Capítulo 108

Buenos días su señoría matatirutirula ♫ jajajaja Holaaaa chicas! Cómo las arrancaron Julio, cómo empezaron el domingo?! Espero que más que bien! Hoy es el penúltimo capi de la nove! Espero la hayan disfrutado y nada firmen, firmen que más tarde vuelvo con el epílogo y el argumento de lo siguiente! A las que van al Rex, DISFRUTENLO con TODO! Y Merd para este día a todas! Se les quiere y… nos leemos más tarde?! Besos ;)

Twitter: @Caparatodos

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—Crees que fuiste tú quien tuvo la última palabra, ¿no? Te equivocaste. Yo gano. Juego, set y partido. Bueno, ¿alguna pregunta más o seguimos adelante? ¿Cómo de generoso vas a ser esta noche, Peter? ¿Te mato primero a ti o a ella?

Capítulo 108:

—A mí —dijo Peter sin dilación.

—Esperaba que dijeras eso. —Estiró el brazo. A esa distancia, no fallaría.

—Por cierto —interrumpió Lali de nuevo, la desesperación hacía que su voz sonara tensa—, te has dado cuenta de que Pérez tiene un sistema de cámaras de seguridad, ¿no? Estás en la cámara indiscreta desde que has entrado aquí. —Levantó lentamente la mirada hacia el rincón detrás de él y volvió a bajarla.

Valente dudó un instante, y fue todo lo que Lali necesitó. Mariana salió velozmente de detrás de Peter, y le arrojó el abrecartas doblado. Él se lanzó desde el escritorio sobre Valente, y ambos cayeron sobre la silla y de ahí al suelo. La pistola salió volando de la mano de Valente, pero éste logró golpear a Peter en la espalda con el bate.

Gruñendo, Valente gateó en busca de la pistola mientras Peter se retorcía para agarrarlo de la pierna y detenerlo. La pistola se deslizó bajo un estante, y Lali fue por ella. Valente la agarró y ella le encajó un fuerte codazo en la cara.

—¡Lali, retrocede! —gritó Peter, ingeniándoselas para ponerse de rodillas y darle un fuerte puñetazo a Martín en los riñones.

Valente se retorció como una serpiente, y consiguió golpear con el bate en la cara a Peter. La sangre brotó de su labio y también de la nariz, y se tambaleó hacia atrás. Su atacante saltó sobre él, y alzó de nuevo el bate.

Lali se le subió a la espalda.

—¡No! —gritó, con una mano en el bate y la otra alrededor del cuello de Valente. Tiró hacia atrás con tanta fuerza como pudo y el hombre perdió el equilibrio, y se cayó pesadamente al suelo encima de ella.

El aire se escapó de sus pulmones debido al impacto. Jadeando, Lali lo apretó del cuello. Un codo impactó contra su caja torácica con la fuerza suficiente como para hacer que se le pusieran los ojos en blanco. Aflojó el brazo y él se posicionó sobre ella en cuatro patas, agarrándola del pelo y golpeándole la cabeza contra el suelo.

Un dolor punzante atravesó su cabeza, palpitando y retumbando y haciendo que los sonidos parecieran huecos y distantes. Trató de dar patadas, pero él le inmovilizó las piernas con las rodillas. Le había agarrado la mano derecha y se la sujetaba por encima de la cabeza mientras la golpeaba sin piedad, pero tenía la izquierda libre. Buscó el bate de beisbol con la vista algo nublada.

Éste se le escapó, y luego el peso del hombre desapareció de encima de ella. Con la vista descentrada divisó fugazmente a Peter que sostenía el bate como un auténtico profesional, lo levantó y golpeó a Valente con todas sus fuerzas en la cabeza, y luego escuchó el sonido de un cuerpo al caer. Entonces todo se volvió negro.

Peter dejó caer el bate. Se desplomó en el suelo, y se arrastró hasta donde Mariana yacía con los ojos cerrados y el rostro descolorido.

—¿Mariana? —susurró, limpiándose con brusquedad lo sangre de la boca. Tocó su cara, pero ella no se movió—. ¿Lali?

Dios, la había matado. Cuando logró pararse y vio a Valente golpeando su cabeza una y otra vez contra el piso, el tiempo simplemente se había… detenido. No había nada que hiciera que aquello valiera la pena: ni el orgullo, ni el dinero, ni su propia vida.

Temblando, deslizó un dedo sobre su cuello. El pulso latía débilmente contra su mano, y tomó una bocanada de aire.

—¿Mariana? ¿Cariño? Abre los ojos, Lali.

Sus pestañas se agitaron y unos ojos caramelo lo miraron con aturdimiento.

—¡Ay! —se quejó con dificultad.

—No te muevas, chiquita. ¿Puedes sentir las piernas y los brazos?

—Tienes la cara llena de sangre.

