Capítulo 23

Hola chicuelas!!!! Cómo les va hoy?! Gracias por sus comentarios y daleeeee que suban las 19 que desde hace unos días se quedaron estancadas ;) Besos y que sigan bien y disfrutando el día!

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—¡Sorprendente! —El abogado miró de nuevo por la ventana de su oficina—. Qué horror.

—Gracias.

Capítulo 23:

—No estamos aquí por eso —intervino Peter. Lali se alegraba de que hubiera sacado el tema; viniendo de ella, se hubiera acercado demasiado a pedir un favor, y si había algo que no quería, era estar en deuda con un abogado. Lali tomó aliento y se sentó en una de las sillas de suave piel de la oficina. Genial. Le diría a Nicolás que le gustaba el cuero.

—Si la idea no era provocarme un aneurisma, ¿qué es lo que pasa?

Peter se sentó junto a ella, tomándola de la mano. Posesión, pertenencia, tuviera el significado que tuviese aquello, en ese instante le era indiferente.

—¿Te enteraste sobre lo que pasó con Bartolomé Bedoya-Agüero?

Dalmau asintió.

—Uno de mis abogados criminalistas estaba en la comisaría cuando recibieron el aviso por interno.

—¿Se enteró de algo interesante?

La mirada del abogado se desplazó de Peter a Lali, su expresión divertida se profundizó en sospecha.

—¿Porqué?

—Curiosidad —respondió Peter.

—No, no, no. Es más que eso. Lo siento. Espósito tiene algo que ver en esto. ¿Qué? Como tú abogado, debo ser avisardo cuando…

—¡Yo no tengo nada que ver! —protestó Lali—. ¡Dios, mira que eres paranoico!

—Lo que tengo es experiencia —remarcó Dalmau—. Ésa es la diferencia. ¿Y bien? ¿A qué se debe tu interés por Bedoya-Agüero?

Lali hubiera respondido, pero desistió cuando Peter le apretó la mano con más fuerza.

—Ayer le pidió a Lali asesoramiento sobre su sistema de seguridad —le comunicó—. Antes de hablar de esto con alguien, preferiría contar con algunos detalles más acerca de su muerte.

—Estupendo. —Dalmau se puso de pie de nuevo—. Espera aquí un minuto. Iré a hacer algunas llamadas y veré lo que puedo averiguar.

Después de que se cerrara la puerta, Lali le soltó la mano a Peter y se levantó para pasearse de un lado a otro de la ventana.

—¿Por qué tengo la sensación de que podría haber hecho esas llamadas desde aquí?

—Está tratando de distanciarme, de distanciarnos a ambos, de cualquier pregunta.

—¿Qué, acaso tiene un teléfono espía aquí para que sus informantes puedan vernos? Lo que quiere es que yo no escuche lo que pasa.

Peter no pareció en absoluto tocado por la retirada de Dalmau.

—Es más probable que no quiera que critiques sus métodos para juntar información, amor.

Ella se tomó un momento para asimilar aquello.

—¿Quieres decir que le pongo nervioso?

—Me parece que si quisieras, podrías poner nerviosa a mucha gente. Eres muy inteligente, ¿sabes?

—Claro, para tratarse de una chica que en total ha ido unos dos años al colegio y que ha viajado mucho.

Él le dedicó aquella cálida y encantadora sonrisa que le hacía desear cubrirla de besos y murmurar toda clase de cursilerías.

—No, para tratarse de cualquiera. Pero no le cuentes a Gastón que te dije esto.

Profundamente halagada, Lali le sonrió.

—Sí, él se gastó una fortuna para ir a Yale.

Juan Pedro se rió entre dientes.

—En realidad, Gastón fue becado.

—¡Wow!. Muy bien, se ganó un punto a su favor.

Al menos había logrado distraerla durante un rato, pensó.

Su primer cliente oficial, Bedoya-Agüero tenía que aparecer muerto. Desde luego que lo sucedido a Bartolomé no era culpa de ella, pero Juan Pedro no había logrado notar la rectitud de su espalda y la tensión que recorría sus hombros. Bedoya-Agüero la había impresionado, y ella hubiera realizado un trabajo excelente para él. Una vez que el informe de Gastón aclarara los detalles, podría deshacerse de la persistente sensación de que ella se estaba tomando todo aquello de una manera demasiado personal.

Cuando Gastón atravesó de nuevo la puerta, Juan Pedro levantó de su asiento con demasiada brusquedad. No tenía intención de dejar que un mal comienzo tirara por la borda su mejor oportunidad de reformarse… y de continuar siendo honrada.

—¿Qué pasa?

—La hija de Bedoya-Agüero lo encontró en el suelo de su escritorio con un agujero de bala en el pecho. Llamó a la policía y ésta sigue investigando el lugar. Está claro que ha desaparecido un montón de dinero, y un juego de joyas de rubíes… y todo cuanto tenía en la caja fuerte de su escritorio. Y creen que alguna obra de arte.

Juan Pedro no pudo evitar lanzar una mirada a Lali. Aparte del agujero de bala, aquello se parecida, a sobremanera, a algo que ella pudiera haber llevado a cabo en su vida anterior.

—¿Tenía algún sistema de alarma? —preguntó, descubriendo que estaba al menos tan enojado con Bedoya-Agüero como con su asesino. El hombre podría haber tomado algunas medidas para proteger su propiedad y su persona.

—Sí —respondió Lali.

Gastón asintió igualmente.

—Los samaritanos se están lanzando al cuello los unos a los otros asegurando que la alarma posiblemente no debía de estar activada. Yo no esperaría que dijeran nada diferente. «Mierda, no funcionó» seguramente no resultaría beneficioso para su negocio. —Volvió a mirar a Lali—. Puede que también tú quieras tener eso presente.

Ella entrecerró sus ojos verdes.

—Hum, con un consejo como ése, no es de extrañar que tengas tanto éxito. Gracias, Yale.

—Al menos mi primer cliente no fue asesinado —respondió, señalando a Juan Pedro.

—Lo cual es gracias a Lali —recordó Juan Pedro—, teniendo en cuenta que me salvó la vida. Y Bedoya-Agüero no firmó ningún contrato con ella, de manera que no es, no era, su primer cliente.

—Sí, lo era —interrumpió Lali—. ¡Bien por nosotros!, me alegra que Peter siga respirando, pero…

—Gracias —dijo secamente el aludido, sin tomarse de forma personal su sarcasmo.

—Pero ¿podemos ser un poco más constructivos? ¿Tiene algún sospechoso la policía?

Gastón se aclaró la garganta.

Continuará…