Capítulo 76

 

Hola, hola, holaaa!!! Cómo les va?! Vieron lo que son las fotos Germili :O guardadito se lo tenían jajajaja Gracias por los comentarios y les dejo un capítulo más por hoy ;) Ya se viene el final!!!! Besos y hasta mañana!

La foto es de: https://twitter.com/CaamiiEspos/status/286980338440368128/photo/1/large

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Valorar a Lali no era el problema. Lo difícil era entenderla. Pero Nicolás tenía razón en una cosa. No quería perderla y arriesgarse a pasar el resto de su vida sin ella.

Capítulo 76:

Lali estaba de pie bajo el árbol, sola, observando a María y Sebastián. Estaban sentados frente al escenario, como si estuvieran escuchando al coro, aunque durante la última media hora no habían dejado de mirarse el uno al otro.

—¿Cómo van las apuestas de que esos dos vuelven a estar juntos? —preguntó Peter, acercándose a ella.

—Seguramente mucho más altas que las nuestras —respondió ella en tono desanimado.

Él la hizo girar para mirarla.

—Perdón por lo de antes. Durante muchos años la navidad sacaba lo peor de mí, pero se debe a la hipocresía que reinaba en mi casa. Nuestras navidades no tenían nada que ver con los buenos deseos o el amor. Eran el colmo del materialismo y la arrogancia. Mis papás nos llenaban de regalos carísimos, pero sólo para que mi mamá pudiera presumir ante sus amistades.

—¿Nunca te has preguntando por qué era tan importante para ella? —preguntó Lali.

—Otra vez estás insinuando algún secreto que desconozco. Si sabes algo, dímelo.

—No me corresponde a mí hacerlo.

—En ese caso, discúlpame si sigo odiando la navidad.

—Está bien. Fuiste el típico pobre niño rico —dijo ella—. ¿Se supone que debo compadecerte?

Peter hizo una mueca.

—No. Sólo estoy intentando que lo entiendas.

—Lo entiendo, Peter. A todos nos gustaría olvidar cosas de nuestro pasado. Pero a todos nos toca madurar y superar los traumas.

—Habla el ejemplo andante —murmuró Peter.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó ella, perpleja.

—Hasta hace poco tú también permitías que el pasado te dominara —le recordó él—. Ahora has encontrado una manera de reconciliarte con tus papás y de ver la navidad desde otra perspectiva. Y eso es algo maravilloso, lo digo en serio. Pero deja que los demás encontremos nuestra propia manera.

—Yo no quería… —empezó ella, pero no supo cómo seguir. ¿Qué había intentado? Tal vez había sido muy dura con él por no saber adaptarse al mismo ritmo que ella. Quizá Peter no hubiera sufrido la misma pérdida que ella, pero Lali sabía mejor que nadie que el dolor y el sufrimiento eran únicos en cada persona. Y era indudable que Peter había sufrido durante las navidades, anhelando celebrarlas en familia como el resto del mundo—. Lo siento —susurró—. Sólo quería que pudiéramos compartir todo esto, que disfrutáramos juntos de la magia de la navidad.

—Y lo haremos —le prometió él—. Aprenderé a apreciarla. Puede que no sea esta misma noche, pero lo lograré.

Ella le sujetó la cabeza entre las manos y tiró de él para besarlo. Sintió como se relajaba la tensión de sus hombros y se deleitó con su olor masculino, que se mezclaba con la fragancia a pino.

—¿Sabes? —murmuró él contra sus labios—. Creo que la magia de la navidad empieza a hacerme efecto…

María se sentía como si nunca hubiera celebrado una fiesta en su vida. Durante la última hora no había parado de moverse por la casa, comprobando hasta el último detalle, asegurándose de que la comida estuviera lista, de que no hubiera una sola partícula de polvo en los candelabros de la sala y de que no se hubiera malogrado ninguna de las docenas de bombillas que iluminaban el árbol.

—¿Por qué no intentas relajarte? —le preguntó Sebastián—. Todo está perfecto.

—¿Y si no viene nadie?

—No seas tonta. Tus fiestas siempre han causado sensación. Y todas las personas con las que hemos hablado esta noche en la plaza se han comprometido a asistir.

—Lo sé, pero la gente se cansa con facilidad. Pensarán que ya hay demasiados invitados y que nadie notará su ausencia.

Sebastián la detuvo cuando se disponía a contar las servilletas por tercera vez. Le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos.

—¿Por qué estás tan nerviosa?

—Porque… —no supo qué decir.

—¿Es porque la gente va a saber que volvemos a estar juntos?

Ella asintió.

—Quiero que te sientas orgulloso.

—Siempre haces que me sienta orgulloso.

—Pero quiero que los demás vean que finalmente te aprecio como el hombre tan maravilloso que eres.

—El único que tiene que verlo soy yo.

—Y también tu padre —dijo ella tristemente—. No creo que le haga mucha gracia que estemos juntos.

—Te equivocas. Hace mucho tiempo que deseaba esto.

—Pero nunca le he gustado —protestó ella.

—No, lo que nunca le gustó era que no me quisieras cómo él creía que debías quererme. No estaba ciego, María, y éste es un lugar pequeño. Sabía que no habías olvidado a Nicolás.

—Ya lo olvidé —le aseguró ella—. Eres el único hombre al que quiero.

—Estoy empezando a creérmelo… Y eso me recuerda que tengo un regalo de navidad anticipado para ti —se metió la mano en el bolsillo y sacó un estuche—. No es un anillo —se apuró a prevenirla—. Es demasiado pronto para esa clase de compromiso, pero quería que supieras lo que siento por ti y la fe que tengo en nosotros.

María abrió el estuche y encontró un medallón. Lo abrió con dedos temblorosos y vio una foto de Sebastián y de Fiorella en uno de los lados. En el otro había dos palabras grabadas. Para siempre.

—Eso es lo que quiero para nosotros, María. Esta vez, quiero que sea para siempre.

—Ay, Sebas… y yo también —susurró ella contra su mejilla—. Y yo también.

Por primera vez se alegraba de que Fiorella no estuviera en casa y que aún tardara unos días en llegar. Mientras Sebastián le colocaba el medallón alrededor del cuello, sonrió al pensar en cómo iban a disfrutar de ese tiempo para ellos solos.

Continuará…