—Lo sé. Mueve los dedos de los pies y de las manos. Ahora, Mariana. —Pasaron unos segundos sin que su corazón latiera, luego sus dedos se movieron, primero la mano derecha y luego la izquierda—. Buena chica.

Desde detrás del escritorio llegaron hasta él los pitidos del teléfono de Ignacio que se encontraba en el suelo, y Peter se apoyó sobre un costado para acercarlos. Rápidamente llamó a una ambulancia y a la policía, luego volvió a ocuparse de Mariana. Sus ojos se habían vuelto a cerrar.

—¿Mariana?

—Lárgate. Tengo una conmoción cerebral.

Con una leve sonrisa, le retiró suavemente el pelo de la cara. Valente le había arrancado un manojo, e iba a tener que ir a la peluquería.

—Ahora no puedes huir, ¿no? —murmuró.

—No tengo piernas.

—Están aquí mismo, te lo prometo. Unidas y todo. Y son muy bonitas.

—Cállate.

—Te amo, Mariana Espósito.

Sus ojos se abrieron de nuevo, y se clavaron valientemente en su cara. Peter no esperaba que respondiera; Lali había pasado demasiado tiempo sola, durante demasiado tiempo había sido incapaz de confiar en nadie que no fuera ella misma. Pero Lali sonrió, alzando una temblorosa mano para acariciar su cara. Él la tomó entre las suyas mientras sus ojos volvían a quedarse en blanco y perdía la conciencia de nuevo.

Cuando Mariana abrió los ojos, pensó que todavía se encontraba en medio de alguna especie de pesadilla. Oficiales uniformados y hombres y mujeres vestidos con esos abrigos de aspecto militar abundaban a su alrededor, hablando en un murmullo inaudible de acentos londinenses. No estaba en el suelo, se percató, sino en una camilla con una aguja en un brazo. La habían atado.

—¡Eh! —gruñó, luchando por incorporarse.

Peter apareció por encima de su hombro con un paquete de hielo sujeto a su boca y un vendaje en forma de mariposa sobre su nariz.

—No pasa nada —dijo, bajando el paquete de hielo—. Relájate.

—Tienes un ojo morado —señaló. También tenía el labio hinchado y un oscuro y machacado moratón se le estaba formando en la mejilla.

—Tu poder de observación sigue intacto —dijo, sonriendo con una torcida mueca de dolor.

—No quiero ir a la clínica.

—¡Qué pena!.

La camilla dio un salto y se elevó, y acto seguido se encontró rodando hacia la entrada.

—¿Peter? —dijo, dejándose llevar de pronto por el pánico ahora que no podía verlo.

—Estoy aquí. Voy contigo. Tengo la nariz rota.

—Yo gano, porque tengo la cabeza rota.

Lali escuchó su suave risita.

—Tienes la cabeza demasiado dura como para que se rompa —respondió—. Al menos por ahora sólo la tienes abollada.

—Eso es bueno.

—No realmente, cariño.

Fue levantada del suelo, luego introducida en una ambulancia. Subió un técnico y después Peter, que se sentó a su lado.

—¿Qué pasó con Ignacio y Valente?, ¿En qué quedó todo? —preguntó.

Peter se inclinó hacia delante para tomarla la mano.

—Ignacio va en otra ambulancia. Valente va a desear estar muerto cuando acabe con él.

Ella lo miró durante un minuto.

—No creo que Pamela supiera nada de esto —le dijo.

—La policía la trae para interrogarla —respondió, flexionando los dedos entre los de ella—, pero yo tampoco creo que lo supiera. Espero que no.

—Yo también.

—Tengo que decirte una cosa —dijo, su sonrisa se asomó de nuevo a su cara.

Él ya le había dicho algo; algo hermoso y privado, algo que guardaría para siempre en su corazón. Pero no quería que tuviera que decírselo de nuevo sin responderle.

—No tienes que decirme nada —se apuró en decirle—. Lo sé, y es… yo…

Su sonrisa alcanzó sus ojos.

—No es eso. Castillo ya hizo unos llamados para recomendar que detuvieran a Ignacio Pérez para interrogarlo sobre una serie de robos de obras de arte. Estuvieron en la puerta unos treinta segundos después de que yo llamara a la policía.

—Franco nos estuvo escuchando a través de la ventana de la cárcel. Sabía que había alguien allí.

Asintiendo, Peter le apretó la mano.

—Creo que le debo una cerveza a Franco.

El técnico se inclinó a comprobar la máscara del oxígeno, colocada en su nariz y algo que monitoreaba el ritmo de su corazón.

—Debe descansar, señorita —dijo—. Nada de hablar.

—Muy bien. Sólo una cosa más. —Levantó la mano de Peter tanto como pudo con su brazo bajo la correa—. Quiero ir a Devon.

Continuará…