viernes, 7 de marzo de 2014

Capítulo 30


Twitter: @Caparatodos
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—No. —Peter se le acercó y, al levantar la mirada, Lali se encontró con sus ojos verdes. Sonreía desde lo más profundo—. Pero tenemos una despensa.

Capítulo 30:

La información era poder y, últimamente, la información también era dinero. Cuanto más secreta fuera la información, más poder te daba y más dinero valía. Era la regla principal de la economía moderna, cortesía de Stanford.

«Así que, —pensó el profesional—. No sé dónde está Mariana Espósito. Todavía. Pero tengo las direcciones y las nuevas identidades de dos personas bajo el Programa de Protección de Testigos. Esa información no le sirve a Isaías Fadul, pero estoy seguro de que hay alguien, en algún lugar, dispuesto a pagar bien la información».
De pronto, al profesional se le ocurrió una idea; una idea brillante.

Ya iba siendo hora de dejar aquel negocio. Al profesional no le cabía la menor duda de ello. Con una veintena de buenos golpes bajo la manga, el profesional se había ganado una buena reputación, pero el tiempo jugaba en el lado de la policía. Antes o después, y pese a los preparativos más meticulosos, cometería algún desliz. Era matemáticamente inevitable. Decididamente, era hora de abandonar.

La cabeza de Mariana Espósito le proporcionaría tres millones de dólares para retirarse a gusto en una playa paradisíaca. Pero tres millones de dólares ya no eran lo de antes. Ok, había metido ya un millón y medio en un fondo de inversión decente; estaban invertidos en bonos de bajo riesgo. Con el dinero no se juega; ya corría demasiados riesgos en la vida.

Pero la mudanza y la compra de una casa de playa en primera fila se llevarían buena parte de sus ahorros, por lo que se vería obligado a recortar gastos de otros lados.
Necesitaba más dinero.

En el mercado actual, el precio de un golpe en sí era de unos doscientos mil para arriba, pero había un límite de números de golpes al año y, de todas formas, iba siendo tiempo de dejarlo.

Aunque la información necesaria para dar el golpe como, por ejemplo, dónde estaba un antiguo empleado que ahora era testigo del Estado, podía valer mucho dinero. Dinero de verdad. Con una computadora en condiciones y un módem, se podría obtener la información desde cualquier lugar del mundo, hasta en las islas del Caribe, y podría enviarse a cualquier parte del mundo, sin ningún peligro. Y no había límite en cuanto a número de golpes de información.
Daba igual cuántos firewalls instalara el Departamento de Justicia para proteger sus archivos, el profesional podía internarse en ellos sin problemas.

«Es el negocio perfecto, —pensó el profesional—. Golpes virtuales a, por ejemplo, cincuenta mil. Para siempre. Sin riegos». Stanford estaría orgulloso de su capacidad.

—Estaba buenísimo —dijo Rafael, limpiando el plato con la última galleta—. Muchas gracias, señorita Rinaldi.

—Bueno, chicos, son fáciles de complacer —dijo sonriendo—. Haz un par de trozos de carne a la parrilla, calienta un par de papas y siéntate a disfrutar de la lluvia de cumplidos.

«Ha sido un poco más complicado que eso», pensó Peter. Lali se había paseado por la despensa maravillada, bromeando acerca del tamaño y realizando un inventario de lo que había allí. Luego, se las había ingeniado para aderezar la carne, preparar un poco de mantequilla de ajo para las papas y hacer una ensalada como guarnición en muy poco tiempo. Había hecho hasta galletas.

Era una cocinera estupenda. Todo lo que preparó estaba delicioso pero, sobre todo, se llevaba bien con todo el mundo. Mientras se movía a gusto por la cocina, había mantenido una alegre conversación en tono suave y agradable.

Pablo ya no tenía la mirada perdida que tenía últimamente y Rafael reía y correteaba como el niño de siete años que era, en lugar de andar por ahí decaído y como si cargara con el peso del mundo sobre los hombros.

Estaban comiendo una comida deliciosa en un ambiente agradable y relajado.
En la cocina de los Lanzani.
Con una mujer.
Imposible.

La maldición de los Lanzani desapareció durante un par de horas. Las comidas con Melissa habían sido de todo menos alegres. Y Peter, gracias a Dios, no tenía ni idea de cómo habían sido las comidas con Lucrecia, pues la había evitado con el mismo cuidado y por las mismas razones por las que habría evitado a una tarántula.
Mientras Lali estaba ocupada devolviendo a la cocina el aspecto de un lugar agradable, Peter hacía lo que podía por no pensar en sus curvas.

Se esforzó mucho para no fijarse en los pechos y el trasero de Lali, e hizo un esfuerzo aún mayor por no imaginársela debajo de él, con sus muslos apretándole las caderas. Trataba de no pensar en cómo se sentiría dentro de ella; estaba seguro de que sería pequeña y apretada. Y, por encima de todo, trató de no pensar en estar con ella tan fuerte como quisiera porque, por cómo se sentía en aquellos momentos, probablemente la matara de la fuerza.

