lunes, 3 de marzo de 2014

Capítulo 26


Twitter: @Caparatodos
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Lali miró la puerta y entró con paso vacilante, sin saber muy bien qué habría dentro.

Capítulo 26:

Al igual que al Lugar de Mecha, a la habitación no le habrían venido nada mal los consejos de un decorador de interiores. Los muebles eran gigantescos y oscuros, y estaban ordenados pegados a las paredes, de manera que en el centro quedaba un espacio vacío sin nada. A lo mejor en las noches de verano Peter se dedicaba a dar conciertos ahí, o algo así.

Cuando los ojos de Lali se acostumbraron a la oscuridad, se relajó.
A Peter le gustaba leer.
En ese mismo instante, le perdonó sus problemas para comunicarse y sus atributos que le hacían perder la cordura.
Peter era de su equipo; la de los lectores.

Había libros por todas partes, en todas las superficies disponibles, e incluso alineados en las estanterías. Libros de verdad, para leer, no de decoración. Las manos de Lali se morían por acercarse y mirar las portadas, tal vez incluso por frotar la cara contra unos cuantos e inhalar el olor. Pero posiblemente se pondría a llorar y mojaría todos los libros de Peter, así que se contuvo.

La única luz del lugar provenía del fuego de una chimenea gigantesca, alrededor de la cual se encontraban unas cuantas sillas de madera. Lali distinguió la silueta de un hombre y un niño pequeño. El hombre tenía el pelo oscuro e iba vestido de negro, como Peter. Lali se preguntó si se habría perdido la moda del ninja.

—¡Señorita Rinaldi! —Rafael saltó de su asiento y fue corriendo hacia ella. Levantó su carita llena de ansiedad—. ¿Por qué está aquí, señorita Rinaldi? Yo no he hecho nada malo, ¿no?

—No, lindo —dijo Lali suavemente, despeinándolo—. Claro que no hiciste nada malo. Sólo vine a visitarlos y a hablar con tu papá de lo bueno que eres. —Parte de la ansiedad de Rafael desapareció, aunque Lali aún notaba tensión en su rostro.
Peter volvió a tomarla del brazo y se acercaron a la chimenea.

—Daniela Rinaldi, permíteme presentarte a Pablo Martínez, el papá de Rafael y mi mano derecha.
El hombre, que no dio muestras de haberlo escuchado, siguió hundido en la silla con la cabeza entre las manos.

—Pablo... —La profunda voz de Peter se convirtió en un gruñido amenazador.
Poco a poco, Pablo Martínez giró la cabeza y se levantó como si tuviera mil años.

Lali hizo una mueca de dolor al verle los ojos, del color de los muchos semáforos que se había pasado en sus despistes al volante. Se preguntó si dolería verlo todo a través de unos ojos tan rojos.

Estaba demacrado y una barba de varios días asomaba por su delgado y atractivo rostro. No era la típica barba cuidada y lograda gracias a la máquina de afeitar, sino una auténtica barba de varios días, de la que sólo se consigue no afeitándose durante varios días. Probablemente el mismo número de días que no había dormido.

—Pablo... —El tono de voz de Peter era más bajo y amenazante que antes, si cabe.
Martínez se pasó una mano por el oscuro pelo y asintió hacia Lali.

—Señorita Rinaldi. —Tenía la voz rasposa y áspera.

—Señor Martínez. —Lali inclinó la cabeza.

—¡Hey, campeón!. —Peter se agachó hasta ponerse a la altura de Rafael. Su voz volvía a ser amable—. Estrella del Sur dio a luz ayer por la noche. ¿Por qué no le pides a Samuel que te lleve a ver al potrillo?

—¿Un potrillo? —El rostro de Rafael se iluminó de alegría y la tensión desapareció en un instante—. ¡Woohoo! —gritó, dando un puñetazo al aire. Recordando sus modales, murmuró un rápido adiós en dirección a Lali y salió corriendo por la puerta.
Pablo Martínez giró despacio la cabeza hacia Peter; era como si le doliera hacerlo.

