Capítulo 22

Hola, hola!!! Qué tal?! Todo bien, cómo van pasando el sábado?! Paso rapidín… Nos leemos mañana y MUCHAS GRACIAS por todos sus comentarios! ;) Son LO MÁS!!!! Besos

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

—No tengo muchas oportunidades de dormir en ella. Últimamente, he estado muy poco en casa. Después de dos meses en Tokio me llegué a olvidar lo que era estar en mi propia cama.

—¿Cuándo estuviste en Tokio?

Capítulo 22:

—Volví la noche que nos conocimos.

Se giró hacia él y lo miró confusa.

—Sí, recuerdo que no habías comido nada aquel día.

Se acercó a ella lentamente. ¿En qué estaría pensando? Lo miraba con distante curiosidad.

—Me alegro de que decidieras venir —le dijo y le agarró las manos.

Se acercó aún más y esperó una respuesta. ¡Quería abrazarla, tenerla cerca, sentir el calor de su cuerpo!

Ella no pudo evitar que su mirada se posara sobre sus labios. Luego volvió a mirarlo a los ojos.

Peter ya no pudo esperar más. Con un gemido cubrió su boca con un dulce beso y Lali se derritió como un helado junto a una estufa. Se abrazó a él y lo besó apasionadamente.

En segundos, los dos yacían sobre la cama y se revolvían como demonios poseídos por un deseo incontrolable. Y, entonces, sonaron campanas.

Lali se apartó sobresaltada.

—¡Son campanas! —dijo ella.

—¿Tú también las oyes? —sabía que cuando el amor llegaba se decía que venía acompañado de un coro de ángeles. No lo había experimentado antes y en ese momento, era reconfortante saber que a ella le estaba pasando lo mismo.

Lali se levantó y se estiró la falda. Estaba completamente ruborizada.

—Creo que es la puerta —dijo.

Él también se levantó, le tomo la mano y se acercó a ella.

—No es la puerta, Lali —sonó el timbre—. Sí es la puerta.

Peter no se movió de su lado. Se inclinó de nuevo y se dispuso a besarla.

—¿No crees que deberías abrir?

—No —estaba a punto de rozar sus labios.

—Puede ser importante —dijo ella.

—Está bien. Quédate aquí. No te muevas —salió de la habitación nada convencido de hacer lo correcto en aquellas circunstancias. ¿Cómo estaría Lali la próxima vez que la viera? Cambiaba completamente de una vez para otra y no sabía cómo podría encontrarse a su regreso?

La verdad era que aquella interrupción podía ser la mayor catástrofe de su vida.

Peter abrió la puerta esperando encontrarse a su empleada, que tenía el mal hábito de olvidarse siempre de la llave. O, quizás, sería el mensajero que tenían que mandarle de la oficina, con los papeles del nuevo proyecto.

Pero, al abrir la puerta, no se encontró con su empleada, ni con un mensajero. Era Agustín Sierra, con un montón de paquetes y una inmensa muñeca inflable.

—Lo siento, señor, pero pensé que sería importante que viera esto.

Peter se apartó y lo dejó pasar, sin dejar de mirarlo anonadado. ¿Qué le ocurría a ese hombre? ¿Es que había pasado de hablar con el perro a acabar trayéndole una muñeca inflable? Definitivamente, había perdido el juicio.

Agustín dejó los paquetes en el suelo de la entrada y puso la muñeca en una silla. Pero ella se negaba a sentarse y se empeñaba en resbalarse y terminar provocativamente acostada en el suelo. Por fin, después de varios intentos, le dio una patada que la dejó boca abajo.

—Agustín, ¿te importaría presentarme a tu amiga? —le pidió Peter.

—No es mía, sino suya—contestó Agustín.

Peter lo miró extrañado.

—Sé que he tenido últimamente ciertos problemas en el tema amoroso, pero no necesito esto.

—Creo no me he expresado mal. No quería decir eso. Lo que quería que supiera es que, esta misma tarde, han enviado a su oficina esto junto con otra serie de cosas que prefiero no tener que nombrar una a una. Ya sabe… —abrió una caja—. Un látigo, unas esposas y un preservativo gigantesco.

Agustín alzó la vista y sonrió como pidiendo disculpas.

—Tuvimos que abrir la caja. El hombre de la mensajería insistió en que chequeáramos que estuviera todo para que no pudiéramos quejarnos después.

Peter frunció el ceño.

—Creo que me puedo hacer una idea. ¿Y cuántos clientes había en recepción en aquel momento?

—Unos cuantos. Estaban el señor Landres del proyecto del parque Suipacha y el señor Cambert de Denham Plaza.

Peter comenzó a pasear de un lado al otro por corredor.

—Quiero que Ludovico pague por todo esto. Quiero borrarlo del mapa. Me importa un rábano si tenemos que tirar los precios y construir por debajo del costo.

—Señor, no es Ludovico el que está detrás de todo esto.

—¿No es Ludovico? Entonces serán sus secuaces, ¿qué diferencia hay?

Peter lo miró, casi desafiante.

—Tampoco son sus secuaces.

—¿Quién es, entonces?

Continuará…