Capítulo 31

Hola, hola!!!!! Cómo les va?! Como muchas ya vieron, POR FIN terminé la sorpresa, era ahora o nunca jajaajjaja peor que un parto fue! Meses me demoré… UN HORROR lo mío, pero bueno! Todo sea por ustedes! Me causó risa el post de la sorpresa, muchas se hacen las locas y no comentan eh, pero les dicen nove y fummmm aparecen! ME ENCANTA que lean!!!! Pero dale chicuelas! Anímense a comentar pues! ;) Otra cosa y ya me dejo de chácharas! Prefieren que cambie el programa de descarga de noves?! Por ahí alguna en el que les sea más fácil?! Disfruten del Saturday night y vivan a pleno! Besos y nos leemos mañana!

Sara López: Gracias por leer la nove!!! :D y déjame el link así te recomiendo y puedo leerla, que no encuentro tu blog ;) besos

Twitter: @Caparatodos

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Tan pronto llegó a su escritorio, marcó el número directo de Gastón Dalmau. Ayudar a Pamela se había convertido en una prioridad, aunque no fuera más que para que lo dejara en paz. Tenía que concentrarse en otra persona… y cometer un error en relación a Lali podría significar mucho más que perderla. En lo referente a ella, los errores podían ser fatales.

Capítulo 31:

Mirando a su alrededor mientras se sentaba al volante del Lexus, Pamela le dedicó una sonrisa forzada a Reinaldo. Aquello no se veía bien. En cuanto regresó a las calles de Buenos Aires, se volvió vulnerable. Sin duda Daniel había disfrutado de su noche juntos después de su pequeño experimento en la cena de los Olaechea. También ella había disfrutado. Por Dios, no era de extrañar que Lali Espósito robara objetos. Jamás se había sentido tan excitada en toda su vida.

Pamela jugueteó con el anillo de diamantes que llevaba en el bolsillo y dobló en una esquina. No tenía sentido. Esa perra robaba cosas, y a juzgar por el modo en que Juan Pedro y ella se pegaban el uno al otro a la menor oportunidad, estaban encamándose como conejos. Pero cuando lo hacía ella —lo sugería, siquiera—, le pedía que se largara.

Ahora tenía un anillo de diamantes robado y a nadie que la ayudara. No podía inventarse alguna excusa para visitar a Lidia Olaechea y devolverlo, porque la policía vincularía de inmediato la desaparición y reaparición con ella. No podía contárselo a Peter, pues prácticamente la había llamado imbécil por pensar en hacer algo semejante. Peor aún, únicamente la acusaría de tratar de imitar a esa trepadora.

Esperen un momento. «Esa trepadora.» La idea la dejó sorprendida, pero Espósito sabría qué hacer con el anillo.

Pamela respiro hondo. Si tenía suficiente cuidado, podría incluso ponerle el anillo a Espósito en el bolsillo. Luego podría llamar a la policía y ser una heroína. La policía iría detrás de esa arribista, y sería esa arribista quien iría a la cárcel, y Juan Pedro se quedaría sin nadie.

Según le había contado Daniel, Espósito tenía una oficina en Microcentro. Sonriendo, Pamela se dirigió al distrito empresarial. El robo podía perfectamente resultar rentable, después de todo.

Lali se detuvo en la entrada, en el área de recepción de su oficina. Sentadas en los sillones de piel que adornaban la pared lateral y la del fondo, había nueve jóvenes, vestidas de modo profesional, todas ocupadas rellenando unos formularios. Nicolás se encontraba detrás del mostrador de recepción con el teléfono pegado a la oreja.

No fueron tanto las siete mujeres jóvenes y los dos tipos guapos lo que hicieron que Lali se detuviera, sino ver la decoración… y a Nicolás vestido de saco y corbata.

—¿Qué rayos pasa acá? —preguntó, cerrando la puerta al entrar.

—Ah, señorita Espósito. ¿Me permite unos minutos en su oficina? —respondió un hombre mayor, una blanca sonrisa delgada se extendía en su rostro.

—Claro.

