Capítulo 6

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-¿No está entusiasmado?

«Sí», pensó él. «Sexualmente entusiasmado, y excitado, y no de la forma que usted quisiera, señorita Espósito».

Capítulo 6:

-Sí, por supuesto. Simplemente que como soy más grande, lo disimulo más.

-¡Bueno, tampoco exageremos, tiene sólo treinta y cuatro años!

-Debería usar guantes -dijo él distraído, mirándole las manos.

-Siempre me olvido de usarlos. Debería verme las manos en verano. No creo que pudieran salir en una revista de modas. Todos los años me compro un par de guantes para jardinería, y todos los años los pierdo el primer día que me los pongo -frunció la nariz, todavía estaba animada-. Algunos lo llaman regresión. Me gusta hacer castillos de arena y de tierra. La camioneta, las tarjetas de la empresa, los diseños por computadora, son todas excusas para ensuciarme las manos y las uñas con tierra.

-¿No la dejaban hacer castillos de arena cuando era niña?

-Mis padres eran muy estrictos. Vestidos de princesa y manos limpias.

-Sus ojos son color caramelo, una hermosa combinación de marrón y negro, brillante -dijo Peter, como quien acaba de descubrir algo.

-Bueno, la verdad es que no me habían comparado nunca con el caramelo, dulce y pegajosa. ¿No se le ocurre nada mejor? -Bromeó Lali-. ¿Sabe una cosa? Usted tiene el pelo color tierra fértil.

-¿El color de la materia vegetal podrida? Gracias.

-Y sus ojos, son como un mineral, verdes con un marrón muy bonito.

A Peter le gustó el juego.

-Hojas de haya en otoño. Eso es a lo que me recuerda su pelo -su voz se hizo más profunda-. Mi padrastro solía plantar peonías rosa, exactamente el color de sus mejillas en este momento.

De pronto se dieron cuenta de que tenían las manos entrelazadas, entonces Lali retiró las suyas.

-Será mejor que nos vayamos. Se le hará tarde.

-Si todos los asuntos legales se arreglan antes de que me vaya a Buenos Aires, me gustaría invitarla a cenar. Para celebrar -dijo él, sorprendiéndose a sí mismo. Ahora ya era demasiado tarde para retractarse.

-Yo... Supongo que... es buena idea.

-Bien. La llamaré -él miró su reloj-. ¿Puede llevarme nuevamente a mi oficina en siete minutos?

Hablaron de cosas sin importancia durante todo el camino. Lali no se volvió a acercar a él. Pero antes de que se bajara de la camioneta le sonrió dulcemente y dijo:

-Gracias, Peter. Muchísimas gracias.

-De nada -dijo Peter, y cerró la puerta de la camioneta.

Habían tardado diez minutos en llegar a la oficina. El se quedó a un lado de la vereda, mirando cómo se alejaba ella en su camioneta. Más que nunca debía separar los negocios de la vida privada.

Iba a hacer todo lo posible por arreglar las cuestiones legales, porque lo que más quería en el mundo era cenar con Mariana Espósito. No le importaban las consecuencias.

Una semana después, a las siete y media de la noche, Peter estaba en el mejor restaurante de la ciudad. Lali no había querido que él pasara a recogerla. En cambio había preferido encontrarlo allí directamente.

Peter llevaba puesto su terno gris más caro y una nueva corbata de seda. Se había peinado, y lustrado los zapatos, de tal manera que su padre se hubiera sentido orgulloso de él. Estaba nervioso.

Durante la semana, había hablado con Lali varias veces sobre los detalles de la propuesta, pero no se la había encontrado en el club, ni ella había ido a su oficina. Lo que no había sido un impedimento para recordarla y pensar en ella casi sin parar, y hacerla protagonista de sus sueños eróticos.

El quería llevársela a la cama, de eso no había duda. Tal vez esa noche le preguntara si estaba libre o tenía alguna relación. Eso para comenzar.

¿Comenzar qué?

A las siete y treinta y dos, la puerta del restaurante se abrió y Lali entró por esta. El corazón de Peter empezó a bombear a toda velocidad. Le sonrió. Lali olía delicioso.

-Esta vez llegaste puntual.

-No tenía a ninguna otra amiga en trabajo de parto -dijo ella suavemente, y se quitó el abrigo.

¿Por qué habría dicho semejante cosa?, se preguntaba.

Simplemente porque tenía el tema en mente. Sobre todo el bebé de Candela. Porque había pasado una semana de tensión yendo y viniendo a visitar a Cande, su mejor amiga. Y porque tener en brazos al pequeño Mateo le había hecho sentir tanta pena como placer.

Tanto que había dormido mal las últimas dos noches, un hecho que había podido disimular gracias al maquillaje, para que los ojos verdes de Peter no lo notasen.

Se dio cuenta de que Peter la miraba de arriba abajo.

Lali llevaba una falda azul ajustada con una abertura al costado, y una blusa de seda color crema, con escote. Su pelo brillante estaba recogido hacia atrás. Llevaba sombra de ojos azul y maquillaje.

-Estás muy hermosa -dijo Peter.

El mozo los guió a una mesa en un rincón, debajo de unos cuadros, donde conversaron sobre las últimas novedades del proyecto. Entonces Peter levantó su copa para hacer un brindis:

-Por los parques y los jardines, para que florezcan.

Chocaron las copas. Luego charlaron sobre el menú, los cambios de la ciudad y el alza del dólar. Comieron salmón ahumado y mariscos acompañados de vino blanco.

-¿Bailas? -le preguntó Peter.

Continuará…