Capítulo 11

Hola de nuevo!!! :D Cómo van terminando el día?! Gracias por sus comentarios, por leer y por siempre estar! GENIAS!!! Besos y nos estamos leyendo ;)!

Una pregunta!!!! Hace un tiempo me pasaron una nove laliter: Del Montón…  pero no está completa :S alguna sabe de qué blog, fotolog, pg o autora es?! Quiero terminarla pero no tengo forma de ubicarla!!! Si saben, MUCHAS GRACIAS por la ayuda! :D

Twitter: @Caparatodos

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—Y… he estado durmiendo en el cuarto de invitados durante todo el mes, mientras me pintaban la casa.

Peter frunció el ceño.

Capítulo 11:

—¿Has estado viviendo en mi casa?

Agustín se ruborizó de pies a cabeza.

—Lo siento, pero ha sido por Rufus, señor. No tenía otra opción. Estaba muy decaído.

Peter lo miró dudoso.

—¿Rufus? ¿Mi perro?

—Sí, señor. Yo no quiero meterme en su vida pero me da la sensación de que su estado de ánimo se debe a las cosas que ve en la televisión cuando su empleada está en casa. No tiene ningún cuidado. Mientras estuve con él, lo obligué a ver un programa de ejercicios y pasamos una gran parte del tiempo hablando.

—¿Hablas con mi perro? Por favor, no me digas que te respondía, porque tendría que empezar a buscarme otra persona.

Alguien tocó la puerta en aquel preciso momento.

—Señor Lanzani, hay una policía aquí. Parece que quiere hablar con usted. También ha llegado el señor Evaristo, del comité.

Agustín frunció el ceño.

—¿Policía?

—Sí, alguien me desinfló las llantas del auto anoche y puse una denuncia. Pero, la verdad, no esperaba que respondieran tan rápido.

Agustín siguió a Peter y a Irene al área de recepción de la oficina.  Los miembros del comité estaban cómodamente instalados en sus lugares correspondientes, mientras la policía esperaba junto al escritorio de Irene.

La policía sonrió.

—¿Es usted el Señor Juan Pedro Lanzani?

—Sí. ¿Ha encontrado al sádico que me bajó las llantas?

La policía se acercó a él, hasta que su boca estaba a sólo unos milímetros de la suya. Lentamente bajó la mirada hasta su bragueta.

—¿Llevas una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?

No dijo más y metió la mano en la bolsa de lona que llevaba y una música sensual resonó entre las paredes de la recepción.  Se giró hacia Peter enérgicamente, se abrió de golpe la camisa, rebelando dos pechos prominentes y excesivos, sugerentemente ocultos bajo una sexy prenda de encaje negro.

Aquella situación no podía estar dándose, no podía ser verdad. La policía no era una real.  Los miembros del comité cívico de la Junta Municipal estaban boquiabiertos. Irene ocultaba con horror la cara entre las manos, mientras miraba por entre los dedos. Y Peter… estaba mudo y desorientado.

Por fin la bailarina se quitó todo lo que la cubría menos una diminuta tanga y Peter no pudo contenerse más y soltó una carcajada ante lo absurdo de la situación. 

¿Quién demonios podría haberle hecho eso?

Mientras la mujer se movía provocativamente entre los miembros del comité, Agustín le susurró una respuesta a la pregunta no formulada.

—Ludovico, Esto es cosa de Ludovico. Ya le dije que sería capaz de cualquier cosa.

La última vez, había intentado correr el rumor de que los materiales que utilizaba Lanzani & Asociados eran de segunda selección. Pero la empresa ya se había ganado la sólida fama de ser una industria de primera. 

Tal vez, la desesperación lo había llevado a hacer algo como eso.

La bailarina se dirigió hacia él y, disimuladamente, Peter le puso un billete en la mano.

—Gracias, con esto es suficiente.

Ella sonrió, le enroscó un brazo al cuello y lo besó amorosamente en la boca.

—Me alegro de que le haya gustado. También hago pases privados.

Peter le dio otro billete.

—¿Quién te mandó?

Ella sonrió pícaramente.

—Eso es un secreto.

Peter se alejó de ella, la ayudó a recoger la ropa que había tirado por todas partes y la guió hacia la puerta.

—Que tengas un buen día —le dijo con una amigable sonrisa.

Al girarse hacia la recepción, todos los ojos estaban fijos en él. ¿Qué debía hacer en aquella situación? ¿Debía simular que no había sucedido nada? No parecía la opción más prudente. ¿Debía intentar explicar lo ocurrido? Pero, ¿qué explicación podía dar, cuando ni él mismo entendía lo que acababa de pasar?

—Mi madre siempre aparece en el momento más inoportuno —optó por decir—. Generalmente, viene con una canasta llena de galletas, pero hoy…

Los miembros del comité lo miraron nerviosamente. No sabían muy bien qué decir o cómo tomarse el comentario. De pronto, una pequeña carcajada resonó. Era el señor Evaristo. Cinco segundos después todos estaban riendo y recapitulando sus partes favoritas del striptease.

Peter los guió hacia la sala de reuniones. Antes de entrar se dirigió a Irene y Agustín.

—Quiero que averigüen quién ha mandado a la bailarina. Si es necesario, contraten un detective privado.

—¿Quiere decir que no sabe quién lo ha hecho?

—¡Obvio que no! Puedo estar de acuerdo en que tal vez haya sido Ludovico, pero no tengo la seguridad de que así sea. Creo que, además, está vinculado con lo de las llantas de anoche. Así es que quiero saber qué está pasando.

—¿Qué hago, entonces: averiguo lo de la bailarina o lo de Mariana Espósito? —preguntó Irene, con su habitual eficiencia.

Peter se quedó pensativo.

—Irene, tú te ocupas de Mariana Espósito y Agustín de la bailarina. Quiero tener algo concreto para el final del día.

Sin nada más decir regresó a la sala de juntas. Definitivamente, llevaba demasiado tiempo ya pensando en mujeres vestidas y desnudas. Era el momento de ponerse a trabajar.

Continuará…