Cruzó la puerta más cercana que llevaba al fondo de la recepción y al pasillo y oficinas de atrás. Cuando dobló la esquina, el trasero de Nicolás desapareció dentro de su oficina delante de ella, y Lali aminoró un poco el paso para darle unos segundos para pensar. Dos cosas le resultaban extrañas: una, la mitad de la oficina del fondo estaba abarrotada de muebles de al menos dos siglos distintos; y dos, Nicolás vestía un traje, de saco y corbata.

—¿Dónde te has metido? —preguntó apenas ella terminó de entrar en la habitación.

—Tuve que hacer un par de encargos —dijo—. Tu vecino de al lado estaba agarrando tus rosas otra vez.

Su mirada se intensificó.

—¿Estuviste en mi casa? ¿Qué herramientas te llevaste?

—Unos binoculares y el juego extra de ganzúas.

Lali pasó un dedo a lo largo del borde del escritorio que ahora formaba parte de su oficina.

—Mmm, es auténtica caoba.

Nicolás sonrió.

—Claro que lo es. Sabía que lo valorarías. Pero no te encariñes demasiado. Sólo contamos con estos muebles por seis semanas.

—¿Lo has alquilado? ¿Por qué no… ?

—Nosotros no alquilamos nada.

Lali regresó a la entrada y se asomó para observar a la desigualada mezcla de mesas, lámparas y sillas de la sala de espera. Era de su gusto. Nicolás la conocía mejor que nadie, de modo que eso no era sorprendente, pero resultaba… extraño.

—De acuerdo, explícate.

—Estamos almacenándolo.

—¿Almac… ?

—Sé que estás tratando de mantenerte en el buen camino, así que no tienes nada de qué preocuparte, nena.

—Pero…

—Mira, si no te gusta, búscate tus propios muebles.

Genial. Ahora podía hacer enojar a Nicolás o arriesgarse a que la arrestaran por esconder muebles robados.

—De acuerdo. Confío en ti. ¿Quiénes son los estirados que están sentados a la entrada?

—Uno de ellos va a ser tu recepcionista, supongo. No han hecho más que comenzar a llegar. No deberíamos haber publicado la dirección en el anuncio de trabajo.

—Probablemente no.

—Hace una hora había treinta y tres. Tuve que cruzar la calle para ver a Dalmau y mandar a hacer algunos formularios para darles y así mantenerlos ocupados.

—Ya somos populares. Eso es bueno.

—Es bueno si estás aquí para ayudarme, Lali. De lo contrario, se complica. El resto de los entrevistados son tuyos.

Lali parpadeó.

—¿Yo? No pienso entrevistar a nadie. Ése es tu trabajo.

—No, no. Nada de eso. Dijiste que soy tu socio. Eso no significa que tenga que cargar con las entrevistas en vez de depositar un cuarto de millón en mi cuenta de Suiza. Y he conseguido los muebles, ¿te acuerdas?

—No seas aguafiestas, Nicolás. Algunas semanas más como la última que pasé como ladrona y llevarás ese terno a mi funeral.

Él hizo una mueca.

—De acuerdo. Muy bien. Pero ahora mismo soy el socio que se va a almorzar.

—Tú… —Cerró la boca, mirando nuevamente a su ropa—. Vas a almorzar con la corredora, ¿no? Con Gimena.

—Eso no es asunto tuyo, enana. —Le entregó una folder con papeles—. Toma. Escribí algunas preguntas para que empieces con ellas en las entrevistas. Buena suerte.

Se fue de la oficina. Con el corazón palpitándole con fuerza, Lali corrió detrás de él.

—Espera un minuto. ¿Cuándo vas a regresar?

—Si tengo suerte, mañana. La llave de la puerta está en la puerta derecha del mostrador de recepción. No te olvides de poner la alarma. Las instrucciones están en el mismo cajón.

—No necesito instrucciones para una alarma —le respondió, corriendo nuevamente detrás de él. Esto era absurdo. Tenía que investigar un asesinato. Y había nueve, nueve personas ahí, todas esperándola.

—Nicolás, no puedo…

—Claro que puedes. Eres la jefa.

Continuará…