Capítulo 26

Listo! Acá va otro!!! :D Gracias a todas por engancharse con la maratón! ;) y Lina! nunca es tarde eh!!! Besitos y nos leemos después!!!

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Pero estaba decidida a no permitir que volviera a pasarle lo mismo, no hasta que aquel juego de confusiones y venganzas estuviera resuelto, no hasta que Peter supiera quién era ella y lo que le había hecho a su hermana, hasta que el inocente Ludovico dejara de correr peligro.

Sólo entonces, podría escuchar a su corazón.

Capítulo 26:

El tráfico era intenso en Atlanta a aquella hora de la tarde. El sol estaba ya bajo y Lali tenía dificultades para ver los números de la calle. Peter había llamado y le había dejado un mensaje para cenar a las seis. No había dado ninguna explicación, pero le había dejado aquella dirección y cierta sensación de urgencia.

Lali se frotó los ojos y bostezó, mientras esperaba a que el semáforo se pusiera verde. El día en que lograra deshacer aquel lío en que se había metido, podría dormir tranquila al fin.

A la situación complicada que ya vivían, se había unido el miedo a que Peter tratara de vengarse contra el inocente Ludovico. Eso la había obligado a mantenerse alerta y a salir con Peter todas las noches. O, al menos, eso quería creer ella.

La verdad era que, en los últimos días, Peter no había vuelto a mencionar jamás sus planes de venganza. Muy al contrario, había desplegado magistralmente toda su simpatía, la había llevado a maravillosos restaurantes, un concierto, un lugar de jazz y a ver una película romántica. Después un café y largos besos de despedida que la dejaban anhelando lo que no podía tener.

Generalmente, se encontraban en algún lugar cercano a la oficina de él y se despedían en el auto. Pero seguro que pronto cambiaría eso. Peter le pediría en algún momento ir a su casa o, incluso, conocer algún detalle más sobre su vida personal.

Lali sabía que el día en que eso ocurriera se vería forzada a decirle toda la verdad, con las consecuencias que podría conllevar eso. Hasta entonces, estaba dispuesta a disfrutar de lo que tenía.

A pesar de todo, Lali no sabía cuánto tiempo podría seguir con aquella farsa.

Durante el día, mientras trabajaba, se preguntaba qué nueva venganza habría estado planeando su hermana. Aunque había estado intentando convencerla de que ya había hecho bastante, con Candela nunca se podía estar segura de nada.

Por otro lado, estaba aquel investigador privado y la preocupación de que no descubriera a su hermana antes de que ella hubiera conseguido reunir el valor suficiente para contarle la verdad.

Sin embargo, cuando estaba con él, no podía pensar en otra cosa que no fueran sus besos.

—Tarde o temprano habrá una catástrofe —se dijo, mientras trataba de encontrar el edificio.

Volvió a mirar la dirección. Pero no había ningún número par en aquella manzana, con la excepción de un proyecto en construcción que había al final de la calle.

Decidió estacionar allí y preguntar.

Pero, nada más con detenerse, vio un cartel: Próximo proyecto, Lanzani & Asociados.  Aquel debía de ser el lugar. Pero, ¿cómo iba a encontrarlo allí? Había muchos hombres y mucha maquinaria por todos lados, pero ni rastros de Peter.

Bajó del auto, traspasó la valla que estaba cerrada por una cadena y vio a un grupo de obreros con sus cascos. La miraron de arriba abajo. ¡Oh, no! Tendría que aguantar sus silbidos inadecuados…

A pesar de todo, se acercó y, cuál fue su sorpresa, cuando el más alto de todos salió a su encuentro. Ella se quedó paralizada, preguntándose que podría querer aquel tipo. Parecía más un rinoceronte de dos patas que algo perteneciente a la especie humana.

—¿Señorita Espósito? —le dijo amablemente.

Lali parpadeó. No se lo esperaba.

—Sí —dijo con voz temblorosa.

El hombre esbozó una sonrisa.

—Soy Eduardo, el capataz. El señor Lanzani nos ha pedido que la llevemos con él.

Lali miró al grupo de cinco hombres.

—¿Todos juntos?

Eduardo asintió.

—Así nos cercioraremos de que no le pase nada —le dio un casco, en el que se había escrito el nombre de Lali—. Se tiene que poner esto, señorita, y la llevaremos arriba.

Lali miró el casco confusa, luego miró a Eduardo, que la observaba con su sonrisa atontada y sus quinientos kilos de músculo y carne.

Ella asintió y se lo puso.

—Vamos —les dijo.

Eduardo miró al hombre que tenía el nombre de Rubén escrito en el casco.

—Espere un segundo, señorita.

Rubén se acercó y le entregó un ramo de flores.

Lali lo tomó y sonrió.

—Muchas gracias, Rubén. Son preciosas.

El hombre se ruborizó.

—No son mías, son de parte del señor Lanzani.

—Lo sé —respondió ella—. Pero, de todas formas, gracias.

Los cinco hombres la escoltaron hasta el montacargas. Eduardo abrió la puerta y todos entraron.

Ella dudó.

—Es un ascensor —le aclaró Rubén—. Sé que tiene un aspecto un poco aterrador, pero no se preocupe, está a salvo con nosotros.

Continuará…