Capítulo 8

Hola, hola! Cómo empezaron la semana?! Espero que bien, y las que la empezaron con feriado... A DISFRUTAR! Gracias por sus comentario! Son lo más!!!! Besos y nos leemos mañana que estoy en mi "break" jajajaaj :P

Y... ya me estaba olvidando de no ser por mi admi que es la mejor, Xime, que me hizo acordar que hoy cumplimos un mes más con el blog! Chocha de la vida de que gracias a todas ustedes podamos seguir cumpliendo meses :D SE les quiereeee y gracias, una vez más, por ser parte de esto! 

Twitter: @Caparatodos

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—¿Por qué? —se volvió a preguntar Lali—. Porque no eres más que una sentimental, que ha hecho parte de su vida la misión de cuidar de una hermana imposible.

Capítulo 8:

Por fin llegó a la parte de arriba de la segunda columna. Un perro la miraba desde abajo y se relamía al verle los dedos desnudos de los pies.

Un pequeño grito y un traspié fueron suficientes para que la metódica tarea sufriera un cambio de curso. Al sentir que se caía se agarró a lo primero que encontró, con tan mala suerte que se trataba, precisamente, de la soga con la que había amarrado el enorme tarro de pintura.

Mientras caía veía, como en cámara lenta, la lata descendía detrás de ella.

Ella cayó sobre unos arbustos y la lata de pintura sobre su estómago. Su cara, brazos, hombros y piernas estaban completamente bañados con pintura blanca.

Se levantó para sacudirse los restos de pintura y, en ese preciso instante, la deslumbraron las luces de un auto. Rápidamente pudo comprobar que era el BMW negro con las llantas ya infladas.

Peter presionó el botón del control remoto y esperó a que las puertas se abrieran.  Mientras, Lali contuvo la respiración y rezó porque no la viera. El auto continuó su camino sin darse cuenta de su presencia, lo que no dejaba de ser francamente sorprendente, ya que tenía el mismo aspecto que Casper, el fantasmita animado, y brillaba como una estrella.

Lali sintió algo húmedo en el codo y, al voltearse, vio que el perro estaba chupando el único espacio en su cuerpo que quedaba sin pintar.

—Largo de aquí, perro, fuera —el perro bajó la cabeza y se fue sin protestar.

En cuanto ella se sintió a salvo de perro y dueño, trepó la puerta y salió de allí.

Antes de meterse en el auto, se quitó el vestido, completamente destrozado por la pintura. No estaba dispuesta a malograr también su carro. Claro que, si la policía la paraba, le iba a resultar bastante complicado explicarles su desnudez. Tendría que inventarse algo más creíble que la verdad.

Cerró la puerta del vehículo y se miró en el retrovisor.

—Esta es la última vez que te salvo el pellejo, Candela Espósito —murmuró entre dientes—. ¡La última vez!

—¡Lo arruinaste todo!

Lali puso las manos sobre la mesa y miró a su hermana con irritación.

—¡Mírame! —le dijo—. ¡Ni siquiera logré quitarme toda la pintura de la cara!

—La palidez está de moda —dijo Candela.

—¡Me importa un rábano que la palidez esté de moda o no! Si tu estúpida idea se hubiera convertido en una realidad, habrías terminado en la cárcel.

—No entiendo el por qué de tú mal humor.

—¡Me duele la cabeza por la cantidad de aguarrás que he tenido que usar y tengo el pelo completamente blanco! —dijo Lali. Candela abrió la boca para responder, pero su hermana no la dejó—. No te atrevas a decirme que se usan las mechas blancas.

—¿Sabes lo que te digo? Que me importa un comino que estés enojada. Yo me siento asombrosamente bien y me sentiría aún mejor si mi plan hubiera funcionado como tenía pensado.

—Candela, se acabó. Ya terminaste tu relación. Ahora tienes que seguir con tu vida.

Candela se estiró la falda que llevaba puesta.

—Ya sabrás lo que decido, cuando lo haya decidido —respondió.

Lali arrugó el ceño. Estaba a punto de lanzarle un ultimátum, cuando el intercomunicador sonó. Lali pulsó el botón y respondió.

—Lali, hay un hombre aquí que quiere verte. Dice que te conoce.

Lali agarró la agenda.

—No tengo ninguna cita esta mañana, ni tiempo para recibir a ningún vendedor. Pídele la tarjeta y dile que lo llamaré para darle una cita.

Clara se aclaró la garganta y respondió.

—¿Qué le digo que haga con la bandeja de bocaditos que trae?

Lali tragó saliva y se quedó boquiabierta.

—¿Bocaditos?

A Candela se le iluminó la mirada.

—Me encantan los bocaditos —Candela se dirigió hacia la puerta.

—¡Espera un segundo! —le gritó Lali.

—No puedo —respondió Candela—. Tengo turno en la peluquería.

Su hermana corrió hacia ella, aún con el teléfono en la mano y la sujetó del brazo.

—Clara, llévate al señor de los bocaditos a la cocina, mete la bandeja en el refrigerador. Ofrécele una taza de café —colgó el teléfono y se dirigió donde su hermana— Te acompaño a la puerta.

Abrió una pequeña rendija y vio cómo Clara se llevaba a Peter Lanzani a la parte de atrás.  Cuando chequeó que ya no había peligro, acompañó a su hermana.

Lo último que necesitaba en ese momento era un emocional encuentro entre Candela y Peter.  Después de librarse de ella, podría resolver el misterio de qué demonios hacía el ex novio de su hermana con una bandeja de bocaditos en su oficina.

—¿Tienes algún problema? —dijo Candela.

—Yo no, pero tú si los tendrás si le haces algo más a Juan Pedro Lanzani.

—Pero yo…

—Candela, te juro que yo misma llamaré a la policía y sabes que lo que prometo, lo cumplo. Ahora, ándate a la peluquería y piensa sobre lo que te acabo de decir.

—¿Por casualidad te estás queriendo librar de mí?

—Candela, tengo un negocio que atender y un cliente esperando. Ya hablaremos a la noche, cuando vuelva a casa.

Lali esperó con ansiedad que su hermana saliera por la puerta.

Aquello era demasiado para ella: Candela en la oficina y Peter con una bandeja de bocaditos. Tenía que poner fin a aquel enredo.

Continuará…