Capítulo 5

Chiquillas ♫ nanana! Jajjaajaja Cómo están?! Qué tal pasaron el día??? Espero que bien! Gracias por sus comentarios!!! Sorry que ayer no les pude avisar pero no me ando sintiendo bien… Si mañana me siento mejor intentaré preparar maratón para el domingo les parece?! Vamos a ver que se hace ;) Gracias a todas!!!! Besos! 

Ahhh! Y para las que no entienden algunas cosas... ya sabemos que estos dos son así! les encanta el misterio :P Igual, entendámoslos recién están aprendiendo lo que es vivir en pareja! De a pocos, las cosas seguro les quedarán más claras ;)

Twitter: @Caparatodos

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—A mí también me gusta el arte. Hasta donde sé, trataste de robar algunas piezas.

—Sólo una. —Lo miró con una expresión especulativa en sus ojos.

Era el momento de pasar a la ofensiva antes de que ella lo descubriera todo.

Capítulo 5:

—Estoy armando una galería pública porque quiero. Te pedí ayuda porque has trabajado en museos, tienes buen gusto para la decoración y no tengo que pagarte. Y, además, resulta que sabes un poco sobre mantener mi casa a salvo. Además, tienes un bonito trasero.

—Mmmm. No cabe duda de que tú también tienes buen gusto para las cosas, bombón. —Le agarró de nuevo la mano—. Ahora deja de molestar con lo de comenzar mi negocio y sigue mi bonita retaguarda a la galería. Quiero conocer tu opinión sobre la iluminación que estamos instalando para el pasillo de las esculturas.

—Ah. —Esa era Lali y sus malabarismos; confrontar y esquivar. Pero si quería cambiar el tema de los negocios por el de la exposición de arte, al menos ponía fin a la discusión por el momento—. ¿Y cuánto va a costarme dicha iluminación? —preguntó, siguiéndole el juego.

Su sonrisa reapareció.

—No querrás que tu Rodin deslumbre con una iluminación zafarranchera, ¿no?

—Es demasiado temprano para que sigas inventado palabras, amor —respondió, feliz de escuchar un sincero entusiasmo en su voz—. Y, tenía intención de preguntártelo antes, si alguien puede entrar con la facilidad con la que tú lo hiciste anoche, ¿por qué traería mi Rodin acá?

—El que yo pueda entrar no significa que otros puedan. Además, era una prueba. La idea es seguir mejorando la seguridad hasta que ya no pueda entrar.

—¿Así es como vas a chequear que los sistemas de seguridad funcionen?

—Todavía no sé. Pero podría ser divertido. Hay compañías que contratan a gente como yo para poner a prueba su seguridad.

«¡Genial!»

—¿Llamaste a donde te dije para tener una idea de lo que debes cobrar por tus servicios?

Lali suspiró.

—Peter, deja de meterte donde no te llaman. Anda a ganar tus millones, y deja que yo me haga cargo de mis cosas.

Peter quería seguir presionando, en gran medida porque a ella le sería más difícil meter sus cosas en una mochila y desaparecer para volver a su vida anterior una vez que tuviera un negocio establecido. Pero también reconocía la expresión de su rostro. Lali era una persona que odiaba tanto como él ser manipulada, y la había estado presionando constantemente.

—Muy justo. ¿Podríamos, al menos, desayunar antes de que me enfrente a la galería? —Francamente, le gustaba la idea de crear una galería pública, un lugar para exponer sus obras de arte y antigüedades de incalculable valor y alentar su estudio y conservación. Lo que le resultaba molesto era el sequito de obreros que invadían su privacidad y lo llamaban «milord». Democrático o no, sus compatriotas británicos eran incapaces de ignorar un antiguo y desfasado título heredado como el marquesado de Rawley. Benditos los latinoamericanos, y en particular aquella argentina que en esos momentos caminaba a su lado.

—Está bien. Comamos primero. Sólo recuerda que aunque la galería sea un favor, me pagas por hacerme cargo de la seguridad.

