Capítulo 31

Hola, hola de nuevo! :D Sorry que ayer no les dejé otro ayer pero estoy con un dolor de espalda terrible y prendí la compu para dejar nove pensando que iba a poder estar un rato! Pero hoy si! Les dejo este temprano así les doy tiempo a firmar y más tarde vuelvo con más!!! Mil GRACIAS y que tengan un lindo sábado! Besos ;)

Twitter: @Caparatodos

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–O sea, que te gusta.

Capítulo 31:

Lali bajó el vaso y miró a Candela. ¿Le gustaba? ¿Le gustaba Peter? ¿El tipo que había hecho que la despidieran? La rabia que sentía hacia Peter y el dolor que le provocaba superaban la furia que sentía contra todos los otros jugadores juntos. Cuando recapacitaba en ello se decía que con toda probabilidad no estaba siendo racional, pues no lo conocía y él no la conocía a ella. Lo único que pasaba es que ella creía que habían ido trazando una posible amistad y, a decir verdad, tenía que admitir que también se había ido encaprichando ligeramente con él. No, «encaprichando» era una palabra demasiado fuerte. «Interesando» describiría mejor sus sentimientos.

–No me gusta –dijo–, pero tiene una carita tallada con un lunar muy sexy en el cachete

–Ajá.

–¿Qué pasa? He dicho que no me gusta.

–Ya sé que lo dijiste, pero siempre te han vuelto loca los carilindos.

–¿Desde cuándo?

–Desde Franco en «Floricienta».

–¿La novela?

–Sí, te encantaba Franco porque tenía linda cara. No te importaba que fuera un mujeriego

–No, me gustaba Nico. No Franco. –Lali se echó a reír–. Y ese mismo año, tú perdías los estribos por Brad Pitt. ¿Cuántas veces vimos sus películas?

–Por lo menos veinte. –Candela bebió un sorbo de vino–. Ya por aquel entonces te atraían los feítos.

–Yo lo denomino tener expectativas realistas.

–Es más bien como venderte como en liquidación porque padeces el típico complejo de abandono.

–¿Estás borracha?

 Candela negó con la cabeza.

–No, leí sobre este tema en una revista mientras esperaba en la consulta de mi ginecólogo la semana pasada. Como tu madre murió, tienes miedo de que todo aquel al que ames te abandone.

–Lo que te demuestra que se escriben un montón de tonterías en las revistas. –Y ella debería saberlo–. Hace una semana me dijiste que tenía un complejo con lo de dejar las relaciones porque tenía miedo de quedarme colgada. Haz memoria.

Candela se encogió de hombros.

–Obviamente, se trata del mismo complejo.

–Claro.

Se quedaron contemplando el fuego de la chimenea durante unos cuantos minutos más. Finalmente, Candela decidió hablar:

–Salgamos.

–Es jueves.

–Lo sé, pero ninguna de las dos trabaja mañana.

Tal vez pasar la noche destrozándose los oídos escuchando a una banda de rock fuera justo lo que Lali necesitaba para quitarse de la cabeza el partido de rugby que debería haber estado presenciando. Si salían del departamento, ella podría evitar encender el televisor. Bajó la vista para observar su viejo polo verde y su pantalón. Necesitaba nuevo material para su columna «Soltera en la ciudad».

–De acuerdo, pero no voy a cambiarme de ropa.

Candela, que esa noche llevaba un polo Tommy Hilfiger con una bandera estadounidense en la pechera y un jean muy ceñido, miró a Lali, puso los ojos en blanco y dijo:

–Al menos ponte los lentes de contacto.

–¿Porqué?

–Bueno, no quería decirte nada porque te quiero y todo eso, y porque siempre te estoy diciendo cómo deberías vestirte y no me gustaría hacerte sentir mal, pero los de la óptica Eye Care te mintieron.

Lali no pensaba que sus lentes estuvieran tan mal.

–¿Estás segura de que no me quedan bien?

–Sí. Si te digo esto es porque no quiero que la gente piense que yo soy la chica y tú el chico.

¿Tú también, Candela?

–¿Qué te hace creer que la gente daría por sentado que tú eres la chica y yo el chico? –preguntó Lali al tiempo que se ponía de pie para ir al baño–. Cabe la posibilidad de que la gente piense que tú eres el chico. –Se produjo un silencio en la otra habitación y Lali sacó la cabeza por la puerta–. ¿Y?

