Capítulo 8

Buenas!!! Cómo andan??? Qué tal pasaron el lunes?! Yo, por acá de nuevo! :P jajajaaj Gracias por leer y estar ahí, son lo más!!!! Y nada... Inma, acá la 2da parte del trato ajajjjaa Gracias a todas y nos leemos mañana!!!! Besos

Twitter: @Caparatodos

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Ella sabía que lo haría. Que se saldría con la suya. Y si se guardaba el secreto, no lograría nada. Además, ¡quién sabe! ¡Tal vez le dijera que sí!

-¡De acuerdo! ¡Tú lo quisiste! -dijo resignada.

Capítulo 8:

Lali levantó la copa para que Peter la llenara. La luz de la vela le iluminaba el rostro tenso. Se sentía orgullosa de que por lo menos no le temblara el pulso.

–Quiero tener un hijo –dijo ella–. Y quisiera que fueses el padre. Pero no quiero casarme ni vivir contigo, ni verte después de quedar embarazada.

Hubo un silencio tenso, durante el cual Lali deseó haberse guardado sus palabras.

–¡No! –exclamó Peter, angustiado.

Ella miró el borde de la copa. Luego las manchas de vino en el mantel. Parecía sangre. Levantó la mirada. El seguía con gesto de tristeza, como si le hubieran raspado una antigua herida sin cicatrizar.

–Peter, lo siento.

Peter cerró los ojos. Sabía que había mostrado algo que debía seguir oculto. Después de limpiar una gota de vino con la servilleta, hizo un esfuerzo por hablar.

–Me tomaste por sorpresa, solo eso.

–¡Por favor! ¡No hace falta que me digas lo que te sucedió! Pero no finjas que no fue nada. No soy ciega ni sorda.

–No es asunto tuyo, Lali –dijo él con dureza.

–Te apuesto que no te suelen tomar por sorpresa las mujeres, Peter.

–Encuentras un hombre que te dona un parque, y tú además quieres que te done su esperma mientras tanto...

–No hace falta que seas tan cruel.

–Tú me obligas.

–¡Te dije que era una idea tonta!

–¡No me parece un calificativo adecuado! Y la respuesta es no, si todavía la estás esperando.

–Está bien, la respuesta es no, así que olvidémonos del asunto. ¿Por qué no pides un mousse de chocolate? Así yo podría probarlo también.

–¿Tiras una bomba como ésa, y luego pretendes que nos pongamos a hablar de postres? –dijo él, irritado.

–Ya me diste tu respuesta. ¡No hay nada más de que hablar!

–Eso es lo que tú piensas –dijo él.

Peter se había dejado llevar por una vieja herida, sin duda. Pero ahora se daba cuenta de que se le mezclaban emociones del presente.

–Si no quieres nada conmigo después, ¿por qué te interesa saber si estoy casado o no?

Ahí era donde él sentía herida su autoestima. En la forma en que estaba dispuesta a olvidarse de él después de haberlo utilizado, por decirlo de alguna manera.

–Porque eso no sería ético. Me refiero a engañar a otra mujer.

–¿Y traer un hijo al mundo, sin padre, es ético?

–No quiero seguir hablando de esto. Creo que te lo he dejado claro, ¿no?

–Vamos a hablar de esto. Quieras o no –Peter jugó con el tenedor en el mantel–. ¿A cuántos otros hombres se lo has pedido?

–¡A ninguno!

El se lo creyó, sin saber por qué.

–¿Y por qué, yo? ¿Por qué no se lo pides a tu compañero de tenis? Seguramente lo conocerás mucho más que a mí.

–¿Te refieres a José? ¿Cómo es que conoces a José? –ella frunció el ceño.

–Voy a jugar cada tanto al club del que tú eres socia.

A Lali no le gustó eso.

–Bueno, no puedo pedírselo. Su novia no estaría de acuerdo. –dijo dedicándole una sonrisa burlona.

–¡Ah! ¿Y por qué yo? Debes conocer a muchos hombres.

–Todos viven en Rosario. No quiero tener nada que ver con ellos después. Tú, sin embargo, vives en Buenos Aires. –evitó mirarlo a los ojos–. Eres guapo, saludable, inteligente y tienes buenos genes, en definitiva. No eres de aquí. Eso es importante para mí. Eres un hombre de principios, y vives de acuerdo a ellos. Y además, eso lo acabo de descubrir en la pista de baile, no eres indiferente hacia mí.

–¿Por qué, a pesar de todos tus halagos, me siento insultado? ¡No soy una máquina reproductora, Lali. Soy una persona!

–Esta discusión es una pérdida de tiempo. Ya dijiste que no. ¿Te acuerdas? –le hizo señas al mozo. – Me puede traer un pie de limón y un café, por favor.

–Mousse de chocolate y café, para mí –dijo Peter–. Tengo cierta curiosidad. Eres muy joven, ¿por qué sientes esta arrogante necesidad de ser mamá?

–Probablemente tenga que ver con mi profesión. Hago crecer las plantas, las semillas. Me rodeo de pájaros, abejas, todo un mundo de vida en primavera. La fertilidad, la fecundidad, en otras palabras.

–Muy astuta. Pero dime, ¿cuál es la verdadera razón?

–Podría decirte que no es asunto tuyo...

–Sí, tienes derecho. Pero me gustaría saberlo.

Lali miró dentro de la copa.

–No soy tan joven. Tengo treinta y un años, cumplidos en octubre. Hace tiempo que quiero tener un bebé. Siempre he sabido que ser madre me llenaría la vida, más que mi trabajo, claro. Pero no estaría aquí sentada, teniendo esta conversación, de no ser porque mi amiga Candela ha tenido un hijo la semana pasada. Peter, estoy feliz por ella, de verdad. Es mi mejor amiga. Y un bebé sano es un milagro de la naturaleza... –unas lágrimas lucharon por salí. Peter estuvo tentado de tomarle la mano. Ella siguió hablando en el mismo tono–. Pero la envidiaba también. ¡Y la envidia es un sentimiento horrible!

–Eres una mujer joven, encantadora, y brillante... Cásate con alguien, y ten montones de hijos –le dijo él amablemente, como si se le hubiera pasado el enojo anterior. Y esa vez se atrevió a extender la mano y tomársela.

La piel de Lali era suave, sus huesos, paradójicamente, fuertes y delicados a la vez.

«No quiero que se case con otro», pensó Peter. Pero no comprendía por qué, si él no tenía intención de casarse con ella.

Lali tenía ganas de llorar. La suavidad de Peter la había hecho emocionar.

Continuará…