Capítulo 4

Hola!!!! Qué tal recibieron agosto?! A darle la bienvenida con todo así nos devuelve todo ;) jijiji Y en esta parte del año es cuando dices, ¿cómo miércoles llegamos tan rápido a agosto si recién fue año nuevo? :P jajajaja

GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS por sus comentarios! Me encanta que las enganche tanto la historia!!!! Me pone feliz :D Vale, leí TODOS tus pedidos y me quedó RECONTRA claro tu punto jajajja intentaré que sea pronto ;)… Isa, también leí todo tu descargo! Me encantó que lo hicieras!!! Muchas gracias!!!!!

Y… les cuento que en http://www.facebook.com/groups/468330719858887/ hay nove Laliter ;) únanse al grupo!!!!

Besos y nos leemos mañana!

Twitter: @Caparatodos

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—No desde que te conocí. —Enroscando la mano en su pelo, tiró de ella para darle otro profundo y largo beso—. Y ten la soga a mano. Puede que sienta la necesidad de vengarme, chiquita.

—Mmm. Promesas, promesas.

Capítulo 4:

Miércoles, 7:18 a.m.

Peter se despertó antes que Lali. Normalmente lo hacía. La mayoría de la gente que aseguraba ser un ave nocturna no tenía ni idea de lo que decían. Lali vivía de noche y, salvo algunas excepciones, odiaba levantarse temprano.

Sus hábitos de sueño eran un buen recordatorio sobre las diferencias existentes entre ellos. Las necesidades de dirigir un conglomerado internacional lo obligaban a levantarse temprano y quedarse despierto hasta altas horas. Por el contrario, hasta hacía tres meses, Lali había desempeñado la mayor parte de su trabajo de noche. Robos de guante blanco, hurtos, atracos de arte y joyas, cosas que sabía a grandes rasgos, pero de las que probablemente nunca conocería los detalles… salvo los de su último trabajo. Aquél iba a quedar para el recuerdo. Y si ella no hubiera estado en su casa de Buenos Aires, tratando de robar una valiosa tablilla de piedra, seguramente él habría muerto en la explosión que, literalmente, los había lanzado juntos. Le había salvado la vida esa noche, y desde entonces salvar la de ella se había convertido en su meta.

Juan Pedro se inclinó para besar suavemente a Lali en la mejilla, acto seguido bajó de su cama y se escabulló en la enorme habitación privada de al lado. En cuanto concluyó la llamada a Nueva York con relación a la investigación que había ordenado sobre los aranceles chinos, llamó a la cocina para pedir que le prepararan un té y se metió a la ducha. Tenía un moretón a un lado de la cadera debido al desplome del sillón la noche anterior, pero para él, había valido el destrozo.

Lali le había dado un susto terrible en el momento que la vio entrar por la ventana de la biblioteca. Si no hubiera pasado tres horas manejando para llegar a casa, si no hubiera dado la casualidad de que iniciara su búsqueda por la biblioteca, se hubiera perdido su llegada.

Y gracias a Dios que no había sido así; al parecer la única forma de convencerla de que no debería volver a su antigua, y muy lucrativa, vida criminal era ir un paso por delante de ella.

Ya conociendo el típico clima de enero en Devon, se puso un sweater de cuello volcado y un jean antes de salir de la habitación y dirigirse a su oficina. El té lo esperaba cuando se sentó a su escritorio, y sostuvo la caliente taza en las manos durante un momento antes de tomar un sorbo e iniciar la sesión en su computadora.

Llamó a sus oficinas de Londres después de las ocho para solicitar el último informe. Cambió todas las citas del día para así no tener que manejar de nuevo a la ciudad hasta el día siguiente y le encargó a su secretaria que organizara una reunión con el secretario de Comercio para después del fin de semana. Terminado aquello, se acomodó para revisar las cifras de cierre del mercado bursátil americano, tomándose el té al tiempo que indagaba.

Veinte minutos después se puso en pie, se estiró y fue hasta el pasillo. Había armado una oficina junto a la suya para Lali en lo que históricamente había sido el espacio ocupado por el administrador de la propiedad. Dudó antes de poner la mano en el pomo de la puerta. A pesar de su oscuro pasado, Lali había sido honesta con él desde un principio, y si ella decía que había decidido empezar una pequeña empresa de seguridad, entonces eso era lo que hacía. Sin embargo, el problema era doble: uno, una pequeña empresa parecía más un hobbie que un cambio permanente de carrera; y dos, si su reacción a la entrevista con Paul Holton era indicativa, al parecer recomendar sistemas de alarma no le causaba la suficiente adrenalina para satisfacer a una adicta a esa sensanción. Juan Pedro frunció el ceño.

—Nadie te dijo que no deberías fruncir el ceño, porque tu cara podría congelarse en esa postura —llegó la voz de Lali a unos pasos de distancia.

El apenas evitó dar un brinco sobresaltado.

—No es más que un rumor —contestó, girándose de cara a ella—, creado por los vendedores de cosméticos.

Verla lo dejó sin aliento, como sucedía casi cada vez que le ponía los ojos encima. Su mejor amiga; su ladrona; su amante; su obsesión; lo que significaba para él cambiaba y evolucionaba con cada latido de su corazón. Sus rasgos —ojos pardos, pelo castaño hasta los hombros, delgada, de baja estatura y con figura atlética— lo enloquecían tanto como su forma de ser.

—Se me ocurrió que podría ayudarte con tu propuesta para Paul Holton —improvisó, siguiéndola adentro.

—No estoy segura de querer hacerle una propuesta a Holton —dijo, iluminando la habitación—. Te dije que prefería centrarme en iniciar un negocio en Buenos Aires antes de abrir un megaconglomerado internacional. Nunca antes he dirigido un negocio. —Lali le ofreció una fugaz sonrisa—. No que fuera legal, para tal caso.

Por supuesto que prefería trabajar en Buenos Aires. Era ahí donde se habían conocido, y donde había comenzado a sentar débiles raíces. Tomándola de los dedos, la acercó para darle un beso.

—No existe la palabra «megaconglomerado». Holton es un vecino, y necesito quedarme en Inglaterra por lo menos otra quincena.

—Nada de «quincena». Dos semanas. Y lo comprendo. Me estás diciendo que me mantenga ocupada mientras trabajas —comentó, alejándose de él—. Qué tontería. Tengo cosas que hacer, y no tienen nada que ver contigo, amigo. ¡Ah!, ahora dirás que decidiste convertir todo el ala sur de tu casa en una galería de arte pública porque yo dije que me gustaba el arte y porque no quieres que me aburra.

«Eso sólo había sido parte de los motivos.»

—A mí también me gusta el arte. Hasta donde sé, trataste de robar algunas piezas.

—Sólo una. —Lo miró con una expresión especulativa en sus ojos.

Era el momento de pasar a la ofensiva antes de que ella lo descubriera todo.

Continuará…