Capítulo 9

Hola, hola! Qué tal??? Ojalá que todo bien y llevando lo mejor que se pueda la semana! Gracias por sus comentarios :D son muy pero muy lo más! Me alegro que les esté gustando la historia!!! Besos y nos leemos mañana!

Twitter: @Caparatodos

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«No quiero que se case con otro», pensó Peter. Pero no comprendía por qué, si él no tenía intención de casarse con ella.

Lali tenía ganas de llorar. La suavidad de Peter la había hecho emocionar.

Capítulo 9:

–¡No quiero casarme, Peter! –Lali liberó su mano–. Siento haberte hecho este planteo. Ha sido una estupidez. ¿Podríamos cambiar de tema, por favor?

Parecía triste. Y él le hubiera hecho muchas preguntas, pero, ¿para qué?

Era hora de cambiar de tema. Ella tenía razón.

–Puedes probar mi mousse de chocolate, si quieres. Pero una cucharada, nada más.

–¡Tú puedes regalar otras cosas, pero mousse de chocolate, no! ¿No es así? – contestó con una sonrisa cansada.

–Un hombre tiene que tener sus límites –y le ofreció una cucharada.

Lali se acercó, y saboreó la crema, dejando la cuchara limpia.

–¡Está delicioso! –dijo, cerrando los ojos.

Se le estaba soltando el pelo, y sobre las orejas le caían hebras sedosas.

«Aún te deseo», pensó Peter. «Nada de lo que has dicho ha cambiado eso. Te deseo tanto... »

«Y ¿qué puedo hacer con eso?», se dijo Peter.

–¿Quieres probar el pie de limón? – le ofreció Lali, mientras sonreía e iba abriendo los ojos con lentitud.

–No, gracias –dijo Peter cortante–. Lali, yo tampoco deseo involucrarme en una relación contigo.

–Entonces no nos involucraremos. Es muy sencillo.

Pero él no estaba seguro de que lo fuera, si de Lali Espósito se trataba.

–Tienes treinta y un años, y tienes la empresa desde hace cinco años. ¿Qué has hecho antes de eso, Lali?

Ella dio un mordisco a pie antes de contestar.

–Está delicioso... –y por su mente pasó su vida profesional como en una película. Era una manera de no decir nada. Hablar de ello no suponía ningún riesgo, y además evitaría el momento de intimidad que se avecinaba–. Hice un curso de administración de empresas, y trabajé en una agencia de viajes, cuando tenía unos diecinueve años –cuando había conocido a Guillermo–. Luego me empecé a especializar en viajes para mujeres solas; di con un mercado nuevo que me llevó más tarde a dirigir la agencia, y finalmente compré la agencia. Me hice cargo de ella durante tres años. Al principio era un trabajo muy bueno y recreativo. Visité muchos lugares interesantes y exóticos. Pero con el tiempo me di cuenta de que me pasaba la mayor parte del día mirando la pantalla de la computadora, y tratando con contadores –se rió pícaramente–. Así que la vendí, siendo un negocio muy rentable, dicho sea de paso.

–No eres del tipo de persona para estar en una oficina.

–No, en absoluto –y comió otro bocado de pie–. Ese verano trabajé en una región turística. Allí, me di cuenta de que la belleza de lo natural es incomparable. Son las ciudades las que necesitan ayuda. Y mucha. Así que hice un curso de diseño en horticultura y puse mi propia empresa –eso era todo lo que podía acercarse al tema de Guillermo–. Llevó un tiempo que me conocieran, pero ahora parece que la cosa está encaminada.

–¿Entonces, qué vas a hacer después?

Ella se rió.

–Tengo interés en encargarme de los suministros de bulbos y árboles, los que puedan adaptarse a nuestro clima. Muchos de los catálogos son de otros lugares, otros climas. Me gustaría dedicarme a ese tema.

–Estoy seguro de que te irá bien si lo haces... ¿Quieres más café? ¿O una copa?

–No, gracias. Creo que ya es hora de irme. Tengo una entrevista a las ocho y media mañana. Pidamos la cuenta, y la pagamos a medias, ¿te parece?

–¿Por qué no? ¿Compartiremos el taxi también?

–He traído la camioneta. El asiento del copiloto está un poco sucio. Tuve que llevar a analizar unas muestras de tierra. Lo siento.

No lo sentía realmente, pensó Lali. Ya era bastante con que le hubiera pedido que fuera el padre de su hijo, para coronar la noche invitándolo a subir a su auto. Cuanto antes se alejara de él, mejor.

Pagaron y dejaron la propina. Lali se puso el abrigo.

–Te acompañaré hasta la camioneta antes de pedir un taxi.

Lali no tuvo fuerzas para discutírselo. Y caminaron por la calle oscura.

–Parece que no va a subir más la temperatura...

Peter la agarró del codo. Se escuchaba la música de los bares de alrededor. Unos adolescentes llenaron la calle de risas y voces por un momento. Lali iba deprisa. No veía la hora de estar sola. Había hecho el ridículo esa noche.

Cuando llegaron a la camioneta, se giró para mirar a Peter.

–No creo que nos volvamos a ver –dijo ella–. Muchas gracias por toda tu ayuda, y buena suerte en todos tus proyectos.

El viento la despeinaba. Parecía tan distante como una estatua. El no tenía nada que perder. Nada. Le tomó la cara con la mano, le dio un beso en los labios y dio un paso hacia atrás.

–Adiós, Lali –y para su satisfacción, notó que ella ya no parecía una estatua. Más bien parecía que tenía ganas de atropellarlo con la camioneta–. Esperaré aquí a que te vayas con la camioneta –ella abrió la puerta torpemente, subió y dio un portazo. Inmediatamente el motor del vehículo rompió el silencio, y ella desapareció por la calle.

Peter se quedó con las manos en los bolsillos del saco, mirándola. Había sido demasiado. Necesitaba dar un paseo. Volvería al hotel caminando. Además, no tenía sueño.

Lali Espósito no le era indiferente, como él no le era indiferente a ella.

Pero daba igual. Porque él iba a sacársela de la cabeza.

Continuará…