Capítulo 19

Hola chicocas!!! Cómo les va?! Les dejo un capi fugaz… jajjajajjaa Muchas gracias por la onda que tienen siempre! Besos y nos leemos mañana, si Dios quiere ;)

Lore456: No se nada de ella :S la sigo en tw (@Chari_mar) pero no ha estado por ahí! Se que repartió noves, yo subí una de ellas y me parece que Mary de plmicorazon.blogspot.com subió otra… si averiguo o se algo les aviso! ;)

Masi_ruth: Estoy igual que tu TANTAS por leer y a veces no me da el tiempo! :s una vaina (loca ♫) jajajajaja

Twitter: @Caparatodos

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Peter sonrió para sí y continuó caminando. Algún día entendería quién era Mariana Espósito. Por el momento, no era más que un rompecabezas… pero, después de todo, siempre le habían gustado los rompecabezas.

Capítulo 19:

La primavera había llegado a Buenos Aires y la brisa cálida de la mañana agitaba las cortinas de la habitación de Lali. Se estiró sinuosamente y rodó hacia el otro lado de la cama, mientras apretaba la almohada contra su pecho.

Olía a flores y a árboles. Pero, en lugar de las agradables imágenes de pájaros, abejas y conejitos que solían abordar cada primavera, fue un rostro masculino, de ojos verdes y hermosa mirada, el que se dibujó en su mente.

Hacía más de una semana desde su cena con Peter y todavía no había podido sacarlo de su mente.

Cada vez que el teléfono sonaba, su corazón latía esperanzado. Lo buscaba en la calle y en las fiestas que organizaba. Incluso había llegado a desear que Candela hiciera otro de sus actos vandálicos de venganza para tener que rescatarlo.

Pero lo que no podía hacer era llamarlo, aun sabiendo que eso era, exactamente, lo que quería hacer. Hacerlo significaría admitir abiertamente que estaba enamorada y estar enamorada de Juan Pedro Lanzani era el peor de los problemas que podría tener en su vida.

Eso no impedía que, de vez en cuando, se encontrara a sí misma deseando con todas sus fuerzas que Candela se hubiera olvidado ya de él, tal y como solía ocurrir con su hermana. Últimamente, había pasado mucho tiempo con el diseñador de muebles y eso podía ser una señal, aunque un nuevo enamoramiento no significaba una mejora, en ningún caso.

—Puede que se esté acercando el final de esta historia… O quizás sea sólo el principio.

Realmente, no había nada que consolara de verdad a Lali.

Lo único que podía hacer era pensar en lo distinto que habría sido todo si hubiera conocido a Peter en otras circunstancias.  ¿Es que ese sería el destino de su vida?, ¿encontrarse con hombres con los cuales le era imposible mantener una relación por uno u otro motivo?

Lo mejor que podía hacer era centrarse en su trabajo y olvidarse de una vida sentimental de la que carecía.

Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina.

No había llegado aún, cuando un ruido procedente del comedor la sobresaltó. Fue rápido a abrir la puerta y vio a su hermana, escoba en mano, recogiendo los restos de unos cuantos platos de porcelana de la vajilla de su difunta abuela.

—Candela, ¿qué pasó? ¿Rompiste porque sí esos platos?

—¡Nunca me gustó esa vajilla! ¿Cómo se puede comer en un plato lleno de frutas y verduras?

—¡No lo puedo creer! —exclamó Lali horrorizada.

—¡Tenía una buena razón! ¡Él estaba allí, en el Sottovoce, con otra mujer!

Lali sintió que las piernas le temblaban y se sentó en una silla.

—¿De quién hablas? —preguntó, aun sabiendo perfectamente que se trataba de Peter. Pero, ¿por qué no se lo había mencionado antes? Y, exactamente, ¿qué era lo que había visto?

Lali se sirvió una taza de café y esperó descompuesta una respuesta conocida.

—¡Juan Pedro! Estaba en el restaurante aquella noche. María Elena Fiori me llamó y me dijo que su hermana lo había visto con una mujer colgada del cuello. Por lo que vieron, Juan Pedro entró en el restaurante, una bruja se le aventó desvergonzadamente y salieron de allí sin comer.

—¡Una bruja! —exclamó Lali indignada. ¡Se había puesto muy guapa esa noche! Había logrado que su pelo estuviera en el lugar adecuado y llevaba uno de sus vestidos favoritos, que realzaba lo mejor de su figura. Incluso se había maquillado decentemente.

—María Elena dijo que no era más que una desvergonzada, que iba colgada de su cuello como una lapa —le aseguró Candela—. Y, de todas formas, no me importa lo que haga, porque ya me vengué de nuevo.

—¿Qué te has qué? ¿Qué has hecho?

Candela sonrió maliciosamente.

—¿Te acuerdas de la idea que tuve de pintar al perro verde?

Lali dejó la taza de café sobre su plato y la miró boquiabierta.

—¿Has…?

—No —respondió Candela y tardó en responder el tiempo suficiente como para que Lali experimentara un falso alivio—. Lo pinté de lila, lavanda, para ser exactos.

Lali escondió el rostro entre las manos y gimió atormentada.

—¡Candela, pensé que ya lo habías superado! ¿Cómo se te puede ocurrir hacer eso?

Candela sonrió.

—Me metí en su casa. Conozco el código secreto de su puerta. Siempre deja al perro suelto por el jardín durante el día. Ese adefesio es tan tonto que  solo con verme vino a saludarme y…

Lali apartó la taza de café y se puso de pie.

—¿Cuál es el código?

—Dos, cinco, nueve, cero. ¿Para qué lo necesitas?

—¿Y el nombre del perro?

—Rufus —respondió Candela—. ¿Para qué necesitas saber todo eso? ¿No me vas a traicionar, no? Si lo haces, no te lo perdonaré jamás. Te odiaré para siempre…

Lali dejó a su hermana con todas sus protestas en la boca y se fue con suma rapidez a su habitación.

—Todo vuelve a empezar de nuevo —murmuró y se puso la ropa.

Continuará…