Capítulo 54

Hola!!! Qué tal están llevando el día?! Espero que bien y lo terminen de la mejor manera!!! Buen fin de semana para todas y nos leemos mañana! Besos y gracias! :)
 

Twitter: @Caparatodos

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—Yo que tu no me lo tomaría como una broma —le advirtió Sebastián—. Mi padre siempre consigue lo que se propone.

María sintió un estremecimiento, y no supo si era de miedo… o de ilusión.

Capítulo 54:

Lali entró por la puerta trasera de Delica’s, atravesó la cocina y se asomó al comedor para ver si Peter y su horrible madre habían llegado.

—No es que no me alegre de verte —comentó Gastón—. Pero, ¿quieres decirme qué haces en mi cocina en vez de estar sentada en una mesa?

—La mamá de Peter —respondió ella en voz muy baja.

—¿La estás espiando?

—No me hace falta. Ya conozco a esa arpía.

Gastón hizo una mueca.

—¿Sabe Peter la buena opinión que tienes de su madre?

—Lo sabe —respondió ella, sentándose en un banquito—. Y aun así quiere que comamos los tres juntos.

Gastón se puso a reír y apuntó hacia la puerta del comedor.

—Fuera de mi cocina. A mí no me metas en tus problemas.

—Eugenia dejaría que me quedara.

—Eugenia no está. Así que… chau.

—De acuerdo, pero será mejor que no saques tu mejor vajilla. Algo me dice que va a terminar hecha pedazos.

Salió a regañadientes de la cocina y se dirigió hacia la mesa donde Peter y su mamá acababan de sentarse. La expresión de Peter se iluminó al verla, y Lali sospechó que aquél sería el momento feliz de la comida. A partir de ahí, la situación no haría más que empeorar.

—¿De dónde sales? —le preguntó Peter, apartándole una silla.

—Pasé por la cocina para hablar con Gastón.

—Seguramente para decirle que eche veneno en mi comida —murmuró la señora Lanzani.

—¡Mamá!

Lali sonrió alegremente.

—¿Por qué no se me ocurrió antes?

—¡Lali!

Para sorpresa de Lali, los labios de la mujer se curvaron en señal de sonrisa, pero rápidamente la ocultó tomando un sorbo de agua. Tal vez fuera una de esas mujeres de carácter incansable y retorcido a quienes les gustaba provocar, pero que les gustaba aún más que la gente respondiera a su provocación con un mínimo de ingenio y descaro. Era muy posible que admirase a una mujer con agallas. Y ella tenía agallas de sobra…

—Gastón ha preparado un quiche de brócoli delicioso —les dijo—. Lo estaba sacando del horno hace un momento.

—Nunca me ha gustado el quiche —dijo Claudia Lanzani.

—El de carne está delicioso —siguió Lali, haciendo lo posible por mantenerse animada—. Y a nadie le sale mejor el de pescado que a Gastón.

—Es verdad —afirmó Peter—. He probado los dos y los recomiendo sin dudas. Creo que voy a tomar el especial de hoy: Lomo con verduras. ¿Y tú, mamá?

—Un cuenco de sopa —respondió ella sin mirar el menú.

—El gazpacho es muy bueno —dijo Lali.

—Demasiado picante.

— A la sopa de pollo le echan fideos caseros —dijo Peter, empezando a parecer desesperado.

—No estoy enferma —respondió Claudia—. Creo que probaré la sopa de lentejas.

Peter la miró con alivio.

—Le avisaré a la mesera —dijo. Al parecer, había perdido el entusiasmo por aquella aventura y ahora estaba tan impaciente como Lali por acabar.

Pidieron la comida y los tres se quedaron en silencio, hasta que Peter le puso a Lali una mano en el muslo por debajo de la mesa y le lanzó una mirada suplicante.

—Señora Lanzani, tengo entendido que ha participado en muchos actos de caridad. ¿Está trabajando actualmente en alguno?

Peter le sonrió agradecido y le frunció el ceño a su mamá, quien parecía ignorar la pregunta.

—El baile para la Asociación contra el cáncer —respondió de mala gana.

—Siempre ha sido uno de los eventos con más éxito en Buenos Aires —dijo Lali—. En los días previos recibíamos a muchísimas clientas. Todo el mundo quería tener el mejor aspecto posible.

Nada más pronunciar las palabras supo que había metido la pata. Acababa de recordarle a la señora Lanzani cómo se ganaba la vida y dónde había trabajado antes. Peor aún, la señora Lanzani había ido a Ce’Bella para recibir un tratamiento antes de aquel baile en particular.

