Capítulo 45

Hola!!!!Gracias, gracias y más gracias por el aguante!!!! :) Son LO MÁS, lo saben ¿no? bueno, me dejo de chácharas y sigo con los capis así no las hago esperar!!! Besitos y hasta dentro de un rato!

Twitter: @Caparatodos

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Aquello, exactamente, era lo que más miedo le daba a Lali. Ni siquiera a ella misma le resultaba fácil seguir negándolo.

Capítulo 45:

Peter se sentía muy satisfecho consigo mismo, cuando oyó que tocaban la puerta que comunicaba con la sala de juntas. La abrió y se encontró con Nicolás.

—¿Lali y tú terminaron de hablar? —le preguntó, y Peter asintió—. Entonces tal vez quieras escuchar un consejo de un hombre que ha cometido bastantes errores con las mujeres.

—Estaría bueno tener otro punto de vista —dijo Peter, señalándole una silla.

—Dale tiempo —dijo Nicolás—. Hablé con ella antes de la reunión, y puedo asegurarte que está muerta de miedo por lo que siente por ti.

—Si le doy tiempo, nunca hará nada —discutió Peter.

—Y si no se lo das, la perderás —respondió Nicolás—. Ahora se siente sumamente presionada. Cuando yo me propuse recuperar a Eugenia estaba siempre encima de ella, y lo único que conseguía era que reforzara sus defensas. Pero entonces desvié mi atención hacia el trabajo y le di tiempo para que empezara a extrañarme. Algunas mujeres necesitan creer que controlan la situación, sobre todo si arrastran un trauma del pasado.

Peter podía aceptar la lógica de aquellas palabras, pero una parte de él se resistía a esperar. Al fin y al cabo, tenía un tiempo limitado para convencer a Lali de que había algo especial entre ellos.

—¿Cuánto tiempo? —le preguntó a Nicolás.

Nicolás se rió por su impaciencia.

—El que sea necesario.

—¿Y tengo que empezar desde ya? Se supone que voy a almorzar con ella dentro de un par de horas.

—Eso depende de ti —le dijo Nicolás—. Pero… quizá fuera un buen comienzo si cancelaras esa cita.

María estaba más nerviosa que nunca por su cena con Sebastián. Aquella tarde había mucho en juego. Si no trazaban un buen plan le resultaría muy difícil negarse a las súplicas de Fiorella para irse a Mar del Plata. Le dolía que no quisiera pasar navidad en familia, pero sería peor aún si se quedaba y la hacía sentirse culpable por haber arruinado sus vacaciones.

Se había tomado tan a pecho el comentario de Sebastián sobre su impuntualidad, que había cancelado una cita y había llegado a Delica’s quince minutos antes. Así tuvo la satisfacción de ver la sorpresa en su rostro cuando entró y la vio sentada.

—¡Wow! esto sí que es una agradable sorpresa —dijo, besándola en la mejilla—. ¿Tu cliente canceló la cita?

—No, la cancelé yo —respondió ella, molesta por el comentario—. Quería demostrarte algo.

—Mery, no tienes que demostrarme nada. Eres quien eres, y así te acepté hace tiempo.

María intentó detectar alguna señal de rencor en su voz, pero más bien parecía divertido o resignado.

—Bueno, estoy empezando una nueva etapa en mi vida —le dijo—. Ahora intento ser más considerada con el tiempo de los demás.

Sebastián no pareció del todo convencido.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó, buscando al mozo—. ¿Un poco de vino, tal vez?

—Sólo una copa. Tienen un Zinfandel exquisito.

Sebastián pidió el vino para ella y una cerveza para él. María sacudió la cabeza. Había intentado inculcarle la afición por el vino, pero Sebastián siempre se había mantenido fiel a sus gustos, en vez de intentar impresionar a la gente con vinos y licores caros. Por su parte, María había renunciado a la cerveza hace mucho tiempo atrás, debido al trauma que le habían provocado los abusos cerveceros de su padre.

Observó a Sebastián atentamente mientras charlaba con el mozo, que era hijo de uno de sus vendedores. Estaba muy bronceado y tenía algunas arrugas alrededor de sus ojos azules y más canas en su pelo castaño de lo que ella recordaba. Llevaba un pantalón azul marino, una camisa azul de seda arremangada por los codos y una corbata con el nudo aflojado. Era la corbata que Fiorella y ella le habían elegido la navidad pasada. ¿La habría elegido adrede? Fuera como fuera, se veía muy bien. Mucho mejor que el último año de su matrimonio, cuando la tensión y la infelicidad habían hecho estragos en su imagen.

Por desgracia, ella había tardado demasiado en reconocer las señales.

—Danos unos minutos —le dijo él al mozo—. Ni siquiera hemos visto la carta —se giró para mirar a María—. ¿O estás apurada?

—No tengo ningún apuro —dijo ella, y se permitió relajarse finalmente. Hasta ese momento había temido que Sebastián quisiera ir directamente al grano—. Te ves bien, Sebastián. ¿Juegas mucho al golf?

—Un par de veces a la semana —respondió él, mirándola de arriba abajo—. ¿Y tú? ¿Sigues trabajando igual de duro?

—Casi siempre, sobre todo cuando Fiorella no está en casa.

—¿Hay algún nuevo hombre en tu vida?

Ella negó con la cabeza.

—Creía que había algo entre tú y el nuevo secretario —dijo él—. Al menos eso es lo que se rumoreaba en Café, café hace dos semanas.

—Eran rumores falsos —respondió ella cortante—. ¿Y tú? ¿Has estado saliendo con alguien?

Sebastián comenzó a reír.

—¡Que pareja la nuestra!… preguntándonos por nuestra vida amorosa. ¿Quién habría imaginado que llegaríamos a este extremo?

—Fuimos amigos antes que nada —le recordó María—. A veces extraño nuestra amistad, cuando hablábamos durante horas y horas de nuestras vidas.

Él la miró sorprendido.

—¿En serio la extrañas?

—Es raro, ¿no?

Sebastián le cubrió la mano con la suya.

—No tanto. Yo también extraño eso, Mery. El problema es que viene acompañado de muchos otros recuerdos. Y no podemos olvidar cómo terminó todo.

—Ya sé —murmuró ella. No tenía sentido mirar atrás, así que lo mejor era cambiar de tema—. ¿Qué vamos a hacer para navidad?

—¿Celebrarla? —preguntó él, aparentemente confundido.

Ella sacudió la cabeza, fastidiada.

—¿Por qué pensé que podrías ayudarme con esto?

—Dale, Mery. Sabes que no soy bueno organizando estás cosas. Siempre fuiste tú la que se encargaba de las vacaciones. ¿Qué crees que hará falta para que Fiorella la pase bien? Podría regalarle ese auto que se muere de ganas por tener.

—De ninguna manera —contestó María tajantemente—. No se trata de comprarla con regalos. Habíamos quedado que el auto se lo regalabas cuando se gradúe en la universidad.

Sebastián se encogió de hombros, pero no discutió.

—Entonces no se me ocurre nada.

—Sé lo que Fiorella desea más que nada —se arriesgó María—. Quiere que volvamos a estar juntos como antes.

Sebastián frunció el ceño.

—¿Qué estás sugiriendo, María? ¿Qué volvamos a casarnos sólo para hacer feliz a nuestra hija?

Continuará…