Capítulo 27

Hola, hola! Qué tal empezaron el miércoles?! Arriba, arriba y a aprovechar el día ;) Muchas gracias por todos sus comentarios, son lo más! Besos y nos leemos mañana!

FELIZ CUMPLE Keny!!!!!!! Qué los cumplas muy pero muy feliz y que te traiga, este años, miles de cosas buenas! :D

Twitter: @Caparatodos

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—¿Qué necesitas? —preguntó cuando ya no pudo soportar escuchar por más tiempo la trivial conversación entre los dos hombres.

Capítulo 27:

—¿Por qué quería verte Bedoya-Agüero? —investigó Castillo, sacando su eterna libreta y un lapicero.

—Estoy poniendo en marcha una empresa de seguridad —respondió.

Él levantó la mirada hacia ella.

—Lo sé. De hecho, el Departamento de Policía de Buenos Aires al completo lo sabe. Es probable que también el FBI y la Interpol. Espósito Security.

—¿Y cuál es la opinión generalizada? —quiso saber Peter.

—Bueno, todos están interesados. Esperando a ver en qué termina todo.

Lali cruzó los tobillos.

—¿Y eso qué significa?

—No estoy seguro. Si hay una oleada de robos donde haya estado trabajando, seguramente va a…

—No lo habrá —interrumpió—. La idea es evitarlo.

—De acuerdo —consultó nuevamente su libreta—. Así que, ¿pidió Bedoya-Agüero verte o fuiste tú quién lo solicitó?

—¿«Solicitar»? —repitió, enarcando una ceja.

—Dale, Lali, únicamente busco tu opinión sobre esto. Si fuera otro quien tuviera un encuentro de cinco minutos con un tipo en una fiesta, probablemente enviaría a mi mejor hombre a investigar. Pero tú te fijas en las cosas.

Fijarse en las cosas le había salvado la vida en más de una ocasión. Y suponía que estaba en deuda con Castillo.

—Fue él quien pidió verme.

—¿Por algo en concreto?

—En realidad, no. Me envió entradas para la fiesta del club. Por lo que sé, fue solo. Su hijo, Daniel, estaba allí, pero no estaban juntos cuando nos vimos. Bedoya-Agüero estaba bebiendo vodka. Demasiado, creo. Quería hablar de trabajo, pero tenía que desahogarse. Dijo que algunos conocidos suyos habían mostrado últimamente mucho interés en su dinero e influencia. Por nuestra conversación deduzco que estaba pensando seriamente en contratar a un guardaespaldas. Le sugerí que hablara con la policía. Debía de ser algo grave, porque al final accedió. Se suponía que debíamos encontrarnos hoy a las dos para hablar de los detalles.

Castillo tomaba nota, levantando la mirada únicamente cuando ella hacía una pausa.

—¿Te contó algo más específico?

Lali negó con la cabeza.

—No. —Su expresión distante le fastidió e instantáneamente miró a Peter—. Estaba preocupado. No se trataba simplemente de la indefinible paranoia típica de la gente de dinero. Estaba verdaderamente preocupado.

—¿Creía que su vida corría peligro?

—Bueno, ya sabes, no me dijo nada sobre proteger sus pertenencias. Fue más sobre tomar medidas preventivas en general. De manera que sí, creo que sospechaba que alguien quería matarlo.

—Correcto. ¿Algo más?

Tomó aire, esperando que no comenzara a preguntarle sobre sus fuentes.

—Esta mañana estuve revisando sus planos, para prepararme para nuestra cita.

—¿Y?

—Contaba con un sistema de seguridad, pero tenía más agujeros que un queso.

—Un trabajo bastante sencillo para un ladrón, ¿no?

 Ella dudó. Eso era lo que la tenía preocupada, que sus ex compañeros supusieran que se había convertido en una buchona. Su vida no valdría nada si aquello sucedía.

—No si quien entró conocía el sistema de la casa. Por supuesto que podría haber sido pura suerte. ¿Estaba apagada la alarma? —preguntó, a pesar de que ya conocía la respuesta. Pero escuchar otra versión aparte de la versión perfeccionada de Dalmau podría resultar útil.

—No. Nadie se dio cuenta de que algo sucedía hasta que su hija fue a buscarlo para ver por qué no había ido a desayunar.

—¿Cuántas personas viven allí?

Consultó sus notas de nuevo.

—Ocho, incluyendo al hijo y a la hija.

