Capítulo 40

Hola, hola!!!!! ¿Cómo les va? ¿Qué tal empezaron la semana muchachas? Ojalá que todo bien y llena de pilas para remarla ;) Gracias por leer y estar, son lo más!!!!!! Besos y hasta mañana!

Twitter: @Caparatodos

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—¿Señorita Rinaldi? ¿Señorita Rinaldi? ¿Dónde está? Frodo necesito la secadora. ¿Señorita Rinaldi?

—¡Mátame! —suspiró Peter.

Capítulo 40:

Los dos se quedaron paralizados; Lali miró fijamente los ojos de Peter. Su orgasmo no se detuvo, pues su cuerpo seguía su camino pese a que su mente gritara: «¡Alto!».

La fuerza del orgasmo hizo que se estremeciera y que perdiera por completo el control de su cuerpo. Peter respiraba con fuerza. Se quedó quieto dentro de ella.

—¿Señorita Rinaldi? —La voz de Rafael se perdió. Iba a buscarla a la cocina, donde obviamente no la encontraría. No quedaba más que una habitación más en la casa y enseguida se oyeron sus pasos atravesando la pequeña sala de estar.

Gracias a Dios, las contracciones empezaban a desaparecer. Temblando aún, Lali empujó a Peter de los hombros, que cerró los ojos como si le doliera y se retiró. Bajó las piernas confiando en que no le fallaran; estaba temblando.

—¿Señorita Rinaldi? ¿Dónde está? —La manija de la puerta se movió.

—Un... —No le salía la voz. Lali se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo—: Un ratito. No entres, Rafael, ahora salgo.

—Dale. Necesitamos la secadora. —Rafael silbó alegremente mientras volvía al baño con Frodo.

Lali sólo pudo bajar la mirada. El miembro de Peter seguía completamente preparado. Y, a su vez, el hombre que la había poseído hace unos segundos, trataba esconderlo dentro de su pantalón, pero el cierre se quedó enganchado. Lali lo miró con una mueca de dolor.

—Eso tiene que doler.

—No tienes ni idea —farfulló.

—¿Y no te has, ehh...?

—No. —La taladró con sus negros ojos—. Aunque pretendo hacerlo. En cuanto haya dejado a Rafael en casa, pretendo volver y pasarme toda la noche dentro de ti y entonces sí que lo haré. Y mucho.

No tenía aire en los pulmones, sólo calor. Por lo que había visto, y sentido, Peter era muy capaz de hacer lo que decía.

—Ah —dijo débilmente—. Ah, eh, perfecto.

Le rodeó el cuello con una mano y la besó. Cuando levantó la cabeza, seguía acariciándole el cuello con el pulgar.

—Será mejor que vayas a ver a Rafael. Iré en un segundo.

Lali asintió y se dirigió lentamente hacia la puerta.

—¿Chiquita? —Lali se giró y lo miró inquisitivamente—. ¿No quieres ponerte los zapatos y algo de ropa interior antes de salir?

—Ehh… —dijo Lali, aún confusa. Sus palabras apenas habían calado en ella. Aún seguía sintiendo los efectos posteriores al orgasmo—. Ropa interior.

Ropa interior, ropa interior. ¿Dónde...? Ah. Las medias, culote y zapatos estaban en un rincón. Para cuando por fin estuvo lista, Peter parecía menos salvaje también, aunque se fijó en que no se había quitado la casaca, que le llegaba hasta los muslos y cubría la erección.

Lali sacó la secadora del cajón y se dirigía a la puerta cuando lo sintió justo detrás de ella; sintió el calor de su cuerpo y la enorme presencia de Peter.

—¿Señorita Rinaldi? —La voz de Rafael llegaba débilmente desde el baño.

—¡Voy llegando! —Gritó Lali, y casi dio un brinco cuando sintió la mano de Peter dándole una nalgadita. Luego, se inclinó y la besó en la nuca, un ligero beso que acabó casi antes de haber empezado.

—Eso espero —murmuró junto a la oreja de Lali—. Que llegues, varias veces, durante toda la noche.

Se detuvo con la mano en la manija, una oleada de calor casi hace que caiga de rodillas. Peter no debería decirle cosas como esas; especialmente cuando estaba a punto de salir al encuentro de un niño. Estaba segura de haber enrojecido. Era un desastre y tenía el pulso acelerado. Para lograr que la puerta se abriera, tuvo que intentarlo dos veces. No podía darse la vuelta; si lo hacía, si veía a Peter, cerraría la puerta, se giraría y se lanzaría sobre su cuello. Así que fijó la vista al frente con decisión, abrió la puerta y salió con paso tembloroso hacia el baño.

Aquello era un desastre. La tina estaba llena hasta arriba de agua y espuma, que fluía hasta el piso cada vez que Frodo se movía.

Lali le entregó la secadora Rafael, quien apenas levantó la cara.

—Genial, gracias señorita Rinaldi. Tengo que secar a Frodo, si no se enfriará. Ven, Frodo, sal. —Rafael chasqueó los dedos y Frodo saltó fuera de la tinaa, junto con la mitad del agua.

—¡Espera! —Demasiado tarde. Frodo se sacudió y caló la habitación entera. Lali levantó las manos para protegerse, pero Rafael estaba chorreando. El baño estaba tan mojado que era demasiado peligroso utilizar la secadora allí. Con un suspiro, Lali le quitó la secadora a Rafael, sacó una toalla vieja del armario y la extendió por el suelo de la despensa.

—Aquí, Rafael —dijo, enchufando el aparato.

Rafael y Frodo fueron hacia la despensa, chorreando agua a su paso. Cuando el niño encendió la secadora, Lali salió de allí.

Peter la estaba esperando en la sala, con la enorme caja en las manos. Se la entregó.

—Es para ti —dijo sencillamente.

Un regalo. Lali parpadeó.

Continuará…