Capítulo 46

Hola!!! Yo, por aquí nuevamente :D Gracias por estar ahí del otro lado! Les cuento que falta poco para que Lali cuente “su historia” y de ahí… no digo más! Firmen, firmen así leen unos cuantos capítulos más ;) Besos

Twitter: @Caparatodos

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—Entonces no se me ocurre nada.

—Sé lo que Fiorella desea más que nada —se arriesgó María—. Quiere que volvamos a estar juntos como antes.

Sebastián frunció el ceño.

Capítulo 46:

—¿Qué estás sugiriendo, María? ¿Qué volvamos a casarnos sólo para hacer feliz a nuestra hija?

María se ruborizó por la instantánea reacción de Sebastián.

—No, obvio que no —dijo a la defensiva—. Sólo digo que tal vez deberíamos dejar nuestras diferencias de lado y hacer algo juntos en Navidad.

La expresión de Sebastián se relajó al momento.

—¿Algo como qué?

—Podríamos salir a buscar un árbol de Navidad —propuso ella, pensando en las locuras de su suegro—. ¿Te acuerdas cuánto disfrutaba Fiorella? Decía que era lo mejor de la navidad.

—Sí, supongo —dijo él dubitativamente—. ¿Crees que con eso será suficiente?

—Claro que no —respondió ella con impaciencia—. Pero es un comienzo. También podríamos ir de compras. Las tiendas estarán llenas de luces y adornos.

—Y de gente —predijo Sebastián.

—Dale, deja de ser tan pesimista. La gente forma parte de la diversión. Podemos tomar chocolate caliente y comer alfajores en algún Havanna, como cuando Fiorella era niña… ¿No te gustaría que aún fuera lo bastante pequeña para querer ver a Papa Noel? A veces miro las fotos que le sacamos. Era la niña más bonita del mundo, ¿no?

—Sí que lo era —corroboró Sebastián—. Y lo sigue siendo.

María le dedicó una sonrisa.

—Si te apuntas, puedes llevar todas las bolsas y yo me encargo de pagar. ¿Te parece justo?

—Tienes una idea muy peculiar de la justicia, ¿sabes? —dijo él, pero con un destello de diversión en los ojos—. ¿Alguna otra idea?

María pensó en navidades anteriores y lo que las había hecho ser especiales.

—Podríamos ir a la iglesia en Nochebuena, cenar en mi casa y luego ir a cantar villancicos al geriátrico. ¿Interfiere con algo que hayas planeado?

—No —dijo él, aunque no parecía muy animado por el plan—. ¿Has incluido a mi padre en esto?

—Obvio. Fiorella también querrá estar con él. Y a tu padre le va a encantar pasar una navidad en familia, habiendo perdido a tu madre y con tus hermanos esparcidos por todo el país.

—Supongo —dijo Sebastián, mirándola con desconfianza—. ¿De verdad piensas que unos días fingiendo bastarán para hacer feliz a Fiorella?

—No tenemos por qué fingir nada —respondió ella—. Nos lo pasábamos muy bien juntos, Sebastián. Siempre nos estábamos riendo. Podríamos hacer el esfuerzo y llevarnos bien por unos cuantos días.

—No sé —dijo él—. ¿Y si Fiorella se confunde? Ya sabes cómo es. Cada vez que la veo me pregunta cuándo voy a darte otra oportunidad. ¿Y si piensa que lo estoy haciendo y empieza a tener esperanzas?

—Le dejaré muy claro que sólo lo estamos haciendo por ella —le prometió María—. También podríamos organizar una jornada de puertas abiertas —de repente la embargó la nostalgia—. Me encantaba… La casa oliendo a canela y galletas, los adornos navideños, las visitas de todos nuestros amigos y conocidos… Extraño mucho eso.

—¿Por qué dejaste de hacerlo?

—No habría sido lo mismo sin ti —admitió ella, aunque la verdadera razón había sido el temor a que nadie asistiera.

Mucha gente había estado del lado de Sebastián al pensar que era ella la que había acabado con el matrimonio, y Sebastián, quizá en un caballeroso intento de ahorrarle la humillación, no había hecho nada por desmentirlo.

Levantó la cara y se encontró con la intensa mirada de su ex marido.

—María… Eres feliz, ¿no es así?

—Por supuesto que sí —mintió ella con una amplia sonrisa. No quería escarbar en su triste soledad—. Pero me muero de hambre… Vamos a pedir. Creo que pediré las chuletas de chancho. ¿Y tú?

—Yo también —dijo él, aunque parecía distraído—. Voy a pedir otra cerveza —miró la copa medio vacía de María—. ¿Quieres más vino?

Ella negó con la cabeza y decidió dejarse de tonterías por una vez.

—Yo también voy a pedir una cerveza.

—¿De verdad quieres una cerveza?

María asintió y se inclinó hacia delante.

—¿Puedo contarte un secreto?

—Obvio —dijo él, muy intrigado.

—Nunca me ha gustado el vino.

Sebastián se quedó boquiabierto.

—Entonces, ¿por qué lo tomas?

María se encogió de hombros.

—Porque tenía que hacerlo —admitió—. Pensaba que me hacía parecer más… sofisticada.

Sebastián sacudió la cabeza.

—Mery, siempre has sido la mujer más sofisticada que he conocido. No te hacía falta el vino para parecerlo —su expresión se volvió pensativa—. Fue por tu padre, ¿no? Él tomaba cerveza y tú nunca quisiste hacer nada que pudiera hacerlos parecer.

Los ojos de María se llenaron de lágrimas.

—Demonios, Sebastián Laos… Siempre me conociste mejor que nadie —se levantó y corrió hacia el baño de mujeres antes de ponerse a llorar. Allí se pasó diez minutos recuperándose y retocándose el maquillaje. Al salir, se encontró a Sebastián en la puerta.

—Estaba a punto de entrar a buscarte —le dijo—. ¿Estás bien? No quería hacerte sentir mal.

—No me ha dolido lo que has dicho —le dijo ella dulcemente—, sino que sepas cuáles son mis verdaderos traumas —lo miró fijamente a los ojos—. Extraño esa comprensión, Sebastián.

Por un instante, él pareció paralizarse.

—No deberías decirme esas cosas. Podrías confundirme.

—¿Y eso sería tan horrible? —preguntó ella sin poder detenerse.

Él la tomó de la mano y le dio un suave apretón.

—Ya sabes cuál es la respuesta —la reprendió ligeramente, pero sus ojos estaban cargados de dolor.

Aquella expresión le recordó a María lo despreocupada que fue una vez con los sentimientos de Sebastián. El corazón se le encogió de remordimiento, pero al mismo tiempo decidió que haría lo posible por repararlo. Tal vez fuera demasiado tarde para su matrimonio, pero quizá pudieran salvar su amistad.

Continuará…