—¿Ya ves, Peter? —dijo ella con expresión de suficiencia—. Te dije que esos eventos no son una pérdida de tiempo para la gente de clase alta. Muchas personas dependes de ellos para ganar dinero —se volteó para mirar Lali—. Seguro que contabas con esas propinas para llegar a fin de mes, ¿no? El alquiler es muy caro en Pilar.

—Isabella me pagaba un buen sueldo, y mis clientas también eran muy generosas —dijo Lali, negándose a morder el anzuelo—. Igual que aquí. Me gusta pensar que lo son porque les ofrezco un servicio excelente —se obligó a sonreír—. Pero el dinero no es lo más importante para mí. Me encanta lo que hago. Y ha sido muy gratificante levantar un nuevo centro de belleza desde los cimientos y satisfacer la enorme demanda que había en este lugar hasta entonces.

—Entonces, ¿esos tratamientos se ofrecen para todo el mundo? —preguntó la señora Lanzani en tono despectivo—. Siempre he creído que los buenos servicios se pagan.

Lali estaba perdiendo la paciencia. Y Peter pareció darse cuenta.

—Mamá, ¿por qué no le cuentas a Lali sobre el crucero al que tú y papá están pensando viajar en enero?

Su madre le sonrió con afecto, e incluso Lali pudo ver el cariño que le tenía a su hijo. Tal vez no fuera tan mala persona.

—Me sorprende que te acuerdes de eso, con todo lo que tienes en la cabeza —se giró hacia Lali—. Vamos a ir a un crucero de dos semanas por el Caribe… En primera clase, con un exclusivo centro de belleza.

—¿Qué empresa de cruceros? —preguntó Lali, y la señora Lanzani se lo dijo con su tono más soberbio y arrogante—. Sí, conozco muy bien a Lucía Casas. Está a cargo del centro de belleza.

—¿Conoces a Lucía? —preguntó la señora Lanzani, visiblemente desconcertada.

—Estudió conmigo en París.

La señora Lanzani la miró boquiabierta.

—¿Has estudiado en París?

—Durante varios años —respondió ella, deleitándose con su pequeño triunfo—. Fue allí donde conocía a Isabella. Estaba trabajando en uno de los centros más exclusivos de la ciudad cuando me convenció para que volviera a Argentina y trabajara con ella. Extrañaba mi país, así que acepté sin pensarlo dos veces.

—No tenía ni idea —murmuró la señora Lanzani.

El resto de la comida transcurrió sin incidentes. Peter llevó las riendas de la conversación y se esforzó por incluirlas a las dos. Se mantuvo en temas sin importancia: la comida, el tiempo, los mejores restaurantes de la ciudad… Cuando acabaron los temas, Lali miró su reloj y se levantó.

—Siento tener que retirarme, pero debo volver al trabajo.

—Te acompaño a la salida —dijo Peter—. Mamá, ¿por qué no vas mirando la lista de los postres?

—Adiós, señora Lanzani —se despidió Lali, incapaz de añadir que había sido un placer.

Una vez fuera, Peter dejó escapar un suspiro de alivio.

—No ha sido tan horrible, ¿no te parece?

—Al menos no me ha tirado la comida encima. Aunque por su expresión parecía estar pensándolo.

—Eso fue antes de que dijeras haber estudiado en París. ¿Por qué no me lo habías contado?

—Nunca lo preguntaste —respondió ella simplemente—. Y no creo que tu mamá vuelva a mirar Paris con los mismos ojos, ahora que sabe que gente como yo ha estado ahí.

—¿De verdad no te parece que haya salido bien?

—¿A ti sí? —le preguntó ella, mirándolo con asombro.

—Sí, claro que sí. No se ha derramado sangre. Eso es todo un éxito.

—Se ve que te conformas con poco.

—¿Y qué puedo esperar? No van a firmar la paz de un día para otro… Pero al final terminarán riéndose de todo esto.

Lali sacudió enérgicamente la cabeza.

—No, por favor. No vuelvas a pedirme algo así. Ella es tu mamá y no quiero faltarle al respeto, pero no me cae bien ni yo a ella. Vamos a dejar las cosas como están.

—No creo que pueda —dijo Peter.

—¿Por qué no?

—Porque sería un problema en la boda —respondió él, y la besó rápidamente antes de volver a entrar en el restaurante.

Lali se quedó inmóvil, boquiabierta por la conmoción. ¿Boda? ¿Se había vuelto loco? Por muy halagada que pudiera sentirse, estaba completamente segura de que jamás podría entrar en una familia como la suya. Ni siquiera había llegado al punto de querer salir con él.

Se frotó los labios, donde aún estaba el hormigueo del beso. Tener sexo con él, en cambio, era algo muy distinto.

Continuará…