—Me acuerdo. Pero tú ten en cuenta que este favor me cuesta una pequeña fortuna.

Ella se rió por lo bajo, y sus hombros se encorvaron.

—Sí, pero cuando esté terminada será increíble. Puede que incluso ganes un premio.

—¡Ay! qué suerte tengo. ¿Por qué no entraste a través del caos de la obra?

—Porque es ahí donde está instalada la mayor parte de la seguridad. Y, además, sería hacer trampa.

Su chef local, Pierre Montagne, había preparado facturas para el desayuno. Por lo que Peter sabía, el maestro culinario jamás se había rebajado a tal cosa antes de la llegada de Lali, pero ella parecía ser tan persuasiva y encantadora con su servicio de Devon como lo era con sus empleados en Buenos Aires. Y daba la casualidad que las facturas eran sus preferidas.

Después de comer Lali lo llevó a lo que habían comenzado a denominar como el ala de la galería. Algún tiempo atrás había renunciado a intentar descubrir por qué a Lali no le era ningún problema robar lo que fuera y a quien fuera pero se negaba a robar museos o colecciones públicas… y, de hecho, prácticamente los adoraba. Algún tipo de cliché, supuso. Y, si se trataba de Lali, aquello guardaba una extraña y razonable lógica.

—Agrandé la habitación de acá —dijo, señalando en el plano que había tomado prestado al maestro de obra—, porque sería el lugar perfecto para tu Van Gogh azul. Hay que contemplarlo de lejos para entender el tema de la soledad y no perderte en los detalles de la ajetreada vida nocturna.

—Me sigue sorprendiendo lo bien que interpretas los planos —dijo, mirando fijamente su perfil.

Ella se encogió de hombros.

—Prácticamente aprendí a leer mirando planos. Además, acuérdate de que tengo una memoria casi fotográfica. —Lali se dio un golpecito en el cráneo.

Aquello tenía más que ver con el talento innato y la destreza que con la memoria, pero no quería inflar su ego más de lo necesario.

—Tu memoria no explica cómo sabes que tengo un Van Gogh azul —dijo en cambio—. Por el momento lo tiene en Louvre.

—Estoy inscrita en tu boletín mensual de seguidoras —respondió con voz fría, y sólo la alteración final indicaba que creía estar siendo graciosa—. Es tan solo 20 pesos al mes.

—Y haces que te lo mande acá, ¿no? —preguntó—. Ya que eso sería la cereza del postre. Sí, Juan Pedro Lanzani está inscrito en el boletín de su propio club de fans.

—Yo lo haría si tuviera un boletín. Pero no, lo mandan a la casa de Nico en Buenos Aires y él me lo manda a mí.

—Genial. Tu “socio” recibe mi boletín de noticias.

—Ex socio. Él también se retiró, ¿no te acuerdas?

Juan Pedro se colocó detrás de ella, rodeó su cintura con los brazos y se inclinó para darle un beso en la nuca.

—¿Cómo olvidarlo? ¿Y cómo está Nicolás?

—Como si te importara.

—Oye, a ti te importa, así que a mí también.

Ella se encogió de hombros contra su pecho.

—Está bien. Estoy esperando su llamada. Está… investigando una cosa para mí.

—¿Algo legal? —preguntó, manteniendo un tono divertido. Nicolás Vázquez era como un padre fiestero para una Lali alcohólica en rehabilitación. La adicción en este caso era el robo en vez del alcohol. Y no, no le caía bien Nicolás. Él era para Lali, lo más parecido a una familia, y era una mala influencia para ella. Peter apostaría a que el hombre se vio obligado a retirarse, dijera lo que dijese. Un profesional en la reubicación de adquisiciones, como se denominaba él mismo, no dejaba una carrera sumamente lucrativa por un capricho. Y mucho menos por el capricho de otra persona.

—Como si te lo fuera a decir, si no fuera legal.

—Lali…

Continuará…