Candela se acercó a la chimenea para pintarse los labios mirándose en el espejo que colgaba encima de la repisa.

–¿Y, qué?

Volvió a meter el lápiz de labios en su pequeño bolso de mano.

–¿Qué te hace creer que la gente daría por hecho que tú eres la chica y yo el chico? –volvió a preguntar.

–Oh, ¿estás hablando en serio? Supongo que te haces la graciosa.

A la mañana siguiente, a las nueve en punto, el teléfono de Lali empezó a sonar. Era Leonardo. La llamaba para decirle que Carlos y él, junto al equipo de dirección de Alumni, habían reconsiderado su «precipitada decisión». Querían que volviera a ocupar su puesto como cronista deportiva. Lo que venía a decir que querían que estuviera en la cabina de prensa durante el partido de la noche siguiente contra Olivos. Al oír aquello Lali no supo qué responder. Se tumbó en la cama y se limitó a escuchar lo que Leonardo decía.

Al parecer, tras su visita al vestuario, el equipo había jugado como nunca. Rojas logró colocar tres tries después de que ella le diera la mano, y Peter volvió a ser el excelente fullback de siempre. El resultado fue veinticinco a cero, y Peter superó en jugadas a su rival, Patricio Roy.

De la noche a la mañana, la suerte de Mariana Espósito había cambiado.

–No sé, Leonardo –dijo mientras apartaba el edredón amarillo y se sentaba en un extremo de la cama. Tenía resaca por la juerguita de la noche anterior y le costaba pensar con claridad–. No puedo volver a ocupar el puesto y preguntarme una y otra vez si voy a ser despedida cada vez que Alumni pierda un partido.

–No tendrás que volver a preocuparte por eso.

No le creyó, y si decidía ocupar de nuevo el puesto, no iba a lanzarse de cabeza como la vez anterior. A decir verdad, aún estaba muy afectada.

–Lo voy a pensar –dijo.

Tras colgar el teléfono, se preparó una taza de café y comió un par de galletas para acabar con la sensación de vacío. No se había metido en la cama hasta las dos de la mañana, y estaba arrepentida de haber malgastado su tiempo y su dinero saliendo de a tomar. Había sido incapaz de pensar en algo que no fuera su despido.

Mientras comía, reflexionó sobre la nueva oferta de Leonardo. Los jugadores de Alumni la habían tratado como a una leprosa y la habían culpado de sus derrotas, ¿y ahora, de repente, pensaban que les daba buena suerte? ¿Acaso quería someterse a los caprichos de aquel atajo de supersticiosos que se quitaban los calzoncillos delante de ella y la molestaban con llamadas nocturnas?

Cuando acabó de comer, se metió en la ducha y cerró los ojos mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo. ¿Realmente quería viajar con un fullback capaz de atravesarla con la mirada? ¿A pesar de que se le acelerara el pulso, sin importar si eso era o no lo que ella deseaba? Se dijo que no. Aunque Peter y ella se gustaran, lo cual evidentemente no era cierto, pues él sólo tenía ojos para mujeres altas y preciosas.

Se cubrió la cabeza con una toalla y se puso los lentes mientras se secaba. Después escogió un sostén transparente, un polo blanco de la universidad de Palermo, y un jean viejo con agujeros en las rodillas.

Sonó el timbre de la puerta y, cuando miró por la mirilla, vio a un hombre con lentes de sol Ray-Ban, bien peinado y de buen aspecto, idéntico a Peter Lanzani. Abrió la puerta porque acababa de pensar en él, y no estaba segura de que no se trataba de una mala pasada de su imaginación.

–Hola, Lali –la saludó Peter–. ¿Puedo pasar?

Eso era una novedad, Peter siendo amable. Ya no tenía duda alguna: era una mala pasada de su imaginación.

–¿Por qué?

–Quería hablar de lo que pasó.

Ocurrió de nuevo. Sonrió de esa manera «compradora», y supo que aquel era el auténtico Peter.

–Quieres decir sobre mi despido, del que tú eres culpable.

Se quitó los lentes de sol y los guardó en el bolsillo de su casaca. Tenía las mejillas sonrosadas y el pelo alborotado, y tras él estaba estacionada su moto.

–Yo no he hecho que te despidieran. Al menos, no directamente. –Al ver que ella no respondía, preguntó–: ¿Me vas a invitar a pasar o no?

Continuará…