domingo, 9 de marzo de 2014

Capítulo 32


Twitter: @Caparatodos
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Peter agarró a Lali del codo y se dijo que cuando volviera tenía que acordarse de darle a Pablo un par de lecciones de discreción.
Con una sartén.

Capítulo 32:

«Faltaba algo», pensó Lali mientras miraba por la ventanilla para no tener que mirar a Peter.

Pero no necesitaba mirarlo. Ejercía sobre ella tal fuerza gravitacional que era plenamente consciente de su presencia a todas horas. Lo mismo había sucedido en la cocina. Se había sentado en silencio en la silla, sin hablar apenas y, aun así, todo el mundo parecía girar alrededor de él, como si Pablo, Rafael y ella misma fueran planetas diminutos alrededor al sol. Pablo le hacía caso en lo que dijera, Rafael lo adoraba abiertamente y ella... bueno, a ella le costaba horrores alejar los ojos de él.

Y se había sentido... distinta toda la tarde. ¿Qué era? Era tan difícil determinar qué sentía; era algo que ya había sentido antes, de eso estaba segura, pero hacía mucho tiempo. Antes de que sus padres murieran, de hecho.
Eso era.

La última vez que sintió aquello había sido hacía cuatro años, durante unas vacaciones que pasó en París con sus padres. La familia Espósito había vivido en París de los diez a los quince años de Lali, y todos ellos guardaban muy buenos recuerdos de su estancia allí. Visitaban la ciudad siempre que podían. Se hospedaron en una pensión maravillosa en Rue du Cherche-Midi y visitaron a unos viejos amigos. Su madre se había cortado el pelo en la elegante peluquería de Jean-David, como en los viejos tiempos. Se habían reído mucho, y compraron cosas para su nuevo departamento de Buenos Aires; se había sentido feliz, sin problemas y... a salvo.

Después de eso sus padres murieron en un accidente de auto y ya no volvió a sentirse segura. Estaba contenta en Buenos Aires, pero había momentos en que se sentía sola e intranquila; a la deriva tras la muerte de sus padres.

Y durante aquel último mes lo único que había sentido era terror y una soledad enorme. Aquella tarde, por primera vez en mucho tiempo, el peso del miedo y de la soledad que soportaba su alma se había aligerado. Había disfrutado de una tarde agradable y feliz, preocupándose solo de lo contento que parecía Rafael, de lo extraña que era aquella gigantesca cocina y cómo, de alguna forma, parecía estar hecha para Peter.

Aquella tarde, Rafael se había reído y había bromeado. Había intentado preparar una comida que les gustara a los tres hombres, nada demasiado elaborado, aunque a los tres prácticamente se les caía la baba para cuando por fin puso las cosas encima de la mesa. Se habrían comido cualquier cosa que no fuera aserrín.

Se había divertido bromeando con Rafael y con Pablo, quien había ocultado su anterior agresividad. Incluso el silencio de Peter había sido un... interesante tipo de silencio. Aquella tarde había sentido muchas cosas; alivio por que Rafael estuviera bien, diversión ante las patéticas muestras de agradecimiento de los hombres por la comida que había preparado, excitación ante la idea de ir a una librería, aquella alocada atracción por Peter. Pero no se había sentido sola y, por encima de todo, no había sentido el miedo; su compañero constante durante aquel último mes.

Y eso se lo debía a Peter; no le cabía la menor duda. Era imposible tener miedo cuando estaba cerca. Se había sentado en la cocina, observándola en silencio con sus penetrantes ojos, una presencia grande y quieta que le tranquilizaba enormemente. Era como tener un gigantesco perro guardián cuidando de ella.

Lo miró de reojo. Entrecerraba los ojos por el sol y sus manos descansaban sobre el volante, la piel de alrededor de los ojos estaba arrugada y machacada por el tiempo y, de perfil, la línea de su mejilla le parecía extrañamente elegante. El sol del atardecer se reflejaba en su pelo castaño.

Ok, tal vez no fuera un perro guardián, sino un lobo marcado por la lucha. Pero estaba ahí y ella se sentía protegida por su simple presencia.
Sintió que la miraba y movió la cabeza para observarla a su vez. Le brindó una deslumbrante sonrisa. La camioneta negra hizo un ligero quiebro.

—¿Qué? —preguntó.

—Sólo sonreía, Peter —dijo Lali, alucinada por lo segura y libre que se sentía con él, como si pudiera hacer o decir cualquier cosa—. Por nada en especial. Supongo que no sonríes demasiado, ¿no?

—Nop. —Pero había curvado los labios en una medio sonrisa.

—Tampoco hablas demasiado.

—Nop.

—No pasa nada —dijo animadamente—. Yo hablo y sonrío por dos, así que supongo que todo se equilibra solo.

Lali volvió a mirar por la ventana y, por primera vez, se permitió observar de verdad el paisaje. El viaje a El Puesto había sido tal pesadilla que no había visto gran cosa. Se había limitado a encogerse con ansiedad sobre el volante, dolorosamente consciente del hecho de que las vastas praderas de hierba eran perfectas para que un tirador hiciera blanco en ella sin problemas. Las largas y solitarias carreteras a través de bosques de pino parecían diseñadas a posta para las emboscadas.

No le había costado trabajo imaginarse a un asesino escondido tras cada árbol. Para cuando por fin llegó a El Puesto, había estado empapada de sudor.

Ahora que no veía el paisaje con ojos aterrorizados, observó que el paisaje tenía una especia de esplendor salvaje y sin refinar. El fuerte viento movía las ligeras y esponjosas nubes por el cielo azul. El paisaje era tan extenso que podía seguir las sombras de las nubes corriendo a través de la hierba.

Continuará…

8 comentarios:

  1. Al fin me puse al día con todos los capítulos!!!! Me gusto este capítulo al igual que todos los otros!!
    Espero el proximo!!

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  2. Conociendo mas a Peter ,y x lo visto enamorándose de todo lo k rodea al pueblo.

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  3. Maaaas nove plis!!!!
    Besos, Fatima :)

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  4. Apenas me pude poner al corriente, esta buenisima tu nove
    quiero maaaas!
    te espero http://amorporcasiangeless.blogspot.mx/
    besos!

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