El caparazón de hielo con el que se había cubierto desde que tenía uso de razón empezaba a derretirse; a la larga era bueno, claro. Pero ahora mismo significaba que tenía que apretar los puños para no tumbar a Lali en el suelo de la cocina, desnudarla y poseerla con fuerza durante horas.

No debía pensar en ese tipo de cosas cuando una profesora de primaria muy guapa y agradable hacía lo que podía por ayudar al hijo de su mejor amigo y estaba, incluso, haciendo que su cocina se convirtiera en un lugar cálido y relajado por primera vez en las cuatro generaciones de Lanzani.

Así que Peter se sentó, la observó y escuchó, sonriendo cuando los demás reían, comiéndose aquel delicioso manjar, disfrutando con las sonrisas de Rafael y frunciendo el ceño cuando Pablo coqueteaba.

Todo ello sin dejar de pensar en tener a Lali desnuda bajo él o, ¡Dios mío!, sobre él. No podía apartar esa imagen de la cabeza; Lali encima, sonriéndole mientras se unían íntimamente. Su masculinidad cobró vida bajo sus pantalones al pensar en ello y se puso rígido en la silla, agradecido de que la mesa ocultara su reacción.

Si estuviera sobre él, podría observar ese precioso rostro. Así descubriría sus más preciados secretos. Fuerte y rápido o suave y lentamente. Aunque poco importaba cómo le gustara porque, en aquellos momentos, no lograba imaginar poseerla más que frenéticamente y durante toda una semana sin parar.

Normalmente se controlaba muy bien durante el sexo y era capaz de dar las embestidas que la mujer quisiera. No era bueno con las palabras, pero tenía el lenguaje corporal dominado. Una mujer no necesitaba decir qué quería, podía verlo en la forma en que movía las caderas cuando la penetraba, en la forma en que sus manos se aferraban a él, en la forma en que respiraba.

A Daniela Rinaldi probablemente le gustara hacerlo despacio, suave y con romanticismo. Tenía ese tipo de cara. Todo en ella era tan delicado. Seguro que quería que la cortejaran, que le dieran un montón de besos, que la desnudaran lentamente y un montón de preliminares. Probablemente querría que la penetrara despacio, poco a poco. Estaba bien dotado, así que tendría que tener cuidado y, una vez dentro de ella, probablemente prefiriera enviones largos y lentos. Probablemente esperara que fuera un caballero.
Ni de broma.

Se sentía exactamente igual que Apolo, su semental negro, cuando montaba a Leyla, la maravillosa potranca árabe. Los caballos copulaban con violencia; así los había diseñado la naturaleza. Normalmente se impedía que los propietarios lo vieran, porque todos tenían una visión romántica de sus sementales y les atribuían una nobleza y caballerosidad que, sencillamente, los sementales no tenían. Apolo era un semental de 590 kilos de pura masculinidad, uno de los animales más fuertes sobre la faz de la tierra. Mientras cubría a Leyla, Apolo le había mordido el cuello con tanta fuerza que le había hecho una herida, y sus negros cascos le habían hecho rasguños en los flancos.
Si Lanzani no tenía cuidado, así era exactamente como tomaría a Daniela Rinaldi.

La idea lo espantó y trató de apartar la imagen de su cabeza, trató de ignorar el calentón que le estaba provocando esa imagen. Trató de recordar que, a diferencia de Apolo, él debía comportarse como una persona civilizada.

Lanzani hizo lo que pudo por no fijarse en Lali. Llevaba un polo y, si se fijaba bien (sin que se notara lo bien que se estaba fijando), podía ver el suave contorno de sus pechos, pequeños y delicados, y probablemente sabrían a cereza.

En cuanto a su trasero... Dios, no podía apartar los ojos de ahí cuando se inclinaba para comprobar las galletas que tenía en el horno. Perfecto. Estaba seguro de que sus manos se acoplarían perfectamente para sujetarla con fuerza mientras...

—¿Qué opinas, Peter? —preguntó la voz infantil de Rafael.
«Creo que acostarme con Daniela Rinaldi es la mejor idea que he tenido nunca».
Lanzani parpadeó, horrorizado.

¿Lo había dicho en voz alta? De ser así, tendría que salir a pegarse un tiro. Miró a su alrededor con frenesí.

Continuará…

8 comentarios:

  1. jajjajaja me muero!! Nah seguro que no lo dijo!
    Quiero más!
    Lore

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  2. Lina (@Lina_AR12)7 de marzo de 2014, 20:33

    Peter esta on fire! JAJAJA

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  3. Esta en llamas!! Más me encanta!

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  4. Jajajaja,ya se la imagina d todas las formas .
    Ni prestó atención a la conversación.

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  5. jajajaja pero miralo!!! suponiendo como le gusta a Lali jajaja

    PD: te imaginas que lo haya dicho en voz alta? lo dudo, pero ojala que si jajajaja

    espero mas noveeeeeeeee TQ!

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  6. Necesito mas novelaaaaa!!!! Me tiene intrigadisima, quiero maraton plis!!
    Besos, Fatima

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