silla frente a la de ella.

—No me grites porque ser honrado no sea todo un cuento de hadas, querida.

—¿Tengo que buscar a Dumbar Asociados y hacerles una visita?

—No si estuviéramos en Venecia.

—Nicolás…

—Está bien. No existe Dumbar Asociados. Se fueron a la quiebra. Mauricio Aguirre ha estado guardando parte de sus artículos de oficina y se ofreció a llegar a un acuerdo conmigo.

Mauricio Aguirre era un perista con un gusto mucho menos refinado que el de Nicolás, pero tenía un negocio adicional de empeños medio honrado.

 —Júrame que no es robado.

—No es robado. ¡Por Dios! ¿Cuándo te volviste tan correcta?

—Ni se te ocurra preguntarme eso.

Él se quedó sentado durante unos minutos, y Lali pudo sentir su mirada taladrándole la parte superior de la cabeza. Cambiando de posición, pasó a la siguiente hoja del plano: los esquemas electrónicos de la propiedad de Bedoya-Agüero. Sabía exactamente cómo entrar, lo que le proporcionaba una buena idea de dónde comenzar a reforzar la seguridad. Al igual que la mayoría de las propiedades, una vez que alguien entraba, era un pase libre a excepción de la caja fuerte y los cuadros de las paredes que estaban conectados a la alarma.

«Sí, cualquiera podría filtrarse y tocar tus cosas.» Lali dio con la frente en la superficie de su escritorio. La maldita de Pamela estaba toqueteando aquello que ella más quería en ese preciso momento. Estaba comiendo una de las creaciones de Hans y, probablemente, entreteniendo a Peter con alguna trágica historia ideada para recuperar su corazón. Y allí estaba ella, maquinando la forma de proteger las fortunas de un hombre sin hacer uso de sirenas y tanques armadas.

Y cuando Peter decidiera hablarle sobre lo que había pasado esa mañana, ella, naturalmente, se mostraría como la amiga comprensiva y confidente que sólo quería que él fuera feliz. «¡Demonios!»

—Tal vez deberíamos descansar un rato —sugirió al fin Nicolás en medio del silencio—. Ir a comer o tomar algo.

Ella se puso de pie en menos de lo que canta un gallo.

—¿Qué, es mi primer día en mi oficina, y piensas que no puedo con esto?

Nicolás alzó las manos a modo de disculpas.

—Eres tú quien parece que va a explotar. No yo.

—No voy a explo… —Sus palabras se fueron apagando, la tenue voz del locutor finalmente la interrumpieron—. ¿Escuchaste eso?

—¿Que si escuché qué?

—Pon la estación de noticias. Escuché el nombre de Bedoya-Agüero.

—Estás siendo paranoica —dijo, aunque de todas formas se levantó y se dirigió hacia el lugar de la radio.

—Ahí, déjalo ahí —gritó un minuto después.

… el millonario Bartolomé Bedoya-Agüero, residente de toda la vida de Buenos Aires. Bedoya-Agüero tenía sesenta y dos años, y deja un hijo, Daniel, y una hija, Laura. La muerte ha sido diagnosticada como homicidio relacionado con un posible allanamiento y robo, y la policía está investigando. Y en cuanto al tráfico local, vamos a…

—¡Dios mío! —balbuceó Lali, hundiéndose de nuevo en su silla. El aire abandonó súbitamente sus pulmones, como si le hubieran dado un golpe en el pecho. ¡Dios! Llevaba cuatro días en Buenos Aires y ya comenzaban a morir personas de su entorno otra vez. Personas que le caían bien.

—¿Hay alguien? —Llegó la voz de Peter desde el mostrador de la recepción.

Ella levantó la mirada y vio a Nicolás, con el rostro sombrío, en la entrada.

—Aquí —gritó, todavía con la mirada fija en ella.

—Espero no extralimitarme, pero deberías tener una campanita para que los clientes puedan tocar en caso de que no haya nadie en recepción —comentó Peter, su voz se iba haciendo más cercana hasta que apareció a un lado de Nicolás. Se detuvo, paseando la mirada entre Nicolás y ella—. ¿Qué pasó?

—Acabo de escuchar algo en las noticias —dijo pausada e incrédulamente—. Bartolomé Bedoya-Agüero está muerto.

Por su mirada pasaron un millar de cosas.

—¿Qué? —Se acercó, pasando por encima de la pila de libros sobre sistemas electrónicos de seguridad que había estado recopilando para detenerse a su lado junto al escritorio—. Cuéntame qué sabes.

Lali tomó aliento, tratando de recomponer sus pensamientos.

—No mucho. Posible allanamiento y homicidio. Lo acaban de decir en las no…

—Vamos —dijo, haciéndola ponerse de pie—. Tom está en su oficina. Puede llamar a la policía y así averiguaremos lo que ha sucedido exactamente.

Asintiendo, se levantó.

—Yo no…

—No es culpa tuya, ocurriese lo que ocurriera —dijo con gravedad, remolcándola hacia la parte delantera de la oficina.

—Lo sé. Pero él quería mi ayuda. Desesperadamente. Dios mío, Peter, ¿crees que sabía que algo de esto iba a pasar?

—¿Una premonición? Yo no creo en esas cosas, y tampoco tú.

—Creíste todo aquello de que alguien andaba sobre mi tumba.

—Creo en tu instinto —respondió—. Y ésta es una desafortunada coincidencia.

—¿Cómo… ?

—No te pidió ayuda, Lali —la interrumpió mientras entraban en el ascensor—. Quería que le hicieras una propuesta comercial, tras lo cual hubiera decidido si contratarte o no.

No, no era eso lo que le había parecido. Precisamente, Bartolomé Bedoya-Agüero le había pedido su ayuda.

—Tal vez podría pensar que no se trataba más que de negocios, si ahora no estuviera muerto.

—Estás exagerando —dijo de frente—. Si Bartolomé hubiera estado realmente preocupado por su seguridad, debería haber llamado a la policía, y hace meses que debería haber contratado a otra empresa de seguridad.

Peter siempre entendía bien la lógica.

—Si lo tienes todo bajo control, ¿por qué vamos a ver a Dalmau?

—Para demostrar lo que digo.

Continuará…