Capítulo 56

Buenas, buenas!!!! Cómo andan por ahí?! Espero que bien, pasando un buen domingo y que les haya servido para descansar y recargar! Si no fue el caso, les deseo una mejor semana y que lo que quiera que les pase, se vaya solucionando o mejorando con el pasar de los días! Felicitaciones a todas las que terminaron el cole y clases!!!! Besos y mil gracias por los comentarios siempre! Son tan, pero tan lindas! :D Gracias y nos leemos mañana!!!!

Twitter: @Caparatodos

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Aquella noche quería abrazar al padre que había sido en su infancia. Pero su mayor temor era encontrarse al otro hombre… ese hombre que apenas la reconocía y que ahora dormía en una cama de hospital.

Capítulo 56:

Lali odiaba el olor de los hospitales. Odiaba escuchar los pasos de las enfermeras corriendo por los pasillos. Los pitidos de las máquinas y monitores que controlaban la frecuencia cardíaca. Si Peter no la hubiera agarrado de la mano, habría salido espantada de allí.

Dudó un momento antes de entrar en la UCI.

—Tal vez debería buscar a mi madre primero. Seguramente está en la sala de espera.

—Si eso es lo que quieres, vamos —la animó Peter—. Creo que está al final del pasillo.

Lali permaneció inmóvil, debatiéndose entre dos decisiones igualmente desagradables.

—Sigo muy enojada con mi mamá —dijo finalmente—. No quiero discutir con ella.

—Entonces entra y pasa unos minutos con tu padre. Yo voy por un café —la miró con preocupación—. ¿O prefieres que entre contigo? Puedo quedarme al margen. Tu padre ni siquiera sabrá que estoy ahí.

—Sólo pueden entrar los familiares —dijo ella, señalando las normas colgadas en la puerta.

Lo vio alejarse y tuvo que reprimir el impulso de seguirlo. ¿Cómo podía haberse transformado en un apoyo tan importante y sólido? ¿Alguien en quien podía confiar completamente? No lo sabía.

Respiró profundamente y apretó el botón que abría las puertas de la UCI. Dentro había media docena de habitaciones alrededor de una central de enfermeras. Lali frenó a una enfermera que pasaba a su lado.

—Estoy buscando a Carlos Espósito.

—¿Es usted familiar?

—Soy su hija.

—Por aquí —dijo la enfermera, mirándola con compasión—. Su estado es muy delicado, pero confiamos en que los antibióticos hagan efecto. No se asuste por los tubos y el respirador.

Lali tragó saliva con dificultad.

—¿No puede respirar por sí mismo?

—Tranquila. Sólo es algo temporal, hasta que sus pulmones puedan tomar aire suficiente.

—¿Está despierto?

—Lo mantenemos sedado casi todo el tiempo, para que no tenga problemas con el respirador.

Lali entró en la habitación y ahogó su llanto. Su padre tenía las dos piernas enyesadas y estaba muy pálido y demacrado. Su pelo, oscuro como el de ella, estaba blanco casi por completo. Apenas podía reconocer al hombre fuerte y corpulento al que había visto un año atrás, en su última visita a casa.

Se acercó lentamente a la cama y se sentó en una silla a su lado. Tan concentrada estaba intentando reconocer a su padre en aquel cuerpo inerte y consumido que no se dio cuenta de que la enfermera salía de la habitación.

—Papá —susurró, tocándole la mano.

Parecía la única parte de él que no estaba conectada a un tubo o un cable. Su tacto era cálido y calloso, como ella recordaba, y su piel lucía el bronceado característico del trabajo al aire libre, aunque una franja blanca señalaba el lugar del anillo de matrimonio. La ausencia de la alianza lo hacía parecer aún más vulnerable.

Entrelazó los dedos con los suyos.

—¡Ay, papá!, ¿qué te pasó? —preguntó con los ojos llenos de lágrimas.

Para su asombro, su padre se movió ligeramente, como si la hubiera oído.

—No te muevas —le dijo ella—. Descansa y recupera tus fuerzas. Me quedaré contigo hasta que te pongas bien.

Tal vez sólo fuera el respirador, pero pareció que su padre emitía un débil suspiro. Lali quería creer que era consciente de su presencia y que se alegraba de tenerla allí, pero no podía hacerse ilusiones.

Sea como sea, no tenía intención de irse hasta que su papá estuviese fuera de peligro y pudiera decirle por sí mismo que se marchara… Aunque quizá, por una sola vez, le pidiera que se quedase.

Al volver de la cafetería con tres tazas de café, Peter vio a la madre de Lali en la sala de espera. Era imposible no reconocerla. Tenía los mismos ojos oscuros que Lali, aunque los suyos estaban hundidos y llenos de angustia. Su vestido de algodón estaba desteñido por demasiados lavados, pero estaba pulcramente planchado. Tenía un rosario entre los dedos y sus labios se movían en silencio.

Peter se acercó, se sentó junto a ella y esperó a que levantara la mirada.

—¿Señora Espósito?

Los ojos de la mujer se llenaron de pánico.

—¿Es Carlos? ¿Está bien? ¿Le pasó algo?

—Tranquila. Todo está bien, hasta donde yo sé. Lamento haberla asustado. No soy médico. Soy un amigo de Lali. La acompañé hasta acá.

Ella recorrió la sala de espera con la mirada.

—¿Está aquí?

—Está ahora mismo con su marido. Yo fui a comprar un café. ¿Quiere un poco? —le ofreció una de las tazas y ella la aceptó, pero en vez de tomarla la sostuvo con ambas manos, como si estuviera absorbiendo su calor—. Me llamo Peter Lanzani, por cierto. Soy secretario de Monte Grande.

—Entiendo —dijo ella distraídamente, y se levantó de su asiento—. Será mejor que vaya a buscar a Lali. No quieren que nos quedemos aquí mucho tiempo.

—Seguro que no tarda en salir —dijo él—. ¿Por qué no descansa un rato? Puedo traerle un sándwich o algo de comer, si le provoca.

Ella negó con la cabeza.

—Es usted muy amable, pero no, no tengo hambre —miró hacia la UCI—. Ya que Lali está adentro con Carlos, creo que iré a la capilla. No quería alejarme mucho, por si pasaba algo.

—Ahora puede irse —la animó Peter—. Le diré a Lali dónde puede encontrarla.

Continuará…