Capítulo 62

 

Hola, hola! Cómo están pasando el sábado??? Espero que bien y sigan disfrutando del fin de semana largo, para muchas ;) Gracias por sus comentarios, son lo másmásmás!!! Enjoy el capítulo! Besos y nos leemos mañana!!!

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Peter pensó en lo que Lali le hacía sentir. Tal vez se había vuelto un poco sentimental, después de todo. Y tenía que admitir que no era algo tan horrible.

Capítulo 62:

Eugenia abrazaba a Lali como si hubiera estado ausente por años, en lugar de tres semanas. Lali sólo había pedido una ensalada, pero Eugenia le había llevado una enorme porción de carne con puré de papas y había insistido en que se comiera hasta el último bocado.

—Te has adelgazado unos kilos que no te puedes permitir perder —la regañó—. Ya sé que me he vuelto un poco paranoica desde la anorexia de Micaela, pero si no pones un poco de carne sobre tus huesos saldrás volando apenas corra un poco de viento.

Lali le apretó la mano cariñosamente. Todas sabían cuánto había sufrido por su hija, pero Micaela ya había superado sus trastornos y estudiaba feliz de la vida en la universidad.

—Deja de preocuparte, Eugenia. Sólo me salté algunas comidas —le aseguró Lali—. Ahora que vuelvo a la rutina no tardaré en recuperar mi peso.

—Ya quiero ver eso —dijo Peter.

Eugenia le sonrió.

—Voy a ver si Gastón sacó el crocante de manzana del horno.

—No puedo comer más —protestó Lali.

—Peter te ayuda, ¿verdad que sí, Peter?

—Por supuesto.

Eugenia se fue a la cocina y Lali se volteó para mirar a Peter.

—¿Por qué aceptaste? No puedo comer nada más.

—¿Quieres que se preocupe por ti?

—No.

—Bueno, yo tampoco. Tengo una localidad que decorar. No puedo dejar que una corriente de aire te lleve volando hasta Brasil.

—No seas exagerado, no me he adelgazado tanto —dijo ella, empezando a perder la paciencia.

—No tanto, pero sí bastante —contestó él, tocándole la mejilla—. Te extrañé mucho. Me alegra que estés de vuelta.

Lali tragó saliva al recibir su penetrante mirada.

—Me alegra haber vuelto.

—¿Cómo está tu padre?

—Mejor. El doctor lo convenció para que tomara un antidepresivo. Espero que le haga efecto… —sacudió la cabeza—. Y pensar que hemos perdido todo este tiempo sin hacer nada para ayudarlo. Supongo que ni mi mamá ni yo nos dimos cuenta de que su dolor se había convertido en una depresión.

—Eras solo una niña cuando sucedió —le recordó Peter—. Y hacía tiempo que no estabas con ellos. En cuanto a tu mamá, sospecho que no es la primera persona que no sabe cómo manejar la depresión de un ser querido, especialmente cuando es más fácil echarle la culpa de todo.

—Le caíste bien, ¿sabes? La dejaste impresionada al llevarnos comida y quedarte conmigo…

—¿En serio? —preguntó él, sonriente—. ¿Y tú qué piensas?

—Pienso que te he extrañado mucho más de lo que podría haber imaginado —respondió ella, mirándolo fijamente—. Mucho más.

—¿Cuánto? —insistió él.

Ella le mantuvo la mirada unos segundos.

—Todavía no me besaste.

—Eso se soluciona rápido —dijo él, y tomó su rostro entre las manos para besarla.

Empezó siendo un beso tierno y suave, pero pronto se convirtió en un duelo pasional de lenguas y jadeos.

—Dios mío… —murmuró él al separarse—. ¿Qué te pasó?

—Tú, creo —respondió ella con una media sonrisa. El teléfono de Peter comenzó a sonar, pero lo ignoró. —¿No crees que deberías contestar?

—Te estás insinuando —dijo él, mirándola con expresión esperanzada—. O al menos eso me pareció.

—Me parece que es lo que estoy haciendo.

—¿Y quieres que conteste al teléfono?

—Tienes que hacerlo. Eres el secretario y estás a cargo del comité navideño. Es una labor muy importante.

—No tanto como tú —dijo él mientras el teléfono seguía sonando.

Lali le metió la mano en el bolsillo y sacó el celular.

—Contesta.

Peter se lo quitó de la mano y lo apagó.

—¿De qué estábamos hablando?

—De la navidad —insinuó ella.

—De la seducción —corrigió él.

—Ah, sí… —suspiró—. Pero tengo que ir a trabajar.

—¿A trabajar? —repitió él, sin poder creerlo—. ¿Quieres ir a trabajar… ahora?

—No quiero hacerlo, pero no puedo faltar por más tiempo al trabajo.

—Podrías hacerlo —dijo Eugenia, mirándolos con alegría desde el extremo de la mesa.

Lali la miró con el ceño fruncido.

—¿Hace cuánto que estás ahí?

Eugenia sonrió y le enseñó el crocante de manzana.

—El suficiente para que se enfríe el crocante y se derrita el helado. Aunque si te soy sincera, mi calor corporal ha aumentado considerablemente… Puedo llamar a Candela y decirle que te fuiste a tu casa a descansar. O que te obligué a que te vayas a tu casa a descansar.

—Hazlo —la impulsó Peter, sin alejar la mirada de Lali.

—Pero… —empezó Lali.

—Hazlo —repitió Peter.

Eugenia miró a Lali.

—Depende de ti.

Lali sintió la mano de Peter avanzando lentamente por su muslo, bajo la mesa. Una ola de calor la invadió por dentro.

—Hazlo —murmuró, levantándose de su silla y dejando el abrigo tras ella. Estaba tan acalorada que no lo necesitaba.

Un día de ésos tendría que preguntarse por qué estaba tan dispuesta a acostarse con un hombre con el que llevaba semanas negándose a salir. En aquel momento sólo sabía que quería hacerlo. Ya se ocuparía más tarde del resto de sus emociones.

Continuará…