Capítulo 21

Hola chicuelas!!! Cómo las trató el día?! En argentina, y los países en los que se celebraba el día del amigo, la pasaron lindo con esos amigos que quieren?! Espero que sí!!! Y para la que no leyó mi saludo por el día del amigo nada… ¡¡¡FELIZ DÍA CYBER-AMIGAS!!! Se les quiere y agradece día a día la amistad a distancia que dan y permiten disfrutar ;) Besos y que terminen lindo este viernes y empiecen con todo el fin de semana!!!!

Twitter: @Caparatodos

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—¡Está bien! —dijo ella—. Hay que reconocer que estás muy guapo y, además, ya no hueles a basura.

Con esto, se metieron en el auto y emprendieron el viaje rumbo a su destino.

Capítulo 21:

Peter puso un C.D. en el equipo de su auto y buscó una canción que le levantara el ánimo. Clapton siempre tenía la facultad de animarlo. Pero en aquellos momentos, ni siquiera Layla conseguía cambiar su humor.

La causante de su desánimo era Lali, sin duda. El negocio iba bien. Había conseguido aquel contrato millonario para la construcción del centro cívico y Ludovico ya no lo había molestado más.  Su único problema en la vida era Lali. Había tratado desesperadamente de no pensar en ella. Pero le era completamente imposible.

Dobló la esquina y llegó a la puerta de su casa. Pero, cuando se disponía a sacar el control, vio a una mujer que estaba delante de la puerta y que miraba a través de las rejas. Parpadeó para cerciorarse de que sus ojos no le estuvieran jugando una mala pasada. ¿Era Lali? Se quitó los lentes para más seguridad. Pero sí, era ella: su pelo castaño, su figura estilizada y ese traje formal que la hacía parecer una ejecutiva de verdad… y esas piernas increíbles.

—Te tocaba a ti jugar y te has tomado tu tiempo, pero al final has venido.

Retrocedió lentamente para no llamar su atención, estacionó, bajó del auto y se acercó a ella. Parecía concentrada en algo que hubiera en el interior de su casa.

—¿Lali?

Ella se volteó y pegó un grito. Sus grandes ojos se abrieron como platos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó.

—Vivo aquí —le dijo—. ¿Qué estás tú haciendo aquí?

—Vives aquí —repitió con una risita tonta—. ¡Qué coincidencia! Yo… bueno, pasaba por acá y mi auto…

Peter la señaló con un dedo acusador.

—No me estás diciendo la verdad —le dijo—. Dame las llaves, veré qué le pasa al auto.

Se metió la mano en el bolsillo y tocó las llaves, pero pensó que era mejor inventar otra excusa.

—Está bien. Tal vez, sentía curiosidad.

—¿O quizás querías volver a verme?

—Pensé que estarías en la oficina durante un par de horas más —murmuró ella—. No me esperaba que aparecieras tan temprano.

Había algo en su mirada que no lo convencía. No le estaba diciendo toda la verdad.

—Bueno, ya que vine más temprano y que es un lindo día, podrías pasar, así te conoces la casa e, incluso, podríamos cenar algo.

—No puedo —dijo ella inmediatamente—. Tengo que…

Peter posó su dedo índice sobre sus labios.

—Si quieres, puedo fingir que, efectivamente, tu auto se ha malogrado, incluso puedo simular agarrar el teléfono y llamar a la compañía de seguros.

Esperó a que su sonrisa lo iluminara y, cuando al fin lo hizo, un placer infinito lo llenó.

—¿Has tenido este mismo problema con tu auto antes? —le preguntó—. Puede ser la cadena del ventilador o la bomba de la gasolina. Estos carros extranjeros son así.

Abrió la reja y entraron al jardín, dejando ambos autos donde los habían estacionado.

Rufus se acercó a ellos. Peter se inclinó para acariciarlo e, inmediatamente, se incorporó confuso. Debía de ser el nuevo estado de plenitud que le había provocado la presencia de Lali, porque le parecía que el perro tenía un look diferente. Incluso podía decir que estaba guapo.

—¿Qué pasa? —preguntó Lali.

Peter sacudió la cabeza.

—No sé, lo veo un poco…

—¿Un poco qué? ¿Feliz, delgado…?

—Un poco violeta. Cuando le da la luz, parece que tiene reflejos violeta.

—No seas tonto —le dijo Lali. Se rió, lo agarró del brazo y lo arrastró hacia su propia casa—. ¿Cómo va a estar violeta? Los perros no son violeta.

Peter miró a Rufus y se encogió de hombros, luego se miró a Lali.

—Tienes razón.

Juntos, continuaron hacia la casa.

La puerta se abrió y un hermoso hall de entrada, con techo alto y alargadas ventanas, les dio la bienvenida. Peter había trabajado en el diseño de su casa desde que se había graduado en arquitectura. Era una combinación de simplicidad y calidez. Había sido calculada con todo lujo de detalles para poder vivir allí el resto de su vida.

Pero al ver a Lali allí, se dio cuenta de que la casa no significaba nada para él, no sin la mujer adecuada. Quería que Lali fuera esa mujer. En el mismo instante en que atravesaron la puerta, se había dado cuenta de que aquella casa la había diseñado para ella.

—¡Es preciosa! —le dijo—. Es luminosa y, al mismo tiempo, fresca. Creo que la palabra adecuada es tranquila.

Quizás era esa capacidad de hacerlo sentir bien lo que hacía que estuviera tan obsesionado con ella. Podía estar rechazándolo continuamente, pero, de pronto, una palabra hacía que todo volviera a estar en su sitio.

—Eso era lo que intentaba. Utilicé materiales naturales para hacerla acogedora. Yo mismo construí las escaleras.

—La verdad es que no se parece en nada a las grandes mansiones que suelen construirse en esta zona. Todas se parecen entre sí, por lo ostentosas que son. —lo agarró del brazo y sonrió—. Enséñame el resto de la casa.

Recorrieron cada habitación agarrados de la mano. Peter respondía gustoso a todas sus preguntas que daban muestra de su instinto natural para apreciar el diseño y su talento. Aunque seguía siendo reservada, había bajado la guardia y hablaba con sinceridad y confianza. Peter no sabía qué era lo que había podido causar aquel cambio de actitud, pero lo agradecía.

Al llegar a su habitación, ella evitó, claramente, mirar a la cama.  Se fue directamente a la ventana, desde donde se veía la parte de atrás de la casa. Él se asomó junto a ella y le pasó el brazo por los hombros.

—¡Es muy lindo todo! —suspiró ella.

Peter le acarició el cuello.

—Sí, la verdad es que es muy lindo poder volver a tocarte de nuevo.

—Me refería… a la vista que hay desde aquí —dijo ella y se alejó. Cruzó la habitación y se acercó a la cama. Se frotó los brazos como si tuviera frío—. Bonita cama… muy grande.

—No tengo muchas oportunidades de dormir en ella. Últimamente, he estado muy poco en casa. Después de dos meses en Tokio me llegué a olvidar lo que era estar en mi propia cama.

—¿Cuándo estuviste en Tokio?

Continuará…