Capítulo 64

Hola de nuevo!!!! Cada vez menos para navidad, esto es una locura!!!!! No se pudo pasar tan rápido el año :S Mañana intento subirles temprano así todas lo pueden leer por la diferencia horaria y demás! Las quiero y gracias por estar siempre del otro lado! Empiecen con todo la semana, pero sobre todo disfruten de la preparación de la nochebuena ;) Besos y ahora sí, hasta mañana!!!

Twitter: @Caparatodos

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—Bueno, entonces ya está —dijo la rubia, levantándose—. Anda a darte una ducha y acuéstate.

—Yo me quedo contigo —se ofreció Eugenia—. Para asegurarme de que no te ahogues.

Capítulo 64:

Peter estaba sentado detrás de su mesa, mirando tranquilamente un informe sobre la deficiente infraestructura en Monte Grande, cuando Agustín, Nicolás y Gastón entraron a su oficina con cara de pocos amigos.

—¿Qué pasa? —les preguntó—. ¿Malas noticias?

—Le hiciste daño a Lali —respondió Agustín.

Peter parpadeó, asombrado.

—¿Y ahora qué? ¿Van a castigarme?

Nicolás sonrió.

—Algo así… Se supone que tenemos que hablar muy seriamente contigo.

—En realidad no estoy seguro de que sea culpa tuya —dijo Gastón—. Le dijiste que la amabas, ¿no?

—Sí —afirmó Peter. No le sorprendía en absoluto que ya se hubieran enterado. En Monte Grande los rumores se propagaban más rápido que cualquier noticia por Internet—. ¿Qué les importa a ustedes? —les preguntó con expresión desafiante, pero enseguida se apartó—. No sé para qué pregunto. Supongo que vienen en nombre de las Poderosas o algo así.

—Exacto —respondió Agustín—. Al parecer, anoche se juntaron en casa de Lali para tomar margaritas y quién sabe qué más. El caso es que Lali terminó llorando, y eso basta para que estés en serios problemas, amigo mío.

—¿Lali lloró? —repitió Peter.

—Es la misma noticia que me ha llegado a mí —confirmó Gastón.

—¿Y ahora qué? —preguntó Peter—. ¿Me gané un golpe?

No lo decía enteramente bromeando. Aquellos hombres eran personas sensatas y razonables, pero sus mujeres eran otro cantar.

—Se supone que tenemos que asegurarnos de que no lo vuelvas a hacer —dijo Nicolás.

—¿Será suficiente con mi palabra? —preguntó Peter.

Gastón se encogió de hombros.

—Para mí está bien.

—Para mí también —dijo Agustín.

—De acuerdo —concluyó Nicolás, aparentemente satisfecho—. Tengo que volver al trabajo.

—Yo también —dijo Agustín.

Gastón soltó un profundo suspiro.

—Entonces ¿debo ser yo quien les dé la noticia? ¿Acaso no conocen a Rocío?

—Puedes decírselo a Eugenia cuando la veas en el restaurante y dejar que sea ella quien se lo cuente a las demás —sugirió Nicolás.

—¿Y estar un mes escuchándola? Ni hablar… Mejor se lo digo a Rochi —le lanzó a Peter una mirada de advertencia—. Si no se queda satisfecha, irá a tu casa antes de que acabe el día, así que prepárate. Comparada con ella, la Inquisición parece un programa de tertulias.

—Entendido —dijo Peter—. ¿Qué les parece si nos juntamos a la noche? ¿Juegan básquet?

—¿No deberías intentar arreglar las cosas esta noche? —le preguntó Agustín.

Peter lo pensó unos minutos.

—Antes tengo que ver cómo transcurre el resto del día.

—En ese caso, cuenta conmigo para esta noche —dijo Nicolás.

—Allí estaré —dijo Agustín—. ¿Y tú, Gastón?

—Por supuesto… siempre que Rocío no decida bajarse al mensajero —le sonrió a Peter—. ¿Te molesta si le digo que pareces avergonzado y que estás dispuesto a remarla un poco?

—Dale —concedió Peter. Dijera lo que dijera Gastón, no estaría muy alejado de la verdad.

Lali sabía que los maridos de sus amigas habían hablado con Peter, pero no tenía ni idea de la conversación que habían tenido. Por suerte, no tenía mucho tiempo para pensar en ello. Cuando no estaba en el trabajo, estaba preparando la mudanza a su nueva casa, que finalmente se llevaría a cabo aquel sábado por la mañana. Estaba esperando a los chicos y Candela le había asegurado que Peter seguía decidido a ayudarla, pero Lali no estaba muy convencida. Ni siquiera estaba segura de que quisiera verlo. Su tímida declaración la había dejado muy confundida.

Oyó el motor de un camión y miró por la ventana. Agustín y Gastón estaban bajando de este, pero no había ni rastro de Nicolás y Peter.

—Lo sabía —murmuró, incapaz de contener un suspiro de decepción.

No quería que nadie la viera en aquel estado, así que se esforzó por recibir a los hombres con una radiante sonrisa.

—Hay café y pastas en la cocina —les dijo—. Ya está todo embalado y las cajas no están muy pesadas, así que podré bajarlas yo misma mientras ustedes llevan los muebles.

—Tú no vas a llevar nada —le prohibió Agustín—. Para eso estamos aquí. Es más, creo que deberías ir yendo para ver dónde quieres que dejemos las cosas cuando lleguemos.

—He marcado las cajas.

—Pero no puedes meter montones de cajas en cada habitación —objetó Gastón—. Elige una habitación y lo meteremos todo allí. Después puedes ir sacando caja por caja y llevándola a su sitio. De esa forma tendrás el resto de la casa habitable desde el primer momento.

—Es una gran idea —dijo Lali—. Ojalá hubiera hecho lo mismo en las otras mudanzas.

—Bueno, anda para allá y decide qué habitación quieres para dejar las cosas. Seguramente tengas que supervisar a los otros.

—¿Los otros? —repitió ella.

—Rocío, Candela y Eugenia están barriendo y fregando el suelo, y Nicolás y Peter están pintando. Nos ayudarán a bajar las cosas.

—Pero… —se había quedado absolutamente desconcertada. Lo único que había esperado era un poco de ayuda para transportar los muebles—. ¿Están limpiando y pintando?

—Mientras nosotros estamos aquí, hablando —afirmó Agustín—. Y Peter estaba empeñado en pintar uno de los cuartos de azul marino. No sé si es lo que tenías pensado, pero dijo que le gustaba ese color.

—¿Qué rayos…? —empezó a murmurar, pero entonces recordó la decisión de Peter de compartir la casa con ella. Al parecer seguía decidido a hacerlo, y ni siquiera su intento de seducirlo lo había hecho desistir.

Agarro su cartera de la mesa del comedor.

—¿Seguro que no me necesitan aquí?

—No tanto como te necesitan allá —respondió Gastón, sonriendo.

—Lo tenemos todo bajo control —le aseguró Agustín, pero volvió a llamarla cuando Lali estaba saliendo por la puerta—. Y si decides estrangularlo, espera hasta que lleguemos, ¿ok?

—¿Para que puedan protegerlo?

—No, no. Para que podamos verlo.

Continuará…