Capítulo 36

Hola!!!!! Cómo les va?! Hoy si tempranito jijijiji ;) Muchas gracias a todas por leer, comentar y tw son lo más! Besos y nos leemos mañana!!! Que sigan bien el día!

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—Y en cuanto a lo de darse menos tiempo para estar a solas —prosiguió, acercándola más y levantándole la cara para mirarla a pocos centímetros de distancia—, quiero estar contigo cada minuto de cada día. Ya sabes lo que siento por ti.

Capítulo 36:

Con el pecho encogido, Lali salió del abrazo y se incorporó. Odiaba que hablara así; no porque no le gustara oírlo, sino porque cada vez le gustaba un poco más. Si lo permitía, Peter la consumiría, la atraparía en su vida y la haría pensar que eso era exactamente lo que ella quería. Pudiera ser, a la larga, pero no podía permitirse caer en ello sin analizar quién era el que deseaba aquello, y qué era lo mejor para ella.

Caramba, se había pasado sus veinticuatro años de vida aprendiendo que no podía depender de nadie que no fuera ella misma, y que inevitablemente la gente se preocupaba por su propia seguridad, comodidad y felicidad antes que por la de otra persona. Y tampoco ella era estúpida. Si la atrapaban mientras estaba con Peter, sería el imperio de éste el que sufriría las consecuencias de sus errores. De forma que, naturalmente, alentándola a cambiar cuidaba de sí mismo tanto como por ella. Así era como funcionaba el mundo, incluso para los peces gordos como Peter.

—¿Lali? —dijo en voz baja, sentándose a su lado—. Que no te entre el pánico.

—No estoy asustada. Incluso con la extraña jerga eres lo más… ya te lo he dicho. —Se sacudió. Había allanado una casa la noche pasada, y él ni siquiera lo sabía, y mucho menos la policía. Pero el hecho era que no podía, o quería, hablarle de su incursión… ¡la pucha!, tenía que concentrarse—. Pero creo que intentas distraerme y ganar la apuesta —improvisó.

Él la besó en la espalda.

—Hazlo a tu manera, amor. Nada nos apura salvo el desayuno.

Ella tomó aire.

—Está bien, está bien. Puede que al final recupere la cordura. Voy a ducharme. Quédate fuera. Y pregúntale a Hans si me prepara unos crepés, ¿dale?

Antes de que pudiera bajarse de la cama, Peter la agarró de la mano.

—No me has dicho que vas a tener cuidado.

—Ya te lo dije ayer.

—Eso fue ayer.

—De acuerdo, su señoría. Me voy a cuidar.

Tan pronto terminó de bañarse y desayunar junto a la piscina con Peter, Lali se subió a su auto y se dirigió al centro. En el camino, llamó a Franco Castillo al celular. Pensara lo que pensase Peter sobres sus métodos de investigación, Lali necesitaba saber qué había desaparecido de la casa de Bartolomé Bedoya-Agüero.

—Castillo.

—Franco. Soy Lali Espósito. ¿Tienes un segundo?

Lali pudo distinguir la sorpresa en su voz.

—Claro. Estoy en la comisaría.

—¿Podemos vernos en algún lugar?

Silencio.

—Claro. En la comisaría.

—Franco, no seas…

—¿Es un favor para mí o para ti, Lali?

Ella frunció el ceño.

—Está bien. Pasaré a verte a la comisaría —dijo, mientras se le enredaba la garganta.

—Ok, voy para allá. Te voy a llevar unas facturas.

—De chocolate con azúcar. Te veo dentro de quince minutos.

Le temblaba la mano cuando colgó su teléfono. Carlos Espósito, su padre, debía de estar retorciéndose en la tumba con la sola idea de que su hija fuera a la comisaría por su propia decisión. Nueva vida, nueva locura, supuso. Y había hecho una apuesta con Peter… una apuesta que no pensaba perder. Mucho menos cuando eso significaría fallarle a Bartolomé Bedoya-Agüero.

Se dio cuenta de que no le había preguntado a Peter por la visita de Pamela de la mañana anterior; teniendo en cuenta lo que había sucedido, el allanamiento que había realizado para devolver el anillo de diamantes, esquivar el tema por completo le parecía lo más razonable. Por otro lado, él tampoco había tocada el tema de Pame. Con todo ese rollo del caballero al rescate que tanto le gustaba a él, su silencio no era demasiado alentador. Al menos Sonne Brilliant no tenía con una casa para invitados a la que pudiera mudarse su ex, aunque, felizmente, aquél no parecía ser el estilo de Peter.

Secretos. Ambos guardaban secretos, y cuanto mejor conocía a Peter, menos le gustaba que él los tuviera. Tal vez por primera vez, entendió la frustración que ella le hacía sentir.

Sonó el teléfono. Miró al identificador. «Desconocido», susurró, presionando el botón de contestar.

—«Aló.»

—¿Aló? —respondió una voz con marcado acento inglés—. Con Mariana Espósito, por favor.

—Sí. Ella habla.

—Llamé a su oficina y su ayudante me dio este número. Trabaja en seguridad, ¿no es así?

Genial. Nicolás no estaba nada contento, si es que iba dándole su número de celular a desconocidos. Lali cambió de calle, pasándose el teléfono a la otra oreja. Tenía que conseguir uno de esos audífonos manos libres.

—Sí, así es.

—¿Me pregunto si podríamos vernos?

—Eso depende —dijo, girando a la derecha después del semáforo—. ¿Quién es usted?

—Ah, sí. Bueno, eso… eso es un poco vergonzoso. Primero debo pedirle discreción.

Ella frunció el ceño.

—Soy muy discreta.

—Muy bien. —Se aclaró la garganta, logrando que incluso el sonido aquel pareciera inglés—. Me llamo Michael. Michael Lyon.

Lali frenó de una forma un tanto brusca. A tal punto que estuvo a centímetros de chocar con un auto de color rojo. Haciendo caso omiso de los insultos, estacionó el Bentley.

—¿Michael Lyon de Fittings-dom?

—Ha oído hablar de mí.

—Juan Pedro Lanzani está encargándose de la compra de su empresa. Naturalmente he oído hablar de usted.

—Está intentando comprar mi empr…

—¿Qué es lo que necesita? —lo interrumpió—. Porque si va a intentar chantajearme o algo por el estilo, me gusta el chocolate… pero Lanzani no acepta consejos laborales de mí.

—Me temo que es un asunto personal, señorita Espósito, pero no me gustaría discutirlo por teléfono.

—Está bien, quiere una cita. ¿Qué le parece en mi oficina, dentro de una hora?

—De ninguna manera. ¿Qué le parece en el Starbucks del Unicenter, dentro de media hora?

El hombre conocía Buenos Aires. Y el lugar era lo bastante público como para disminuir su paranoia. Lali miró su reloj.

—Dentro de cuarenta minutos. Lo veré allí.

Colgó el teléfono, lo lanzó al asiento del copiloto y se centró de nuevo en el tráfico. Aquello era extraño, pero considerando cómo iba transcurriendo la semana, eso era decir demasiado.

Michael Lyon, el magnate de los accesorios para tuberías quería reunirse con ella en privado. Debería llamar a Peter, pero lo más lógico era descubrir primero qué estaba tramando.

Continuará…