—Con tanta gente merodeando por allí, es posible que cualquiera con una linterna y una par de tenazas pudiera haberlo hecho.

—Entonces, ¿piensas que fue algo al azar? —preguntó Peter serenamente.

Ahí estaba él, tratando de convencerla de que no había desoído su instinto y dejado caer la pelota. Si Castillo no hubiera estado allí, seguramente le hubiera bajado el cierre de los pantalones a Peter en ese preciso momento. Dios, cuánto le gustaba tenerlo cerca en algunas ocasiones. A pesar de que la hiciera tener pensamientos y discusiones que prefería no considerar.

—No, en realidad, no.

El detective levantó la cabeza.

—¿Por qué no?

—Bedoya-Agüero es igual a Peter —respondió—. Acostumbrado a estar al mando, a que la gente lo escuche. Seguro de sí mismo, un poco arrogante. ¿Qué? no me mires así —dijo cuando Peter frunció el ceño—. Para ti, es un cumplido. —Tomó aire, retomando el tema que tenían entre manos—. Creo que me hubiera contado algo más si no nos hubiera interrumpido el aviso para la comida. Tras la cena, todo se volvió demasiado… caótico. —Y había permitido que su atención se centrara en Peter en vez de en el trabajo. Llegaron los sándwiches y las bebidas, y Castillo comenzó a comer. Peter hizo lo mismo, algo lógico, teniendo en cuenta que seguramente no había comido mucho durante el desayuno con su ex. Lali no tenía hambre, ni siquiera tratándose de sus sándwiches preferidos.

—Coincido en que pensar en un guardaespaldas viene a significar que temes por ti mismo, no por tu dinero. Eso quiere decir de que estás segura de esto, ¿no? —continuó Franco después de que hubiera desaparecido media merienda.

—Estoy segura de que esa fue mi impresión.

Castillo masticó y tragó.

—No es mucho como para dirigir una investigación, Lali.

—Ése no es mi problema.

—Lo sé. Es el mío. —El detective suspiró sonoramente.

—Por si significa algo, Peter no hubiera accedido a hablar con la policía sin reflexionar seriamente. Bedoya-Agüero tampoco lo habría hecho a la ligera.

Maldita sea, había tenido la sensación de que él necesitaba su ayuda. Por norma no era una samaritana ni de lejos, pero la había buscado por un motivo. Y, a propósito o no, ella le había fallado.

—Muy bien. —Castillo dio otro mordisco al sándwich, ayudándose a tragar con medio vaso de Coca Cola Light—. ¿Alguna cosa más? ¿Impresiones generales?

—Me caía bien. —Durante un momento examinó el honesto y competente rostro del detective. Gracias a Dios que él había sido el detective asignado para investigar la explosión en la mansión tres mesas atrás. De haber sido otro policía, éste podría no haberle dado la oportunidad de limpiar su nombre, y puede que ella no hubiera sido capaz de quedarse el tiempo suficiente como para hablar con Juan Pedro Lanzani—. ¿Puedes… me avisarás si descubres algo?

—Creo que puedo arreglarlo —consultó su reloj—. Rayos, Tengo que ir al juzgado de instrucción—. Se puso de pie, tomando el último cuarto de sándwich—. Gracias por el almuerzo.

—Cuando quieras, Franco. Te acompaño a la puerta. —Peter también se levantó, deteniéndose a darle un beso a Lali en la cabeza—. Espérame aquí, chiquita.

 —No esperes que tu sándwich esté aquí cuando vuelvas —dijo automáticamente, acomodándose para mirar más allá de la piscina.

Si ése era el mundo de la legalidad, no le gustaba. Lali tomó un pequeño sorbo de su refresco. Había evitado delatar a nadie, pero mientras Castillo sintiera que eran colegas, continuaría sonsacándole información. Y en cuanto conociera a sus potenciales víctimas —clientes— en persona, iba, por lo visto, a sentirse… responsable de ellos y de su seguridad. ¡Qué problema!

Aunque, tal vez, no debía desentenderse de todo aquello. Era demasiado tarde para salvar a Bedoya-Agüero, pero no lo era para ayudar a descubrir lo que le había sucedido. Quizá fuera eso lo que Bartolomé Bedoya-Agüero había querido de ella en realidad: asegurarse de que alguien supiera que algo sucedía. Y puede que descubrir de qué se trataba.

Continuará…