Capítulo 3

 

Hola, hola!!! Cómo les va?! Espero que todo bien! Ya llega el finde así que metámosle para disfrutarlo con todo!!! MUCHISIMAS GRACIAS por todos sus comentarios y estar ahí! Son lo más, y no me importa ser repetitiva o aburrida jajajaj, pero es la verdad!!! Besos y nos estamos leyendo ;)

Twitter: @Caparatodos

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Pero no lograba concentrarse en el trabajo. Se acercó a la ventana. La tormenta había dejado una fuerte lluvia tras su paso. Pensó que debía volver a Buenos Aires, a su oficina, su casa y sus amigos. Tal vez fuera a ver a su madre después del trabajo. Ella siempre le levantaba el ánimo.

En el aire se respiraba, delicada y fugaz, la fragancia de una mujer, que parecía burlarse de aquello de lo que carecía su vida.

Capítulo 3:

Claudia se había casado nuevamente después de que el padre de Peter muriera de un ataque al corazón. Una muerte extraña, para un hombre que nunca había tenido indicios de afecciones cardíacas. El recuerdo de su padre estaba lleno de carencias y ausencias, de frialdad y de distancia, de todo lo que podía reunir un militar, fóbico a todo lo relativo a la emoción y el trato íntimo.

En consecuencia, cuando su madre se volvió a casar con Francisco Molinari, un coleccionista retirado que amaba la poesía y la jardinería, se había puesto muy contento. Claudia había florecido en los once años que habían vivido juntos, y Peter había lamentado sinceramente su muerte, irónicamente, a consecuencia también de un ataque al corazón.

Francisco y Claudia habían tenido tres mil metros de tierra en Bahía Blanca, y hacía dos semanas que Claudia se las había alquilado a un profesor de universidad y su familia, y se había comprado una casa pequeña en la ciudad. Y como acababa de mudarse, Peter había decidido quedarse en un hotel.

Claudia le abrió la puerta a su hijo, y lo hizo pasar.

-Pareces cansado -le dijo.

Peter se miró en el espejo de la entrada. Su pelo castaño, ojos verdosos, y lunares que adornaban su rostro... Se había mirado muchas veces, y jamás había podido entender por qué las mujeres, secretarias, empresarias, y jovencitas, lo consideraban irresistible.

-Necesitaría afeitarme -dijo Peter.

-Lo que necesitas son vacaciones. Trabajas mucho.

-Sí, mamá -respondió él, dándole un beso a su madre. Era una discusión que tenían siempre-. Deberías vender ese espejo, no combina con la casa.

-La casa combina conmigo, y el espejo se queda. Le gustaba mucho a Francisco.

Claudia le sirvió un whisky con hielo sin preguntarle.

-Podrías haberte comprado una casa más grande que ésta, mamá. Ni siquiera has tocado la cuenta que te abrí en el banco.

Claudia agregó coca-cola al ron, según ella el ron era una excusa para tomarse una coca-cola.

-Ya sabes cómo soy. No me gusta depender de nadie. Y soy muy vieja para cambiar.

-Espero que no hayas tomado la decisión de mudarte a las apuradas.

-Hacia un tiempo que tenía ganas de hacerlo. Antes de que me viera obligada a ello, Peter. No hay escaleras en la casa, es una ventaja. Y tengo cerca una biblioteca, una librería y un supermercado. Además puedo tomar desde aquí un taxi para ir al teatro o a algún concierto -levantó su vaso en un brindis-. Soy realmente feliz en este lugar. Come, aquí tienes papas fritas.

Claudia no le hacía caso al colesterol. Peter se sirvió unas cuantas, sonriéndole afectuosamente, reconociendo, como siempre lo había hecho, lo agradecido que debía estar con su madre por darle el amor que su padre nunca le había dado.

-Tienes que hacer algo con el jardín -dijo Peter.

-Sembrarle césped.

-¿Cómo?

-Pasto, Peter, pasto.

-Pero tenías un jardín tan lindo en la otra casa.

-El cambio es la esencia de la vida -dijo ella-. Hacerse vieja no quiere decir acobardarse.

-Nadie te tildaría de cobarde, mamá -y Peter recordó a Lali Espósito, sus ojos marrones.

Ella tampoco era cobarde. Seguramente a Claudia le habría caído bien.

-Toda esa tontería acerca de los años dorados. No sé qué hay de dorado en la artritis, y en que todos tus amigos se comiencen a morir -lo miró por encima del borde del vaso-. No debería decir esto. Pero me gustaría que no pasara mucho tiempo para ser abuela de nuevo.

-¡No, mamá!

-Hace dos años desde entonces.

-Si... -Peter negó con la cabeza sin remedio-. Parece ayer.

-No puedes seguir refugiándote en tu trabajo.

-Supongo que no -forzó una sonrisa-. Si conozco a alguien serás la primera en saberlo.

-No vas a conocer a nadie hasta que no bajes la guardia. Eso es tan evidente como tu imagen en el espejo de la entrada. Y ahora, quiero que me ayudes a mover un mueble de mi habitación, y así dejamos esta conversación.

-Sí, obvio, te ayudo- Peter se apresuró a terminar su bebida.

Una hora más tarde el mueble estaba en otro sitio, habían colgado los rieles de las cortinas, y sacado libros de las cajas, y él estaba de camino al hotel, por las calles mojadas. Su mamá nunca había mencionado la pérdida de su nieta hasta ese día. Y Peter prefería que no siguiera con ese tema. Era un tema que no quería agregar a otros que ya lo angustiaban.

Estaba como perdido, y decidió ir al club de tenis, donde había comprado unos pases en otra oportunidad. Era muy tarde por la noche, le sería difícil encontrar un compañero para jugar.

Miró el horario de las canchas, y vio que estaban allí Bruno Arregui y Tomás Méndez. Había jugado con ellos anteriormente. Luego descubrió otro nombre en la lista escrita a lápiz: Lali Espósito. Había reservado una cancha a las siete de la mañana del día siguiente, con alguien llamado José Rojas.

Se quedó inmóvil, recordando su rostro. Por algún motivo no se sorprendía de que jugara tenis, un deporte que necesitaba total concentración, estar en forma, y reflejos rápidos. Además, ella no vivía muy lejos de allí. Lo había sabido al averiguar cosas sobre su empresa.

Frunciendo el ceño, Peter se dirigió hacia los vestuarios.

Continuará…