—¿Qué ha sido? ¿Una potranca?
Peter se puso de pie nuevamente y miró a Pablo fijamente.

—Potro.

—Un potro —dijo Pablo, soltando una amarga carcajada—, Debería de habérmelo imaginado; ni siquiera las yeguas quieren estar aquí. La Maldición de los Lanzani vuelve a la carga...

—Ya basta, Pablo. —La voz de Peter era fría y profunda. Lali se estremeció; no le gustaría que usara ese tono de voz con ella. La mantendría en silencio, por lo menos, durante un siglo entero.
Pero Pablo no parecía demasiado impresionado.

—Apuesto a que si no nos hubiéramos mudado aquí, Lucrecia no se habría ido. Apuesto a que...

—¡Dije que ya basta! —La voz de Peter era, si cabe, más profunda y fría. Se acercó a Pablo con las manos apretadas en puños. Martínez levantó la barbilla en tono desafiante, retando a Peter a que lo golpeara.

El aire olía fuerte y a almizcle. Lali se preguntó si se debería a todos esos libros o a la testosterona que aquellos dos hombres estaban emanando. Tenía que hacer algo, y rápido. Pablo no parecía muy capaz de sobrevivir la resaca del día siguiente, por no mencionar un par de golpes con Peter. Lali volvió a mirar las manos de Peter, que ahora formaban dos puños. Probablemente no demasiados hombres sobrevivirían a un par de golpes con Peter.

—Bueno —dijo Lali, y se frotó las manos—. Bueno, entonces aquí estamos. —Ninguno de los dos mostraba ninguna reacción, así que intentó sonreír enseñando un par de dientes.
Nada.

Se quedaron allí, de pie, mirándose el uno al otro con el ceño fruncido, como si Lali no existiera.
Se dio por vencida. A lo mejor, después de todo, un par de golpes no les vendrían nada mal.

—Ehh, ¿Peter? —Lali reprimió el impulso de jalarle la manga para que le prestara un poco de atención. Pero no fue necesario; esos oscuros y feroces ojos volvieron a centrarse en ella. Lali se estremeció de nuevo, aunque esta vez no fue de miedo—.De... —Lali se lamió los labios resecos—... Dejé mi maletín en la camioneta y tenía algunos trabajos de Rafael que quería enseñarle al señor Martínez. No... —Alzó una mano al ver que Peter se movía hacia ella—. Voy yo a buscarlos, pero repíteme cómo hago para volver a la cocina. O dibújame un mapa.
El tono de voz de Peter volvió a ser amable.

—Apenas salgas, gira a la derecha y después, siete puertas más allá, gira a la izquierda y sigue por el corredor hasta el final. Llegarás a la despensa y de ahí a la cocina.
A Lali le estaba costando trabajo concentrarse con su penetrante mirada. El campo de fuerza se había vuelto a poner en marcha.

—Siete puertas, izquierda, despensa, cocina —dijo—. Lo tengo.

Se giró y al salir por la puerta miró con horror el interminable y gigantesco pasillo.
Tal vez debería de haber dejado un rastro de migas de pan.


Continuará…

7 comentarios:

  1. Más quiero laliter juntos ya jaja

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  2. Jajajaja,pasa del casi miedo a k le tiemble todo .
    Peter ,cambia su tono d voz ,k da miedo.

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  3. Lina (@Lina_AR12)3 de marzo de 2014, 17:01

    Parece q estamos en una de terror en este momento!!!!!!!!!#miedito!

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  4. pero tiene una casa? yo diria que tiene tres o cuatro juntas jajajjaja seguramente ellos dos en algun momento se encarguen de llenarlas de niños=)

    en serio pablo culpa a los Lanzani porque su mujer no esté? me parece que debería pensar las cosas sobre todo por su hijo

    espero mas noveeeeeee PD: y a ti tb jajaa

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  5. Me gusto el capítulo!!! espero el proximo!!!

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